En
Roma
se
registraban
con
el
nombre
del
puerto
de
salida.
La
ciudad
de
Tarraco
recibió
ánforas
procedentes
de
otros
rincones
del
Mediterráneo
desde
su
fundación
hasta
e
siglo
VII.
Antioquía,
Gaza,
Egipto,
Norte
de
África,
Asia
Menor
fueron
puntos
de
salida
de
productos
que,
envasados
en
ánforas,
llegaron
a
las
dársenas
de
Tarraco
para
ser
distribuidos
por
todo
el
territorio.
Las
ánforas
constituyeron
el
recipiente
idóneo
para
el
transporte
por
mar
de
mercancías.
Una
de
las
personas
que
en
Tarragona
mejor
conocen
el
mundo
de
las
ánforas
romanas
es
Josep
Anton
Remolà,
arqueólogo
y
conservador
del
Museu
Nacional
Arqueològic
(MNAT).
«Las
ánforas
ya
acompañaban
a
los
ejércitos
que
ocuparon
Hispania»
y
fue
hacia
la
época
de
Augusto,
en
el
tránsito
del
siglo
I
aC
al
siglo
I
dC
cuando
se
extiende
la
producción
de
este
modelo
de
envases
en
el
entorno
de
Tarraco.
Remolà
informó
que
en
el
MNAT
se
conserva
una
destacada
colección
de
ánforas,
«representativas
de
un
largo
período
histórico
que
abarca
desde
la
fundación
de
la
ciudad
al
siglo
VII».
«Conocemos
mejor
las
que
llegaron
a
nuestra
ciudad
que
las
que
salieron
de
Tarraco».
Los
centros
productores
de
ánforas
que
hubo
en
las
proximidades
de
la
ciudad
«se
conocen
parcialmente
o
,
en
algunos
casos,
no
se
han
excavado
en
su
totalidad
o
se
han
perdido
debido
a
la
actividad
agraria».
Sí
se
sabe
con
absoluta
seguridad
que
ya
en
el
siglo
I
aC
las
dársenas
de
Tarraco
recibían
barcos
cargados
con
ánforas
procedentes
de
Roma
y
Cartago.
En
aquel
período
histórico
no
había
muchas
alternativas
para
trasportar
productos.
Cerámica,
vidrio,
madera
o
pieles
de
animales
fueron
algunos
materiales
que
se
utilizaron
en
la
fabricación
de
recipientes.
«El
mejor
recipiente
para
el
transporte
por
mar
de
productos
como
aceite
y
vino
fue
la
ánfora
con
forma
de
puntal».
Para
el
traslado
de
productos
al
interior
del
territorio
solían
utilizarse
toneles
de
madera
y
receptáculos
confeccionados
con
pieles
de
animales,
que
eran
más
resistentes
que
las
ánforas
de
cerámica.
Material
reutilizado
Las
ánforas
tenían
normalmente
una
vida
corta.
Pocas
eran
reutilizadas,
pero
nunca
para
volver
a
ser
rellenadas
con
aceite,
vino
y
otros
productos
para
ser
reenviadas
a
nuevos
destinos.
La
Necrópolis
de
Tarragona
es
uno
de
los
mejores
ejemplos
de
reutilización
de
ánforas,
en
esta
ocasión
como
enterramientos.
Remolà
explicó
que
también
las
utilizaban
en
arquitectura,
«para
aligerar
el
peso
de
las
bóvedas
y
otras
estructuras».
En
Tarraco
no
existe
ningún
elemento
con
estas
características,
pero
sí
en
muchas
ciudades
del
Imperio.
Algunas
ánforas
estaban
marcadas
por
el
propietario
o
el
responsable
del
transporte.
«Se
han
localizado
ejemplares
que
contienen
registros
fiscales
pintados
sobre
la
cerámica»,
dijo
Remolà.
Cuando
llegaban
a
Roma,
«se
certificaba
su
contenido,
el
puerto
de
salida
y
el
nombre
del
propietario». |