Redacción y EFE 31/12/2007
Cada pueblo, cada religión tiene sus ritos para alejar la mala suerte y atraer la fortuna.

El paso a un año nuevo es el momento en que florecen en todas las culturas las supersticiones y los ritos para atraer la suerte y conjurar la fatalidad. «Es el mito del eterno retorno, de la esperanza en un nuevo comienzo, la gente piensa que mañana todo será posible, cuando lo único que ocurre en la medianoche del 31 de diciembre es el paso de un minuto en el reloj», comenta Chester Gillis, profesor del Departamento de Teología de la Universidad de Georgetown.

De forma menos prosaica, la francesa Sophie Lounguine escribe en un libro dedicado a tradiciones y costumbres de fin de año que «cada país, cada pueblo, cada religión tiene sus ritos para alejar la mala suerte y atraer la fortuna… unos ritos tras los cuales se esconde un único deseo: que el año nuevo sea mejor que el anterior». Esos ritos van desde llevar prendas de distintos colores para atraer diversas bonanzas, comer determinados platos, o colocar en los lugares más diversos símbolos de la fortuna. Pero en todo el globo, sigue diciendo Lounguine, hay un ritual común: se limpia con esmero, y a veces con sustancias particulares (incienso, limón, bambú) la casa y el cuerpo, se lleva ropa nueva y se intercambian buenos deseos.

Otra parte de los ritos gira en torno al deseo de dejar atrás los malos momentos del año acabado y romper con las malas costumbres. Así en las oficinas de Brasil o Argentina se tiran por la ventana los papeles viejos, y en Italia se hace lo mismo en las casas con enseres y hasta con muebles.

En algunas páginas de «magia blanca» de Internet se aconseja escribir las cosas malas que han pasado en el año acabado en un papel y luego quemarlo para que no se repitan. Y es que el Año Nuevo no es sólo un momento en que florece la esperanza, sino también, «los miedos concretos o difusos a lo que puede ocurrir», según una prédica para el Nuevo Milenio de la Iglesia protestante de la Resurrección de Bayreuth (Alemania).

Aún lamentando las supersticiones, el sermón recalca que «no se puede ridiculizar este fenómeno… que refleja un miedo real de la gente», un temor comprensible «si se ven los resúmenes de fin de año de los medios de comunicación».

Mientras en Navidad los pueblos de cultura cristiana suelen recurrir a la religión tradicional para responder a estos miedos, en el momento de Año Nuevo florecen las supersticiones ancestrales en auge gracias al movimiento neoespiritual conocido como New Age. Estos movimientos «parecen menos convencionales, más provocativos» y por tanto son más atractivos en la época actual que las religiones tradicionales, dice el profesor Gillis.

Pero la oferta de muchos de los ‘magos’ que hacen su agosto en diciembre mezcla la religión cristiana con las supersticiones, y lo mismo ocurría hasta hace pocos años en las celebraciones de Navidad en las que revivían costumbres bárbaras o romanas.

Así en una de las tiendas esotéricas virtuales de México se puede adquirir a la vez «el kit de la novena de la virgen» y el de los sortilegios para suscitar un amor apasionado. Igualmente, muchos de los ritos supersticiosos de Año Nuevo se practicaban en la Inglaterra victoriana en el momento de la Navidad, en el que se consideraba que con Cristo llegaba la renovación.

El Árbol de Navidad, por ejemplo, era señal de vida larga, por estar siempre verde, y las velas que se colocaban en las ventanas tenían que ver con la intención de alejar a los malos espíritus. La época que va desde la Navidad a la Epifanía era además un momento propicio para adivinar el futuro en el hemisferio norte, porque con la oscuridad y las sombras se creía que la frontera con el más allá era más tenue.

