Una
vez
más,
y
con
toda
la
razón
del
mundo,
la
Sociedad
Española
de
Estudios
Clásicos
(SEEC)
deja
oír
su
voz.
Muy
autorizada
voz,
lo
mismo
por
lo
que
se
refiere
a
las
materias
de
su
estudio
—Griego,
Latín
y
los
hechos
culturales
que
de
tales
lenguas
se
siguen—
que
al
quehacer
general
propio
del
sistema
educativo
que
más
bien
padecemos
que
gozamos.
Tal
sociedad
no
podía
ni
debía
guardar
silencio
ante
una
reforma
educativa
que
no
nos
va a
regalar
precisamente
con
un
énfasis
en
todo
cuanto
las
lenguas
clásicas
—¡y
en
modo
alguno
muertas!—
significan
y no
sólo
para
formar helenistas
y
latinistas,
sino
hombres
y
mujeres
verdaderamente
cultos.
Todo
lo
contrario
de
lo
que
se
nos
avecina
junto,
por
ejemplo...,
con
la
ignorancia
oficial,
laica,
laicista,
de
la
Religión.
A miembros de dicha entidad de estudios clásicos, así como a todo aquel que desee suscribirlo, se nos propone un manifiesto al que ninguna persona aspirante a ser culta dejará de interesar, desde los docentes a los padres de familia con hijos estudiando. Ante la pública y notoria «pérdida de calidad, tal como evidencian los resultados que obtienen nuestros escolares en el contexto internacional», se propone lo siguiente. Citas, literales y extensas, pero creo que merecen la pena. «Que cualquier reforma del sistema educativo debe velar por preservar de manera muy especial el dominio de la propia lengua, así como un conocimiento amplio de contenidos humanísticos (Historia, Literatura, Filosofía, Arte, Geografía, etc.), con el fin de formar auténticos ciudadanos, dotados de criterio propio, y no simplemente trabajadores útiles para un mercado cada vez más competitivo y globalizado».
Muy acertado eso de «trabajadores útiles, etc.». Dedo en la llaga. Otro párrafo importante: «Que el estudio de las lenguas clásicas, el Latín, el Griego, y de la cultura que de ellas surgió y que ha contribuido a conformar en buena medida lo que hoy entendemos por civilización occidental, debe garantizarse y propiciarse, pues contribuye de manera decisiva a que los jóvenes comprendan el mundo en que les ha tocado vivir y sepan apreciar los valores que Occidente ha desarrollado y extendido por todo el mundo». Y todavía, punto final: «Que el conocimiento de las lenguas y de la cultura clásica favorece, además, el dominio de la propia lengua y la comunicación entre los ciudadanos de la Unión Europea, al tiempo que facilita la comprensión de la terminología científica y técnica de cualquier ámbito del saber». ¿Hay que explicar la importancia de todo esto, de su obvio significado? Yo diría que no, pero una vez más se ha llegado a la necesidad de proclamar lo evidente, dado que no lo tiene en cuenta un Gobierno que en modo alguno debiera ignorarlo.
Sin ánimo de insistir en lo paladino, creo que importa resaltar que en su manifiesto —que desde luego suscribo— la SEEC en modo alguno se mueve en un pasado remoto, sino en la más clara actualidad, precisamente ahora que a todos los españoles se nos ha consultado acerca de la esencia y configuración de una Europa que no se entendería sin Grecia y sin Roma. Tampoco se acaba de entender sin el Cristianismo que la laicidad se ha empeñado en soslayar en la declaración de intenciones del texto constitucinal europeo. Por otra parte, el manifiesto viene a responder a esa tópica y bobalicona pregunta que todavía tantos padres dejan caer: «¿Pero para qué sirve estudiar Latín y Griego?»
No sé hasta qué punto las opiniones de la SEEC. van a influir en unos proyectos pedagógicos que, por aquello de la mayoría en el Parlamento, «a priori» hay que temer inmodificables. En lo que parece una decisión, o una moda..., de nivelar por abajo, las Humanidades no tienen muy buena prensa en los actuales ámbitos del poder. Como si el estudio del Griego, del Latín y de las Humanidades fuese algo poco o nada progresista y escasamente democrático. ¿En qué país y en qué lengua se acuñó el término «democracia»? |