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28/05/2005

Felipe Villegas ● www.diariodesevilla.com 

La nueva Roma sureña
Arqueología en Écija, balance de una 'explotación' a cielo abierto que ha durado ocho años.

Como si de una Roma a escala se tratara. No es hipérbole. Así es la Écija que ha venido aflorando en la Plaza del Salón desde finales de 1997 a propósito del proyecto de construcción de un aparcamiento subterráneo. Y claro, a poco que se escarbe, reverdece el pasado, que nos revisita para pavonearse cuando puede, como es el caso, en el que la Astigi romana alcanza un periodo de brillantez, riqueza y boato comparables al de la metrópoli.

3.600 metros cuadrados dan mucho juego. La bicoca del arqueólogo, atenazado a diario entre las apreturas de sondeos minúsculos y las habituales presiones de los constructores privados. Imagine el lector una gran plaza rectangular rebanada al método científico. No hay que profundizar demasiado para que broten datos de episodios pretéritos. Entre metro y medio y dos metros de profundidad hay condensados 20 siglos. ¿Alguien da más?

El Salón, nombre con que el vulgo denomina la plaza, es una mina que durante ocho años (con parones burocráticos por medio) se ha excavado a cielo abierto. No había oro ni plata ni azogue, sino arqueología en estado puro, información clave para reconstruir uno de los momentos dorados de la cronología ecijana, el romano. No cabe otra interpretación cuando se visitan los almacenes del Museo Histórico Municipal, atestados con unos 4.000 fragmentos romanos de mármol, por otros 10.000 de cerámica, amén de cuatro mosaicos completos.

Tamaña cantidad de piezas escolta a esas otras que han sido y son las perlas con nombre propio de tantos años de excavaciones: es el caso de la imponente escultura de la Amazona herida, que apareció intacta y con, cosa rarísima, restos de la policromía que lució en origen; una cabeza de atleta de excelente factura hallada recientemente, un torso también de atleta, una cabeza de Marte, la lápida de una tumba visigoda en la que se ofrece el DNI del finado... Piezas todas cuyo eco ha excedido con mucho los límites de la provincia para motivar la curiosidad y el interés de no pocos especialistas, asombrados por la cantidad y calidad de lo ganado a la tierra, que tampoco ha sido poco en lo referente a Istiyya, la Écija islámica.

La excavación está prácticamente finiquitada. El que se acerque hasta El Salón ya no verá más que grúas y demás maquinaria, lo que indica que el proyecto ha pasado a una nueva fase. Es tiempo de ajustar el proyecto ganador del concurso de ideas convocado, que reservará un espacio in situ para la arqueología, escaso a tenor de los hallazgos pero en cualquier modo imprescindible. Se trata de conservar la piscina, eje vertebrador de un pequeño centro de interpretación que remitirá forzosamente al museo de Écija, lugar donde por fortuna se exhibirá lo mucho aparecido (otras localidades no pueden decir lo mismo, pese a las reiteradas solicitudes elevadas ante los responsables de la Consejería de Cultura).

¿Y qué es lo aparecido? Historia en estado puro, la que va desde el primer expediente constructivo de la plaza, que data del siglo XV, y se pierde en época romana. Esos cinco siglos durante los que el solar ha permanecido como plaza pública –y, por tanto, escasamente urbanizado, casi virgen– han permitido obtener un nivel de conservación óptimo en los restos de etapas anteriores.

A sólo medio metro de profundidad afloraban los límites de una maqbara o cementerio islámico cuyas proporciones sorprendieron a propios y extraños, con más de 4.000 cuerpos repartidos a lo largo y ancho de un área que se sospecha ocuparía no menos de 7.000 metros cuadrados. "La Écija islámica se conoce muy mal", explica Sergio García-Dils, arqueólogo municipal de la ciudad y director de la tercera y última fase de las excavaciones en El Salón. Ahora se sabe más de aquella Istiyya, lo que no oculta que los antropólogos se hayan visto desbordados ante tanta tumba y tantos huesos. "No se olvide que Écija fue la primera gran ciudad romana que invadieron los musulmanes a partir del año 711", recuerda el arqueólogo, lo que explicaría su densidad humana apreciable.

