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23/02/2005

A. Jara/El Cairo ● Efe

Historiadores y arqueólogos, desconcertados ante la ubicación de la tumba de Alejandro Magno en Egipto
El descubrimiento de la legendaria cripta sigue siendo uno de los principales desafíos, ya que los propios expertos discrepan respecto a su ubicación.

La ubicación exacta en Egipto de la tumba de Alejandro Magno desconcierta a historiadores y arqueólogos, tal y como siguen fascinando en todo el mundo sus conquistas y hazañas. Los primeros relatos sobre la búsqueda del mausoleo del mítico general macedonio se remontan al siglo IV d.C., poco después de que se perdiera la pista de su cripta que, al parecer, fue destruida en la furia que se desató contra los lugares paganos de Alejandría, cuando el Cristianismo se impuso como credo oficial en Egipto.

Desde entonces, se han organizado centenares de expediciones arqueológicas para localizar la tumba del legendario rey, que conquistó un imperio que se extendió desde Grecia a la India y cuyas hazañas han vuelto al candelero con la reciente superproducción de Hollywood. En Egipto, la mayoría de expertos coincide en que la codiciada cripta se encontraría en algún lugar de la actual ciudad de Alejandría, metrópolis que heredó el nombre del célebre conquistador que la convirtió en el año 331 a.C. en el centro político, económico y cultural del mundo antiguo.

"Los emperadores romanos Julio Cesar, Caracalla y Augusto, entre otros, visitaron Alejandría para contemplar su momia", explicó a Efe el ex director del Museo Grecorromano de Alejandría, el arqueólogo Ahmed Abdel Fatah. "Hasta la época romana, su cuerpo aún reposaba en una tumba situada en el cementerio de la realeza ptolomea, en un sarcófago de cristal, en el que fue puesto por el rey Ptolomeo XI después de robar el ataúd de oro para poder pagar los salarios a sus soldados", precisó Fatah.

Sin embargo, existen manuscritos históricos que indican que Alejandro pidió ser sepultado en el templo del dios faraónico Amon (entonces famoso por su oráculo), en el oasis de Siwa, en el desierto egipcio del Oeste, próximo a la frontera libia. Finalmente, otros historiadores sostienen que el héroe macedonio pudo haber sido inhumado en Menfis, la capital del Imperio Antiguo faraónico, que estuvo situada a unos 22 kilómetros al suroeste de El Cairo, dado que los dioses de esa metrópolis eran de más alto rango que Amon.

El ex jefe del Consejo Supremo de Antigüedades (CSA) ,Abdel Halim Nuredin, aseguró por su parte que el mausoleo estuvo primero en Alejandría y, probablemente, fue trasladado a Menfis, después a Siwa, y, finalmente, retornó a Alejandría. "Creo que su cripta está en algún lugar del cementerio latino de Alejandría", afirmó Nuredin, que tampoco descartó la posibilidad de que se encuentre en Siwa.

Decisión paradójica

Mientras que Fatah sostuvo que la tumba debería buscarse en la zona de la intersección de las dos principales avenidas de Alejandría, en la plaza de Az Zoma, y, quizá, entre un lugar conocido como Tel Kom El Deka y la mezquita del Profeta Daniel. Precisamente algunos arqueólogos buscaron sin éxito durante el siglo XX el mausoleo en los subterráneos de la mezquita de Daniel.

El descubrimiento de la legendaria cripta seguirá siendo uno de los principales desafíos para la arqueología, al menos en Alejandría, debido a que los lugares en que podría hallarse se encuentran en el subsuelo de los más importantes edificios de la urbe. "No podemos demoler esas construcciones para realizar excavaciones. Deberemos esperar a que alguna de ellas se desplome", concluyó Fatah, que en todo caso cree que la tumba también debería buscarse en el templo de Amon de Siwa.

En ese mismo templo se registró hace diez años el último anuncio del hallazgo del mausoleo, cuando un equipo de arqueólogos encabezados por la experta griega Iliana Sulavetzi aseguró que lo había encontrado. El revuelo que causó el anuncio en el mundillo arqueológico llevó al gobierno egipcio a una decisión paradójica: revocó el permiso de excavación de la griega, clausuró la misión y nunca ha podido saberse cuánto había de verdad en sus afirmaciones.

De acuerdo con relatos históricos, Alejandro Magno murió a los 33 años, el 323 a.C., en Babilonia, donde sus restos mortales permanecieron dos años debido al desacuerdo entre sus cuatro generales sucesores sobre dónde debía ser sepultado y cómo debía celebrarse el funeral de un hombre de su talla.

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