A
este
paso,
las
premoniciones
de
Orwell
van
a
quedarse
en
candorosas
nanas.
Ahora
resulta
que
la
Europa
de
Goethe,
de
Skakespeare,
de
Cervantes...
no
es
de
letras.
Se
diría
que
el
virus
del
todopoderoso
neoliberalismo
galopante
que
impregna
la
Constitución
Europea
ha
alcanzado
las
fibras
que
rigen
las
materias
de
lo
incomprensible.
Resulta
que
para
converger
(
convergir,
prefiere
el
diccionario
aunque
a
nadie
le
interese
el
diccionario)
con
el
proyectado
«Espacio
Europeo
de
Educación
Superior»
es
preciso
sacrificar
en
el
altar
del
absurdo
a
la
Historia
del
Arte.
Y,
en
una
segunda
entrega,
a
las
Humanidades
y
alguna
Filología
que
a
alguno
parece
que
le
sobra.
Sólo
cuando
pasan
los
años
uno
reconoce
con
nitidez
el
poso
fecundo
que
dejaron
el
enojoso
latín
y
la
filosofía.
Esas
materias
que
no
servían
«para
nada»
resulta
que
luego
son
claves
para
apreciar
el
lenguaje,
las
palabras,
como
la
cadena
más
larga
y
preciosa
de
la
historia
y
de
la
cultura,
como
el
mejor
amigo
para
comprender
el
mundo.
También,
para
la
formación
de
espíritus
críticos
y
juiciosamente
rebeldes.
Algo
tan
importante
en
estos
tiempos
de
pensamiento
plano
y
teledirigido
donde
circulan
sin
cesar
las
ruedas
de
molino
y
donde
se
echa
de
menos
el
disenso
valiente
y
coherente.
A
este
paso,
las
premoniciones
de
Orwell
van
a
quedarse
en
candorosas
nanas.
No
cabe
duda
de
que
la
variopinta
y
ya
indescifrable
sucesión
de
modelos
educativos
que
nos
hemos
dado
en
los
últimos
años
está
probablemente
en
la
base
de
un
desconcierto
e
incertidumbre
generalizados;
tan
lesivos
cuando
se
habla
de
educación.
Pero
algo
está
claro:
o
la
escuela
«humaniza»
o
mejor
cerrarla.