Abel B. Veiga Copo www.elprogreso.es 12/06/2023

Se apagó la llama de la vida, de esas vidas frágiles que, sin cansancio, cabalgan sobre el oleaje de la historia, acercándola, tímida pero valientemente, a nuestras apresuradas cotidianidades en las que apenas hay tiempo para la reflexión y el pensamiento. Nuccio Ordine acaba de dejarnos casi sorpresivamente. Inesperadamente. El humanista, el poeta, el filósofo, el erudito, el hombre en esencia de humanidad e inteligencia pura sufrió un derrame cerebral apenas días después de una intervención de cadera.

Pocas veces he escuchado una defensa tan firme y clara, sí, claridad en estos tiempos estériles y donde lo artificial arrodilla a lo humano, inteligencia incluida, de la educación, de los valores, del humanismo como cuando la Universidad Pontificia Comillas hace ahora apenas quince meses le invistió como doctor honoris causa. Un atronador discurso, firme, valiente, culto, decidido y crítico evidenciaban simplemente lo que Ordine era y es y seguirá siendo, altavoz melódico de un pensamiento puro, humano, atestado y arrebatador de principios y valores con una centralidad clara, el ser humano frente a todo, epicentro, punto y partida de un destino que entronca con lo que los clásicos han pensado y regalado a la esencia del pensamiento.

No menos brillante fue la laudatio del profesor Valastro y el cierre del rector Enrique Sanz. Había, hay y habrá siempre tiempo y espacio para el hombre, para la razón, para la idea. Y lo hay y lo habrá porque el hombre no es una isla, ni tampoco inútil en su inmanente utilidad. Ordine, el pensador de Calabria, el hombre y niño humilde para toda la vida, vivía y sentía desde su origen y tierra el espíritu y la cercanía omnisciente de los clásicos. De quienes nos ayudaron para transitar por las procelosas e insondables para muchos y para los siglos aguas del pensamiento, del cuestionamiento, de la crítica. El filósofo, amigo y admirador de Lledó, tan pronto profesor en Harvard como en la Sorbona, o en Berlín, o en cualquier universidad donde la excelencia del talento también estudiaba con becas o gratis como en su entrañable América Latina.

Amigo de sus amigos, discípulo del saber, erudito de la palabra escrita y la belleza formal de lo verbal, provocador del pensamiento crítico, era y es un grito de rebeldía frente al conformismo silente y egoísta de una sociedad hoy desabrida, maniquea y hedonista, ausente de capacidad crítica y deudora tributaria absolutamente del imperio de la tecnología, la misma que puede terminar por desplazar al ser humano.

Empezó aquel bellísimo discurso honoris causa recordando al gran Albert Camus, cuando escribió a su vez a su profesor el señor Germain aquella emotiva carta tras recibir la comunicación del Nobel. Todo se lo debía a sus profesores, a aquel profesor. El valor de la educación. Así era Ordine. Valor, educación y la conciencia de un mundo nuestro aguijoneado por la falacia de lo superficial y la mezquindad de la relatividad más funesta y apriorísticamente irrelevante. Voz decidida, firme, rocosa en sus principios y convicciones, progresista, soñador realista, poeta y filósofo vital y profundamente humanista. La plasmación de la felicidad del saber, del transmitir. El placer del hombre profesor siempre con una eterna, ahora sí, sonrisa. Cultivador del saber por el saber, simplemente el saber. El sabio humilde. El mayor estudioso del gran Giordano Bruno con el que sin duda entablará ahora sus nuevos y directos debates.

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