Felipe González Vega www.elpais.com 13/02/2014

Santiago Segura Munguía, catedrático emérito de Latín de la Universidad de Deusto, falleció el pasado martes a los 91 años. Con él muere una idea de la educación ajeno a las actuales fronteras psicopatapedagógicas entre el enseñar y el aprender.

En su valiente figura tomó cuerpo un magisterio de vida. Si uno se acerca a sus innúmeros manuales, enseguida comprende que tras ellos está la persona real que encuentra su razón de ser estimulando en sus alumnas y alumnos la curiosidad por el saber. Ese saber total que muy pocos son capaces de explicar a través de las palabras, esa escasa disciplina que para el maestro Borges era la etimología.

Solo en una ocasión disfruté de la charla con este pequeño gran hombre, sabio y divertido a partes iguales. “¡Por fin he puesto cara!”, le dije, “al ‘Segura Munguía”, el método de latín para bachilleres españoles de la editorial Anaya. Para entonces, en la Facultad de Letras de Vitoria, uno ya tenía bien interiorizados los paradigmas y las conjugaciones latinas, y conocía que san Isidoro en sus Etimologías había compendiado todo el saber medieval abarcando desde la creación del mundo hasta las partes de una modesta silla de montar a caballo. Conocía también que Nebrija era un lexicógrafo humanista con varios diccionarios especializados en lenguas clásicas, en medicina, en los sistemas de pesos y medidas, en derecho civil.

Siglos después, uno tenía ante sus ojos —ahora en persona y siempre en libros— a quien había escrito varios manuales de latín, un diccionario etimológico latino-español (incorporando el eusquera), y muchos otros libros sobre jardines, dichos memorables, sobre el ocio, sobre medicina y numerosas ediciones de textos clásicos estudiados, traducidos y anotados.

Todo un canon de autores de iniciación al aprendizaje de las lenguas clásicas y la filología. Solo entonces se llegaba a comprender la diferencia entre ser un profesor de latín (entre cientos) y un maestro ejemplar que hace vida y fuego con las astillas de los ablativos absolutos y los rescoldos del Imperio Romano. Esa pequeña, pero sustancial, diferencia entre ser un molesto estorbo en la vida de tus estudiantes, o servirles modélicamente con tu vocación y estudios.

Solo en aquel momento tuve ocasión de conocer a la persona, pero siempre tengo entre manos el Segura Munguía, su “tantas veces profanado libro”, como le cantaba don Marcelino Menéndez Pelayo a su ajado libro de Horacio. De Segura Munguía puede decirse —seguro que era un hacha explicando la lítotes y aun la hipérbole, en la que ya no se encontraría tan a gusto— que durante al menos toda la segunda mitad del siglo XX, y gracias a sus libros, la antigüedad se alzó a nuestros ojos. Sus 50 años de enseñanza nos quedan ahora depositados y organizados en sus muchos y asediados libros, resultado de esa reconocida grafomanía suya donde unas palabras explican a otras palabras que explican a otras, etcétera. A la manera de nuestros eminentes filólogos, de Isidoro de Sevilla, pasando por Antonio de Nebrija, hasta Santiago de Bilbao.

Felipe González Vega es profesor de Filología Latina en la Universidad del País Vasco (UPV / EHU).

FUENTE: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/02/13/actualidad/1392330974_888767.html

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