Santiago Alfonso López Navia www.theconversation.com 14/02/2023

El comprensible avance del inglés como idioma de comunicación internacional y su progresiva implantación como segunda lengua en el sistema educativo español han traído como consecuencia el uso cada vez mayor de ciertos anglicismos innecesarios.

Decimos “innecesarios” asumiendo la atinada reflexión de Benito Jerónimo Feijoo en sus Cartas eruditas y curiosas (1742): “es lícito el uso de voz de idioma extraño, cuando no la hay equivalente en el propio”.

¿Por qué decir, pues, mail en lugar de “correo electrónico”? ¿Por qué link y no “enlace”? ¿Es más prestigioso, elegante y ágil un runner que un corredor? ¿Se suda menos y se rinde más “corriendo en inglés”?

De un falso y relativo prestigio parece ir la cosa. Falso, porque el tono que pretenden darse algunos hablantes que usan con frecuencia extranjerismos innecesarios, volviendo al padre Feijoo, tiene mucho de impostación (y no pocas veces de impostura); relativo, porque así como se oye a muchos corredores decir que practican running, no hemos oído por ahora (al menos quien redacta estas líneas) decir a ningún nadador que practica swimming.

Un viaje de vuelta

Cuando la comprensible expansión del inglés se combina con el lamentable olvido del latín, negligentemente arrumbado en el mismo sistema educativo, se producen fenómenos curiosos.

Uno de ellos, y muy ilustrativo, es que muchas personas creen que la ligadura de las dos letras de la conjunción copulativa latina et (y), que ya empieza a usarse en el siglo I y se formula como “&” más o menos entre los siglos VII y IX, es exclusivamente la conjunción and en inglés, idioma en el que el uso de esa grafía ha pervivido con especial vigor.

No menos significativo es el retorno a nuestro idioma de algunos cultismos adoptados por el inglés –que no procede del latín, por cierto– sin evolución gráfica o con alguna alteración mínima. Por poner ejemplos muy extendidos, es el caso, respectivamente, de dos sustantivos masculinos de la tercera declinación de la lengua latina tales como gladiator o predator (cuyo cambio con respecto a praedator es apenas relevante).

Otro tanto podemos decir del sustantivo neutro de la segunda declinación premium (praemium) o de senior, el grado comparativo del adjetivo senex, de la tercera declinación, usado indistintamente para el masculino y el femenino.

El paradójico desajuste se produce por la pronunciación “a la inglesa” de estas palabras en determinados contextos en los que los hablantes se expresan en español. Se habla, por ejemplo, de una oferta “primium” y de un investigador “sinior” (escrito como suena, por entendernos).

El latín “a la inglesa”

Por eso puede chocar en algunos ambientes decir “gladiator” (y no “gladieitor”) para nombrar, por ejemplo, la conocida película de Ridley Scott, o pronunciar “predator” (y no “predeitor”) al referirnos a la serie de películas que empieza en 1987 con John McTiernan.

En ocasiones puede que nuestros interlocutores intenten corregirnos con la mejor voluntad y dirigirnos hacia la pronunciación inglesa, asumiendo que no la conocemos. Pero no es eso, sino que en general lo que no se conoce es el latín.

Lo curioso del desajuste se entenderá mejor si lo comparamos con algunas locuciones latinas tan vivas en el uso común como grosso modo, ipso facto o motu proprio. Nadie las pronuncia “a la inglesa” diciendo “grossou modou”, “ipsou factou” y “motu propriou” (con un toque palatal en la “t”).

Por esa misma lógica, en español (lengua que procede del latín) se debe pronunciar “premium”, “senior”, “gladiator”, “predator” y, en su caso, “terminator”. Otra cosa será cuando se hable en inglés, en donde tiene perfecta lógica seguir las adaptaciones fonéticas naturales en un idioma que no procede del latín.

Hablar inglés sin dañar el español… y sin olvidar el latín

En un momento histórico en el que España y parte de Hispanoamérica estaban enfrentadas a los intereses coloniales de Estados Unidos, un Rubén Darío plenamente impregnado del espíritu panhispánico saludaba a los cisnes, en su poema homónimo, precisamente con “versos latinos”, e interrogaba a la Esfinge : “¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?”.

No lo hacía en los años sesenta la generación de mis mayores con su entrañable pronunciación “a la española” de los nombres de los artistas de cine ingleses y estadounidenses: el apellido de James Stewart se convertía en “Estebart” y el nombre de Humphrey Bogart se pronunciaba “Humpri” (con “h” muda). El apellido del segundo no disonaba mucho, pero ya se puede intuir cómo acababa pronunciándose el nombre del primero.

Por supuesto y por suerte, contando también con los de España, hoy somos muchos los millones de hombres y mujeres que hablamos inglés como segunda lengua imprescindible en la comunicación científica y en las relaciones internacionales. Gracias a los avances de la educación bilingüe, un español ya no es, como decía el gran Luis Carandell en su Diccionario de la españología, una “persona que trata de aprender inglés durante toda su vida”.

Tan solo se trata de algo que, por desgracia, se va haciendo cada vez más y más difícil: no olvidar que sin el latín evolucionado siglo a siglo en el que se escriben estas mismas palabras no existiría el español. No olvidar, en fin, que el estudio del latín, muy lejos de ser un conocimiento inútil, contribuye, entre otras muchas cosas, a que seamos más celosos y menos ignorantes de las raíces y las ramas del árbol antiguo y hermoso de nuestro idioma.

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