Francisco Rodríguez Adrados www.abc.es 23/06/08

Vuelvo a las andadas, al teatro griego y latino y a sus representaciones en España, un tema del que desde hace un tiempo ya largo yo escribía en este periódico. Y lo hago de la mano del Festival de Segóbriga, que era uno de mis temas.

Porque este año su Festival cumple veinticinco años, un aniversario que ha llegado sin hacerse notar. Docenas de piezas teatrales griegas y latinas, en versiones mínimamente retocadas, han pasado entre tanto por el viejo escenario de tiempos de Vespasiano y Antonino, ante cien mil alumnos de enseñanza secundaria cada año. Les ganaban para sí las viejas obras, burlando los prejuicios de quienes creen preciso retocarlas al máximo en nombre de una modernidad que no necesitan, porque son modernas.

¿Cómo no van a ser modernos el conflicto, el amor, la risa, la justicia, la venganza, hasta la barbarie? Con un poco de tino de los autores de los textos y de los directores puede lograrse que el antiguo ambiente, las antiguas circunstancias, sean «traducidas» por el público juvenil, traídas a lo permanente. Porque algo hay que dejarle al público: si se suprime el envoltorio local y temporal, se banaliza el fondo de poesía y pensamiento unido a él.

Este año Segóbriga y su Festival han salido una vez más al aire cortante, a la lluvia a veces (el público bajo los paraguas), de la antigua Segóbriga de celtas y romanos, no lejos de Madrid. La han visitado, desde el 22 de abril, los viejos pero también jóvenes trágicos, los viejos pero también jóvenes cómicos. Se cerrará el Festival el día 27, con un acto en honor de quienes más se han distinguido dirigiendo grupos y representaciones.
Hermoso páramo Segóbriga, desde cuyas gradas se pueden ver, a veces, los rebaños de ovejas, oír sus esquilas. Ya ven, es la «ciudad de la victoria», de seg «victoria», también en Segovia, Sigüenza, Sisamón. La ciudad celtíbera romanizada desde el siglo II antes de Cristo, citada en los textos que hablan de Viriato y Sertorio, urbanizada por el romano, provista por él de un teatro para 2.000 espectadores, de anfiteatro y termas. Sede luego del Cristianismo (tuvo un obispado): una ermita en lo más alto es testigo del culto cristiano, en un comienzo, sin duda, en una casa particular.

Y ahora Segóbriga resuena con las voces de los más ilustres testigos de la reflexión griega y romana sobre la vida misma. Voces que saltan por encima de reformas educativas nada humanísticas y son escuchadas por nuestros jóvenes.

Han venido a visitarnos esta primavera Sófocles con su «Antígona», Eurípides con «Hipólito», «Bacantes», «Medea», «El Cíclope» e «Ifigenia en Aulide», «Aristófanes» con «Lisístrata» y «Las Nubes», Plauto con «Casina», «Aulularia» y «Los gemelos». Se han añadido teatralizaciones de «El asno de oro» y las «Fábulas» de Esopo. Y ello de la mano de directores y actores que son profesores y alumnos de Institutos de la totalidad de España. Y de la mano, en definitiva, del Instituto de Teatro Grecolatino de Segóbriga y de su director Aurelio Bermejo, que desde el comienzo hasta ahora sigue al pie de la obra que fundó.

Creo que este éxito nos da la razón a los que, tras un estudio sin improvisaciones, del teatro grecolatino, que es nuestro teatro, hemos apostado por sus valores y sus esencias, unidas a hechos formales. ¡Que no quiten los coros! ¡Que no mezclen las obras! ¡Que no corten los parlamentos! ¡Que no añadan vestiduras ni ideologías a la moda! La función del traductor-adaptador y la del director de escena es traer la obra al público, que este la siga, sufra o ría con ella. No poner su ego en el centro de la escena. No es un creador, es un recreador, un transmisor.