El expediente romano se ha constatado justo por debajo, entre 1,5 y 2,5 metros de profundidad, cota exigua si se la compara con las más profundas en las que suele documentarse la huella de Hispalis en Sevilla, a menudo con acceso dificultado por el nivel freático.

No así en Écija, cuya Astigi ha emergido dibujando dos espacios bien diferenciados: por un lado, el de las domus romanas, sus tabernas y comercios; por otro, el delimitado por un contrafuerte de sillares, en cuyo interior se alzó un recinto de culto imperial (temenos) del que sólo se ha hallado la piscina, teniéndose la sospecha de que el templo sobre podio sirvió de asiento para la aledaña Iglesia de Santa Bárbara.

El paralelo de la Mérida romana (Emerita Augusta) ha sido crucial para desterrar la hipótesis original en torno a esta zona de culto, que la asociaba a unas termas. "El esquema de Mérida y el de Écija ofrecen planos arquitectónicos calcados e igual orientación, con ligera diferencia del de Écija, algo mayor", revela García-Dils. La tecnología permite hacer la prueba y, en efecto, los trazos casan a la perfección.

"Ambas ciudades fueron fundaciones militares de Augusto", aclara. La valía de los hallazgos es tal que incluso los expertos han podido documentar empíricamente lo que cuentan las crónicas: que Astigi fue una deductio, es decir, un área colonizada por tres legiones de veteranos con sus correspondientes familias. Una Roma sureña a escala.

Romanos que se comportan como tales y construyen sus casas a base de piedra caliza, como en la metrópoli, sólo que en Astigi deben traerla de lejanas canteras porque por estos pagos sólo existe la calcarenita, más blanda, reservada en un primer momento para las edificaciones de uso imperial.

De todas estas técnicas constructivas dan fe los hallazgos, que han arrojado columnas y capiteles hechos con calcarenita durante ese primer expediente constructivo de Astigi. Al igual que han aparecido otros, éstos ya de mármol, que manifiestan el apogeo hacia el que evolucionó la deductio a mediados del siglo I. "Es el gran momento de la ciudad, que crece como la espuma al calor del comercio con su bien más preciado, el aceite de oliva. Y como símbolo de ese orto, se copian las modas de Roma, las construcciones en mármol y granito, se demuelen los templos hechos con la tosca piedra local y surge la Astigi esplendorosa. Llega la marmorización", describe García-Dils.

Es el momento, en consecuencia, de los ricos comerciantes del aceite –"el petróleo de la Antigüedad"–, suministrado al todopoderoso ejército romano en exclusiva desde Astigi. Y también la época dorada de los alfareros, que crean al calor de la demanda un polo industrial que se extendía desde Écija a Palma del Río, 20 kilómetros de hornos donde no se paraba de hacer vasijas en las que depositar tan preciado elemento –en el Testaccio se han localizado entre 75 y 80 millones de ánforas con el sello astigitano, ahí es nada–.

Pujanza romana que poco a poco iría menguando con el correr de las centurias, como también se ha documentado. De hecho, las viviendas mantienen básicamente sus núcleos principales desde el siglo I hasta, como poco, el VII, con las lógicas transformaciones y ampliaciones (sin ir más lejos, se ha hallado una basílica visigoda con 26 tumbas). Fue en estos momentos de ocaso cuando la zona de culto imperial debió degradarse, quedando la piscina (se estima que hacia el siglo V) como escombrera de excepción en cuyo interior dormitaban a buen recaudo algunas de las piezas más lucidas de la excavación, caso de la Amazona herida, santo y seña de la antigua Astigi y de la Écija contemporánea.

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