Reinhard
Lehmann,
catedrático
de
la
Universidad
Gutenberg
-que
alberga
la
primera
imprenta-
ha
descifrado
en
Byblos
la
inscripción
más
antigua
en
fenicio,
madre
de
todos
los
alfabetos,
con
3.000
años
de
antigüedad.
«Que pene sin agua el que profane esta tumba...» maldice la inscripción alfabética más antigua, según un catedrático de semíticas de la Universidad Johannes Gutenberg. Reinhard Lehmann ha hecho la luz sobre la más emblemática inscripción en fenicio, la de la tumba del rey Ahiram de Byblos (s. X a. C.), que constituye la primera prueba del alfabeto lineal del que proceden el hebreo, el griego y el latino.
«Si un rey entre reyes, un gobernador entre gobernadores o un general atacara Byblos y profanara este sarcófago, se deshoje el báculo de su poder, se derrumbe su trono y huya la calma de Byblos», dice la maldición, de 3.000 años de antigüedad; la firma Ittobaal «que depositó en este ataúd a su padre Ahiram, para su enterramiento». El francés René Dussaud ya había colegido su sentido, en 1927, pero la intraducible última palabra la ha descubierto Lehman, una incorporación dialectal hitita-lúvica para «la ofrenda de la bebida» a los muertos, que condena al profanador a no recibir bebida en la tumba, esto es, a tener que regresar y penar por el mundo de los vivos. El sarcófago de Ahiram reposa sobre cuatro leones y es el más célebre de la cultura fenicia; rastros de jeroglíficos sugieren que procede del tiempo de Ramsés II (s. XIII a. C.), siendo reutilizado para Ahiram y la inscripción sería del X a.C. Lo cita el II libro de las Crónicas como rey de Tiro, al que David y luego Salomón pidieron madera y mano de obra para construir el templo de Jerusalén.
A 40 kilómetros al norte de Beirut, Byblos -hoy Jbeil, entonces Gebal- es posiblemente la ciudad más antigua habitada de continuo; su nombre procede del griego «biblion», pues los helenos recibieron al través de ella el papel de Egipto, derivando así en sinónimo de escrito y luego de la Biblia. Pero irónicamente Byblos estaba relacionada con una inscripción hasta ahora inaprehensible y ha sido la Universidad Gutenberg, la que posee la primera imprenta y las primeras Biblias impresas, la que descifrara el centenar de signos, que incluye 19 de los 22 del alfabeto fenicio.
La leyenda de Europa está basada en la llegada del alfabeto, que Cadmos ofrece a los griegos a cambio de información sobre el rapto de su hermana, hecho referido luego por Herodoto y por Plinio, aunque cinco siglos después Deodoro de Sicilia sugeriría un origen cretense y el mérito fenicio sólo en su adaptación y propagación. El alfabeto apareció hacia el 1200 a. C. y Lehmann explica que es consonántico, se escribe de derecha a izquierda, carece de vocales y su ortografía era enteramente defectiva.
Diversas teorías sobre su origen
Diferentes teorías han sugerido su origen, aduciéndose una genérica paternidad egipcia, tanto por el lado jeroglífico (teoría de Halévi) como hierático (Taylor) o cretense (Evans). El fenicio nace hace 4.000 años y es una lengua semítica noroccidental, del subgrupo cananeo y cercana al hebreo antiguo, hablada en la costa del Líbano actual. Su fuente de estudio ha sido la Biblia hebrea (Tanaj), inscripciones en moabita, el calendario de Gezer, el púnico en que habla Hanno en «Pénulo» de Plauto y los sarcófagos de Byblos.
Del grupo cananeo han sobrevivido arameo y hebreo, y del fenicio, aparte de las tumbas, sólo hay alusiones latinas como en Salustio, que se refiere a textos en púnico y neopúnico. Uno es una evolución ya observada medio milenio antes de Cristo en la tumba de Eshmunazar II y el otro, una variante hablada en Cartago y que sobrevivió hasta la era de Augusto o, siguiendo al geógrafo Al Bakri, hasta la conquista árabe. Aportación singular fue en el s. XVIII la de Gregorio Mayans. Entendió que, por el hebreo, «se puede rastrear el origen de muchas voces españolas propiamente fenicias». |