En la Europa anterior a la época moderna, a finales de diciembre se leía en las peladuras de manzana si una chica se iba a casar, en las sombras de una vela si alguien iba a morir y abriendo la Biblia al azar que ocurriría en el año. Los días de oscuridad eran además tiempo de grandes temores que convenía conjurar con fuego, ruido y reuniones de muchas personas. Tanto en la tradición alpina como en la china se recibe por eso el año nuevo con mucho ruido. Hoy día estas manifestaciones se repiten con las fiestas y los fuegos artificiales que ya sólo son para expresar alegría.

Pero también cumpliendo los rituales de buena suerte se puede pasar una noche entretenida: en Alemania se salta al suelo desde una silla para simbolizar el salto al nuevo año y en Italia la buena suerte la trae la ropa interior roja. Ritos más modernos propagados por los grupos «esotéricos» animan a dar vueltas por la calle con una maleta si lo que se desea en el año nuevo es viajar, darse un baño de vino y fruta para atraer el amor y cambiar de año con un billete en la mano para lograr dinero.

Un poco de historia
Fue Julio César, en 47 a. C, quien, siguiendo las indicaciones de un afamado matemático alejandrino, reestructuró el calendario e instauró el 1 de enero como el momento de inicio de un nuevo año en vez del 25 de marzo. El dios bifronte Janus suplantaba en funciones a Martius y el año pasaba a tener dos periodos de seis meses, de enero a junio (solsticio de verano) y de junio a diciembre (solsticio de invierno).

El dios de los comienzos
Janus, en latín puerta, era el dios de los comienzos y el de las dos caras. Un viejo barbudo con una vara en la mano miraba hacia atrás mientras, del otro lado, un joven dirigía su mirada hacia delante con una llave en la mano. Su imagen es toda una alegoría a como lo viejo se deja atrás y se da paso a lo joven, a lo nuevo.

El poeta Ovidio narra en Fastos los regalos y los deseos que se hacían los romanos para recibir el Año Nuevo. No son tan diferentes a los de ahora. Janus contesta a las preguntas de Ovidio y le explica que los higos, la miel y las pasas que se ofrecían los romanos eran para que el Año Nuevo fuera dulce. Sobre las monedas con las que también se obsequiaban los romanos, Ovidio pone en boca de Janus una respuesta irónica y muy actual: «¡Qué poco conoces tu siglo cuando crees que la miel resulta más dulce que una moneda que se recibe!».

El ansia romana de dejar atrás el pasado y el anhelo de que el año joven sea más «dulce» y traiga más fortuna que el anterior sigue muy vigente hoy en día. «Año Nuevo, vida nueva», es una de las frases más socorridas durante la Nochevieja, junto con la lista de los propósitos de enmienda. Al estilo de los romanos, una buena cena -algunos, en familia y otros, con amigos- y el baile son lo único que tienen en común la Nochevieja de todos los países en los que se celebra el 31 de diciembre.

La cena y las uvas
La superstición influye también en el menú de Año Nuevo: un puñado de lentejas simboliza monedas; comer cerdo es presagio de abundancia desde tiempos de la antigüedad egipcia, y en Japón e Italia los tallarines son señal de vida larga.

Sin duda, comerse 12 uvas al son de las campanadas es la tradición más popular durante la Nochevieja. No hay campanario donde no se congreguen personas con ganas de fiesta y con 12 uvas, se dice de la suerte, en la mano. Al ritmo de la campanadas, se deben formular 12 propósitos o deseos, al mismo tiempo que se comen las uvas. Las uvas en España son una tradición muy reciente (los años 20 del siglo pasado) y debida a que los viticultores catalanes tuvieron un año de producción excesiva, pero se ha extendido por el mundo hispano y se supone que cada uva tragada traerá un mes bueno.

Claro que las uvas no son los únicos amuletos a los que nos encomendamos para tener salud, dinero y amor durante el año que empieza. Algunos depositan un anillo de oro en la copa con la que brindarán por la llegada del Año Nuevo.

ENLACES:
Agenda Pagana en CulturaClasica.com
Actividades de Año Nuevo para Cultura Clásica y Latín por Fernando Lillo Redonet