Arqueología
en
Écija,
balance
de
una
'explotación'
a
cielo
abierto
que
ha
durado
ocho
años.
Como
si
de
una
Roma
a
escala
se
tratara.
No
es
hipérbole.
Así
es
la
Écija
que
ha
venido
aflorando
en
la
Plaza
del
Salón
desde
finales
de
1997
a
propósito
del
proyecto
de
construcción
de
un
aparcamiento
subterráneo.
Y
claro,
a
poco
que
se
escarbe,
reverdece
el
pasado,
que
nos
revisita
para
pavonearse
cuando
puede,
como
es
el
caso,
en
el
que
la
Astigi
romana
alcanza
un
periodo
de
brillantez,
riqueza
y
boato
comparables
al
de
la
metrópoli.
3.600
metros
cuadrados
dan
mucho
juego.
La
bicoca
del
arqueólogo,
atenazado
a
diario
entre
las
apreturas
de
sondeos
minúsculos
y
las
habituales
presiones
de
los
constructores
privados.
Imagine
el
lector
una
gran
plaza
rectangular
rebanada
al
método
científico.
No
hay
que
profundizar
demasiado
para
que
broten
datos
de
episodios
pretéritos.
Entre
metro
y
medio
y
dos
metros
de
profundidad
hay
condensados
20
siglos.
¿Alguien
da
más?
El
Salón,
nombre
con
que
el
vulgo
denomina
la
plaza,
es
una
mina
que
durante
ocho
años
(con
parones
burocráticos
por
medio)
se
ha
excavado
a
cielo
abierto.
No
había
oro
ni
plata
ni
azogue,
sino
arqueología
en
estado
puro,
información
clave
para
reconstruir
uno
de
los
momentos
dorados
de
la
cronología
ecijana,
el
romano.
No
cabe
otra
interpretación
cuando
se
visitan
los
almacenes
del
Museo
Histórico
Municipal,
atestados
con
unos
4.000
fragmentos
romanos
de
mármol,
por
otros
10.000
de
cerámica,
amén
de
cuatro
mosaicos
completos.
Tamaña
cantidad
de
piezas
escolta
a
esas
otras
que
han
sido
y
son
las
perlas
con
nombre
propio
de
tantos
años
de
excavaciones:
es
el
caso
de
la
imponente
escultura
de
la
Amazona
herida,
que
apareció
intacta
y
con,
cosa
rarísima,
restos
de
la
policromía
que
lució
en
origen;
una
cabeza
de
atleta
de
excelente
factura
hallada
recientemente,
un
torso
también
de
atleta,
una
cabeza
de
Marte,
la
lápida
de
una
tumba
visigoda
en
la
que
se
ofrece
el
DNI
del
finado...
Piezas
todas
cuyo
eco
ha
excedido
con
mucho
los
límites
de
la
provincia
para
motivar
la
curiosidad
y
el
interés
de
no
pocos
especialistas,
asombrados
por
la
cantidad
y
calidad
de
lo
ganado
a
la
tierra,
que
tampoco
ha
sido
poco
en
lo
referente
a
Istiyya,
la
Écija
islámica.
La
excavación
está
prácticamente
finiquitada.
El
que
se
acerque
hasta
El
Salón
ya
no
verá
más
que
grúas
y
demás
maquinaria,
lo
que
indica
que
el
proyecto
ha
pasado
a
una
nueva
fase.
Es
tiempo
de
ajustar
el
proyecto
ganador
del
concurso
de
ideas
convocado,
que
reservará
un
espacio
in
situ
para
la
arqueología,
escaso
a
tenor
de
los
hallazgos
pero
en
cualquier
modo
imprescindible.
Se
trata
de
conservar
la
piscina,
eje
vertebrador
de
un
pequeño
centro
de
interpretación
que
remitirá
forzosamente
al
museo
de
Écija,
lugar
donde
por
fortuna
se
exhibirá
lo
mucho
aparecido
(otras
localidades
no
pueden
decir
lo
mismo,
pese
a
las
reiteradas
solicitudes
elevadas
ante
los
responsables
de
la
Consejería
de
Cultura).
¿Y
qué
es
lo
aparecido?
Historia
en
estado
puro,
la
que
va
desde
el
primer
expediente
constructivo
de
la
plaza,
que
data
del
siglo
XV,
y
se
pierde
en
época
romana.
Esos
cinco
siglos
durante
los
que
el
solar
ha
permanecido
como
plaza
pública
–y,
por
tanto,
escasamente
urbanizado,
casi
virgen–
han
permitido
obtener
un
nivel
de
conservación
óptimo
en
los
restos
de
etapas
anteriores.
A
sólo
medio
metro
de
profundidad
afloraban
los
límites
de
una
maqbara
o
cementerio
islámico
cuyas
proporciones
sorprendieron
a
propios
y
extraños,
con
más
de
4.000
cuerpos
repartidos
a
lo
largo
y
ancho
de
un
área
que
se
sospecha
ocuparía
no
menos
de
7.000
metros
cuadrados.
"La
Écija
islámica
se
conoce
muy
mal",
explica
Sergio
García-Dils,
arqueólogo
municipal
de
la
ciudad
y
director
de
la
tercera
y
última
fase
de
las
excavaciones
en
El
Salón.
Ahora
se
sabe
más
de
aquella
Istiyya,
lo
que
no
oculta
que
los
antropólogos
se
hayan
visto
desbordados
ante
tanta
tumba
y
tantos
huesos.
