www.hola.com 26/01/2011

Aislada del mundo en mitad de la nada, la antigua ciudad caravanera de Palmira se postró ante Roma, y ésta le devolvió el honor vistiéndola de templos y edificios públicos cuyas ruinas despachan en pleno desierto un inesperado descubrimiento.

Desde la capital, Damasco, habrá que contar con al menos tres horas por pedregales y polvorientas aldeas hasta aterrizar en la puesta en escena casi cinematográfica de Palmira, la gran ciudad caravanera que se incorporara al Imperio Romano y viviera siglos de gloria gracias al trasiego de las mercaderías y saberes que fluían a través de la Ruta de la Seda desde lo más profundo de Asia hasta los puertos del Mediterráneo. Lo que quedó de Palmira no se asoma al mar, en absoluto, pero como ya constatara en el XVIII el Conde de Volney en sus escritos sobre las culturas míticas de Oriente Medio, ni en Grecia ni en Italia dejó la Antigüedad algo comparable a lo que contienen estas ruinas en pleno desierto.

Dicen que pudo haber sido levantada en tiempos del rey Salomón, pero sobre lo que ya titubea menos la historia es sobre la pujanza y la independencia que llegó a alcanzar Palmira, conectada con otros epicentros comerciales nabateos como la hoy jordana ciudad de Petra y, al igual que ésta, favorecida tanto por su situación estratégica como por los impuestos nada despreciables que exigía a todo el que quisiera transitar seguro por sus dominios.

El soberbio panorama de ruinas romanas que la visten de arriba abajo parece prueba suficiente de que esta plaza orillada al palmeral que le dio nombre vivió su máximo esplendor en los tiempos de Adriano o Caracalla, pero también de su mítica reina Zenobia. Aunque su biografía sea más digna de un personaje de ficción que de una mujer de carne y hueso, esta Cleopatra siria dejó su nombre asociado para siempre al de Palmira.

A mediados del siglo III, sabiéndose dueña y señora de una de las metrópolis cruciales del Mundo Antiguo, Zenobia se atrevió a desafiar a Roma, perdiendo la partida final ante las huestes de Aureliano. Después fue reconstruida, y pasó de mano en mano entre las grandes civilizaciones que gobernaron por estos pagos, aunque aquella derrota de Zenobia fue el principio del declive de Palmira, que remató en 1089 el terremoto que selló su destino derrumbando gran parte de su grandiosidad y convirtiéndola en un emocionante entramado de ruinas en las que, hasta no hace tanto, se guarecían familias beduinas con sus rebaños.

Caminando a primerísima hora entre las columnas corintias de la Vía Porticada y las evocadoras hechuras del Tetrapylon o, al atardecer, desde el Templo de Baal en el que se realizaban sacrificios al dios supremo de Palmira o, mejor todavía, desde las alturas del castillo árabe de Qalaat Ibn Maan, que vigila su decadencia desde lo alto de una pelada y reseca colina. Si se elige la luz adecuada, la panorámica será soberbia se mire de donde se mire.

Entre sus áridas soledades, sobre una llanura lunar de todos los ocres imaginables despuntan templos y simétricas hileras de columnas desmochadas u orgullosamente en pie, termas, arcos, tumbas y palacios, un gran teatro y, entre medias, un fenomenal batiburrillo de capiteles y fustes, de cornisas, ménsulas y pilastras esparcidas por el suelo bajo el sol de justicia que se niega a concederles clemencia en la vertical del verano.

GUÍA PRÁCTICA
Cómo llegar
Vuelos directos entre Madrid y Damasco, con Syrian Air a partir de 409 €, y haciendo escala, también con otras compañías.

Moverse por Palmira
Para evitarse los cerca de veinte minutos de caminata hasta las ruinas desde Tadmor –la anodina ciudad en la que se concentran hoteles, restaurantes y zocos, y en la que viven los lugareños– puede tomarse un taxi, y algunos incluso hacen el tramo en bici. La opción del taxi es la más cómoda, y es fácil acordar un precio cerrado con el conductor para todos los trayectos y excursiones que quieran hacerse en los días en Palmira. Sobre todo en verano, es mucho más recomendable madrugar y disfrutar las ruinas con la mejor luz y el fresco de la mañana, regresar al pueblo o al hotel cuando empieza a apretar el calor, y volver a las ruinas unas horas antes del atardecer para terminar de visitarlas y culminar el día admirando el ocaso desde las alturas del castillo árabe.

Viajes organizados
Iberojet (en cualquier agencia de viajes) es una de las muchas mayoristas que ofrecen circuitos por este destino. Su programa Siria Clásica incluye los vuelos, siete noches de hotel y recorrido guiado por Damasco, Palmira, Crac de los Caballeros, Hama, Aleppo, San Simeón, Sergilla, Apamea, Homs, el Monasterio de Mar Mousa, Maloula y Bosra, a partir de 1.000 €. También tiene otros circuitos que combinan Siria con la vecina Jordania y hasta con Líbano.

Dónde dormir
Abundan en el pueblo alojamientos de todas las categorías, aunque ninguno con la ubicación del lujoso Zenobia Cham Palace, con vistas a las ruinas y en un edificio totalmente renovado hace un par de años entre el palmeral. También entre los mejores, los cinco estrellas Tadamora Palace y Dedeman Palmyra.

Dónde comer
La terraza del mencionado Zenobia Cham Palace es una estupenda opción gracias, más que por la comida en sí, por las vistas a las ruinas. Ya en la ciudad, el Wadi Restaurant (cerca del hotel Citadel) mucho más casero y tradicional, ofrece sabores locales a disfrutar, si el tiempo acompaña, en otra bonita terraza. Los restaurantes de la zona, al estar en su mayoría orientados a los turistas de paso, raras veces despachan las auténticas delicias que sí es fácil encontrar en los restaurantes de Damasco o Aleppo.

No te pierdas
Los gloriosos atardeceres que regalan en sus tardes inspiradas las alturas de la fortaleza medieval de Qalaat Ibn Maan sobre el desierto y las ruinas, tiñéndolo todo de color azafrán como colofón del día en Palmira.

Más información
En la Embajada de Siria, en Madrid (Tel. 91 420 16 02), donde conseguir el visado obligatorio para entrar al país, y en Turismo de Siria.