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25/06/2005

Imanol Villa / Bilbao ● www.elcorreodigital.com

Vizcaya: el legado de Roma
La presencia del Imperio romano en los distintos territorios que en la antigüedad formaban el País Vasco fue bastante desigual. En Vizcaya, la influencia fue muy escasa.
 
Cuando Pompeyo, al mando de sus legiones, fundó Pamplona en el año 75 antes de Cristo, Vizcaya, Álava, Guipúzcoa y Navarra eran aún entidades ignoradas para la Historia. En su lugar, aquellos territorios del norte peninsular daban cobijo a cuatro tribus -vascones, autrigones, caristios y várdulos- que, por sus peculiares características, no pasaron desapercibidas para las refinadas maneras y civilizados ojos de los cronistas romanos. Fueron precisamente los vascones -asentados sobre un amplio territorio con límites posibles en Bayona y que ocupaban la Rioja Baja, todo lo que hoy día es Navarra y una parte de Aragón- los primeros que iniciaron los contactos con Roma.

Las pocas noticias existentes sugieren que las relaciones fueron amistosas y los recién llegados no tuvieron ningún problema para establecer su control político. En lo que respecta a las otras tres tribus, la ausencia de referencias bélicas o violentas ha conducido a pensar que no hubo enfrentamiento armado alguno. Todo indica que las tropas del Imperio no sólo conectaron de forma positiva con aquellos antepasados de los vascos, sino que consiguieron una colaboración muy provechosa en asuntos de gran interés para los mandos militares. Se ha llegado a afirmar que durante los años que duró la guerra contra los cántabros -del 29 al 19 antes de Cristo- las legiones recibieron importante ayuda por parte de las citadas tribus.

Cohortes de vascones

La cooperación militar de miembros de las poblaciones vascas en el aparato militar romano no fue excepcional. La guardia de Mario, por ejemplo, estaba formada por várdulos, mientras que caristios y autrigones participaron eficazmente como legionarios de élite. De hecho, en algunas de las lápidas que se han encontrado en la Europa controlada por el Imperio se han hallado referencias a los vascos enrolados como soldados. En Brescia, Italia, se descubrió una en la que aparece la inscripción 'cohors cariestum et veniescum'. Otra, encontrada en Inglaterra y datada en el siglo I, hace referencia a una 'cohors prima, FIDE vascorum, civium romanum'.

Esto apunta a que el poderío físico y la brutalidad fueron características muy apreciadas por quienes eran considerados entonces auténticos maestros en el arte de la guerra. Sobre este particular, el testimonio del historiador Tácito fue revelador. Al narrar una de las campañas del año 68, afirmó: «Las cohortes de vascones, tomadas a sueldo por Galba y convocadas después para esta necesidad, acertando a llegar entonces -cuando las legiones, perdidas las banderas, eran degolladas-, oído el rumor de la batalla, acometieron al enemigo por las espaldas, causándole mayor espanto del que parece podía prometer su poco número».

De Flavióbriga a Castro

Sin embargo, esta bravura militar, tan apreciada y demandada, contrastaba con la distancia, y a veces repugnancia, con la que los diferentes cronistas de la época describieron a las poblaciones del norte. El griego Estrabón, que fue el que más se extendió en la descripción de aquellas tribus, llamó la atención sobre el atraso manifiesto en el que vivían y la inhumanidad de muchas de sus tradiciones. Eran pueblos pobres, con una dieta alimenticia muy básica -carne de cabra, manteca de vaca y bellotas, con las que hacían harina-, y que comían con las manos sobre unos bancos corridos pegados a las paredes de sus viviendas.

También le parecieron bárbaras sus formas de divertirse, ya que practicaban la lucha y daban grandes saltos para demostrar su agilidad y poderío. Para aquel espíritu tan refinado y civilizado, existían importantes razones que justificaban hábitos tan bestias. A su juicio, «la inhumanidad y fiereza de sus costumbres no tanto procede de las guerras como del apartamiento de sus viviendas, pues los caminos para ellos son largos por mar y por tierra, por lo cual, careciendo de relaciones, olvidaron la sociedad y la humanidad».

Uno de los intereses más perentorios de Roma fue el económico. Esto explicaría por qué su presencia fue mayor en las áreas meridionales, es decir, aquellas que presentaban grandes posibilidades de explotación agraria. Por el contrario, las zonas más septentrionales se les presentaron poco atractivas. Así, en Vizcaya, ocupada entonces por las tribus de autrigones y caristios, la huella de Roma fue muy escasa. De hecho el enclave más importante fue Forua, en la ría de Gernika. Ahí se han encontrado la mayor parte de vestigios de la época romana, tales como una estatuilla y restos de sepulcros. Muy cerca de ahí, en el alto de Gueretiz se han hallado dos estelas romanas. Por el contrario, en el resto del territorio vizcaíno, los hallazgos son poco significativos. Cabe destacar, dentro de los intereses mineros del Imperio, la explotación de las minas de Triano, famosas ya entonces.

Vizcaya no entró en los planes prioritarios de los romanos. Prueba de ello es que el territorio quedó bastante alejado de las grandes calzadas. La más cercana era la conocida como 'vía de Hispania a Aquitania', que unía Astorga con Burdeos. Ésta penetraba por Guipúzcoa y discurría por el interior paralela a la costa. A pesar de ello, no se descarta la existencia de algún ramal que conectara esta vía con el territorio vizcaíno para posibilitar la conexión con Flavióbriga, importante asentamiento de la época y que hoy en día se identifica como Castro Urdiales. Tampoco es descabellado pensar en otro ramal con dirección a Forua y que coincidiría, siglos más tarde, con el camino que seguía el señor para ir a jurar los fueros a Gernika. Partiendo de Bilbao, pasaba por Larrabetzu y el alto de Gueretiz.

Roma se interesó muy poco por el territorio vizcaíno. De ahí que la romanización apenas existiera y los modos de vida, las costumbres y el idioma se mantuvieran prácticamente intactos. Fue como si el Imperio no hubiera pasado por sus vidas.
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