"No
se
olvide
que
Écija
fue
la
primera
gran
ciudad
romana
que
invadieron
los
musulmanes
a
partir
del
año
711",
recuerda
el
arqueólogo,
lo
que
explicaría
su
densidad
humana
apreciable.
El
expediente
romano
se
ha
constatado
justo
por
debajo,
entre
1,5
y
2,5
metros
de
profundidad,
cota
exigua
si
se
la
compara
con
las
más
profundas
en
las
que
suele
documentarse
la
huella
de
Hispalis
en
Sevilla,
a
menudo
con
acceso
dificultado
por
el
nivel
freático.
No
así
en
Écija,
cuya
Astigi
ha
emergido
dibujando
dos
espacios
bien
diferenciados:
por
un
lado,
el
de
las
domus
romanas,
sus
tabernas
y
comercios;
por
otro,
el
delimitado
por
un
contrafuerte
de
sillares,
en
cuyo
interior
se
alzó
un
recinto
de
culto
imperial
(temenos)
del
que
sólo
se
ha
hallado
la
piscina,
teniéndose
la
sospecha
de
que
el
templo
sobre
podio
sirvió
de
asiento
para
la
aledaña
Iglesia
de
Santa
Bárbara.
El
paralelo
de
la
Mérida
romana
(Emerita
Augusta)
ha
sido
crucial
para
desterrar
la
hipótesis
original
en
torno
a
esta
zona
de
culto,
que
la
asociaba
a
unas
termas.
"El
esquema
de
Mérida
y
el
de
Écija
ofrecen
planos
arquitectónicos
calcados
e
igual
orientación,
con
ligera
diferencia
del
de
Écija,
algo
mayor",
revela
García-Dils.
La
tecnología
permite
hacer
la
prueba
y,
en
efecto,
los
trazos
casan
a
la
perfección.
"Ambas
ciudades
fueron
fundaciones
militares
de
Augusto",
aclara.
La
valía
de
los
hallazgos
es
tal
que
incluso
los
expertos
han
podido
documentar
empíricamente
lo
que
cuentan
las
crónicas:
que
Astigi
fue
una
deductio,
es
decir,
un
área
colonizada
por
tres
legiones
de
veteranos
con
sus
correspondientes
familias.
Una
Roma
sureña
a
escala.
Romanos
que
se
comportan
como
tales
y
construyen
sus
casas
a
base
de
piedra
caliza,
como
en
la
metrópoli,
sólo
que
en
Astigi
deben
traerla
de
lejanas
canteras
porque
por
estos
pagos
sólo
existe
la
calcarenita,
más
blanda,
reservada
en
un
primer
momento
para
las
edificaciones
de
uso
imperial.
De
todas
estas
técnicas
constructivas
dan
fe
los
hallazgos,
que
han
arrojado
columnas
y
capiteles
hechos
con
calcarenita
durante
ese
primer
expediente
constructivo
de
Astigi.
Al
igual
que
han
aparecido
otros,
éstos
ya
de
mármol,
que
manifiestan
el
apogeo
hacia
el
que
evolucionó
la
deductio
a
mediados
del
siglo
I.
"Es
el
gran
momento
de
la
ciudad,
que
crece
como
la
espuma
al
calor
del
comercio
con
su
bien
más
preciado,
el
aceite
de
oliva.
Y
como
símbolo
de
ese
orto,
se
copian
las
modas
de
Roma,
las
construcciones
en
mármol
y
granito,
se
demuelen
los
templos
hechos
con
la
tosca
piedra
local
y
surge
la
Astigi
esplendorosa.
Llega
la
marmorización",
describe
García-Dils.
Es
el
momento,
en
consecuencia,
de
los
ricos
comerciantes
del
aceite
–"el
petróleo
de
la
Antigüedad"–,
suministrado
al
todopoderoso
ejército
romano
en
exclusiva
desde
Astigi.
Y
también
la
época
dorada
de
los
alfareros,
que
crean
al
calor
de
la
demanda
un
polo
industrial
que
se
extendía
desde
Écija
a
Palma
del
Río,
20
kilómetros
de
hornos
donde
no
se
paraba
de
hacer
vasijas
en
las
que
depositar
tan
preciado
elemento
–en
el
Testaccio
se
han
localizado
entre
75
y
80
millones
de
ánforas
con
el
sello
astigitano,
ahí
es
nada–.
Pujanza
romana
que
poco
a
poco
iría
menguando
con
el
correr
de
las
centurias,
como
también
se
ha
documentado.
De
hecho,
las
viviendas
mantienen
básicamente
sus
núcleos
principales
desde
el
siglo
I
hasta,
como
poco,
el
VII,
con
las
lógicas
transformaciones
y
ampliaciones
(sin
ir
más
lejos,
se
ha
hallado
una
basílica
visigoda
con
26
tumbas).
Fue
en
estos
momentos
de
ocaso
cuando
la
zona
de
culto
imperial
debió
degradarse,
quedando
la
piscina
(se
estima
que
hacia
el
siglo
V)
como
escombrera
de
excepción
en
cuyo
interior
dormitaban
a
buen
recaudo
algunas
de
las
piezas
más
lucidas
de
la
excavación,
caso
de
la
Amazona
herida,
santo
y
seña
de
la
antigua
Astigi
y
de
la
Écija
contemporánea.