El teatro griego y sus ecos modernos están unidos a mi vida, me traen inevitables recuerdos. Y no sólo de debates sobre el viejo tema de «¿qué es la tragedia?», que hay que contestar desde los textos mismos y no desde Aristóteles o Wilamowitz u otros teóricos. Ni sólo de debates sobre cómo deben hacerse las representaciones, debates que yo sostenía en Delfos, Siracusa, Mérida y otros lugares.

También me vienen recuerdos de cuando yo ponía en escena, por toda España, con estudiantes, a Edipo, Hipólito, Agamenón, Lisístrata y otros nombres entrañables. Esa experiencia es la que me llevó, en compañía con Martín Almagro, excavador de Segóbriga, a buscar ayudas para crear un festival como este. No tuvimos éxito, nos quedamos en precursores. El éxito lo tuvo Bermejo.

En fin, no es este el lugar para una discusión teórica. Pero experiencias como la de Segóbriga (y esas mías a que apunto, y otras varias del grupo de «los profesores», como nos llaman un tanto despectivamente) hacen ver que una puesta en escena, fiel en lo que cabe, del teatro antiguo es posible, atrae, se gana al público. Sin necesidad de saltos en el vacío. Por supuesto, Antígona, Electra, Orestes y los demás están ahí para quienes quieran hacer teatro propio. Pero es penoso que se abuse tanto de ellos en puestas en escena que pueden unir actores excelentes a textos mistificados.

Han hecho un daño inmenso a Mérida. Recuerdo cuando mi «Hipólito» me lo destrozaron allí un revisor que me impusieron y un director de los consagrados. Pero esto es una anécdota. Lo peor es que las deformaciones pretenciosas de las obras antiguas, aunque a veces, ya digo, con actores y directores excelentes, se han hecho habituales. Yo ya no voy a verlas, sufro demasiado.

Segóbriga es una racha de aire fresco, una recreación, en la medida en que es posible. Aunque los actores puedan ser a veces inexpertos, aunque los directores se hayan formado sobre la marcha. Cosa excelente, por lo demás. Pero más excelente es, si cabe, partir del conocimiento, no de una improvisación cuando surge, en el azar de las cosas, una simple oportunidad. Y también se da que un director excelente, cuando por la razón que sea ha dirigido una «Orestíada», «descubra» su sentido -que ya conocían tantos estudiosos. Claro que mejor así.

El gran problema es, como he escrito muchas veces, que falta en España una Compañía Nacional de Teatro Grecolatino, con todo lo que lleva anejo de formación de actores y de colaboración con los estudiosos de ese teatro. Algo así como el Instituto del Drama Antiguo que ha funcionado tantos años en Siracusa. Lo he propuesto muchas veces.
Entre tanto, aparte de un acierto aquí o allá en teatros comerciales, tenemos las representaciones estudiantiles. Las más destacadas son estas de Segóbriga, que han incorporado a veces grupos de varios países de Europa y han producido, en España, retoños vigorosos. Porque hoy hay representaciones como estas en teatros romanos en Tarragona, Sagunto, Clunia, Itálica y otros más. Pero no solo aquí, también en teatros modernos en Pamplona, Córdoba, Palma de Mallorca y otras ciudades. Y todo ello unido a la difusión de traducciones de los textos antiguos y a otras actividades más.
El movimiento estudiantil hacia el teatro antiguo es amplio. Y no sólo el derivado de Segóbriga.

En este aniversario no hay sino desear la continuidad y mejora del Festival de Segóbriga. Es algo que está en marcha y que cuenta con ayudas de los Ministerios de Educación y Cultura, del INAEM, de la Autonomía de Castilla-La Mancha, de instituciones de Cuenca. Y se ha creado un Parque Arqueológico. Pero no deja de tener problemas: instalaciones deficientes, intentos de reducir las representaciones por riesgos para el propio edificio teatral. El éxito trae problemas, pero todo esto tiene solución.
Porque Segóbriga y su Festival se lo merecen. Es una empresa verdaderamente cultural y viva. Conviene que se sepa.