¿Y
para
qué
sirve
el
latín
o
el
griego?,
debieron
preguntarse.
Coño,
pues
para
nada,
si
acaso
para
molestar
porque
son
lenguas
muertas.
No
tenemos
suerte
con
las
humanidades.
Primero
el
latín
y
el
griego
sufrieron
un
acoso
que
les
orilló
hacia
la
nada.
¿Y
para
qué
sirve
el
latín
o
el
griego?,
debieron
preguntarse.
Coño,
pues
para
nada,
si
acaso
para
molestar
porque
son
lenguas
muertas
y
a
los
fiambres
se
les
condena
a
la
oscuridad
eterna
de
los
cementerios
rodeados
de
espirituales
cipreses,
ese
árbol
por
cierto
tan
romano.
Ahora,
algunos
cráneos
privilegiados,
andan
planeando
suprimir
la
carrera
de
Historia
del
Arte.
Se
conoce
que
también
odian
la
historia
del
arte
o
bien
porque
no
tienen
ni
idea
de
arte,
o
porque
no
poseen
ningún
tipo
de
sensibilidad
artística
o,
simplemente,
porque
son
de
un
imbécil
inaguantable
y
piensan
que
cualquier
disciplina
relacionada
con
las
humanidades
es
un
lastre
y
un
peñazo
en
estos
nuestros
nuevos
tiempos
saturados
de
chips,
microchips,
ordenatas
y
líneas
ADSL.
Se
diría
que
nos
quieren
convertir
en
ciudadanos
con
aspecto
de
robot,
en
seres
exentos
de
cualquier
capacidad
hacia
la
ensoñación
frente
a
un
cuadro,
en
mentes
despojadas
de
cualquier
sentimiento
evocador
ante
la
contemplación
de
una
obra
de
arte.
Pero
olvidan
el
inmenso
patrimonio
artístico
de
España,
lo
robusto
de
las
entrañas
de
nuestros
museos
y
el
placer
que
muchos
sentimos
al
escuchar
las
explicaciones
desgranadas
por
un
entendido
en
la
materia,
un
licenciado
en
Historia
del
Arte
sin
ir
más
lejos.
Pero
qué
importa.
Aniquilemos
las
humanidades.
Fuera
la
historia
del
arte,
y
ya
puestos,
la
literatura,
y
luego
también
la
lengua,
porque
al
final
no
sabremos
ni
hablar
y
a
nuestros
deslumbrantes
dirigentes,
ya
que
nos
entendemos
con
el
lenguaje
abreviado
de
los
móviles,
no
les
importará.