Para
el
miembro
de
las
Reales
Academias
Española
y de
la
Historia
resulta
claro
que
la
obra,
con
toda
su
enorme
originalidad
castellana,
pende
de dos
antiguas
tradiciones:
la
novela
de
caballerías
y la
novela
popular
antigua
y
medieval.
Este
es
mi
pequeño
homenaje
a
Cervantes.
Pero
no
voy
a
hablar
aquí
de
Don
Quijote,
el
sabio-loco
idealista
que
vive
y
parodia,
a la
vez,
los
ideales
caballerescos
de
la
Edad
Media
y
las
novelas
de
Caballerías.
Algún
precedente
tienen
sus
héroes,
sin
duda,
en
los
héroes
antiguos
y en
la
llamada
novela
griega,
que
Cervantes
imitó
en
el «Persiles».
Pero
no
quiero
hablar
de
esto,
ni
de
los
escasos
reflejos
de
la
gran
literatura
antigua
en
Cervantes.
Solo
de
la
más
popular,
griega
o
latina,
que
leía
la
gente
para
ayudarse
a
llevar
la
aperreada
vida
de
todos
los
días.
Pues
los
antiguos
no
eran
siempre
esa
especie
de
bellas
columnas
ambulantes
que
imaginara
Winckelman,
sino
también
hombres
como
todos
los
demás,
que
vivían
trabajosamente
entre
ideales
y
desengaños.
Me
refiero,
ahora,
al
mundo
helenístico
y
romano,
uno
en
dos
lenguas.
Me
contento
con
llamar
la
atención
sobre
este
tema
muy
poco
conocido:
el
de
la
novela
realista
antigua
que
desembocó,
creo,
en
nuestra
literatura:
el
«Libro
de
Buen
Amor»,
«La
lozana
andaluza»,
el
«Lazarillo»
y,
en
Cervantes,
el
«Coloquio
de
los
perros»,
el
«Licenciado
Vidriera».
Y,
dentro
del
«Quijote»,
en
el
personaje
Sancho.
La
novela
realista
antigua
es
un
componente
dentro
del
amplio
grupo
de
la
literatura
que
llamamos
sapiencial:
anécdotas,
máximas,
debates,
vidas
noveladas,
sátiras,
fábulas,
filosofía
popular.
Vuelvo
al
«Quijote».
Es
sabido
que,
en
los
primeros
capítulos,
aparece
solitario
Don
Quijote,
que
introduce
el
tema
caballeresco.
Su
locura
le
permite
libertad
en
la
crítica
y la
acción.
Y
ahí
tenemos
a
nuestro
caballero
llamando
alcaide
al
ventero,
damas
a
las
mozas
de
partido,
caballeros
andantes
a
los
mercaderes.
Ciego
ante
la
vida
real
-demasiado
real-
que
le
rodea,
haciendo
de
justiciero
frustrado,
recibiendo
palos
con
la
lanza
quebrada.
Diciendo
cortesías
y
recitando
romances.
Y
volviendo
derrotado
a
casa.
Hay
quien
dice
que
este
Quijote
solitario
procede
de
un
«Entremés
de
los
romances»
en
que
también
aparecía
solitario.
En
todo
caso,
es
claro
que
necesitaba
un
contrapunto.
Y
ese
contrapunto
es
Sancho.
¿En
dónde
se
inspiró
Cervantes?
El
hecho
es
que,
a
partir
de
ahora,
ya
tenemos
al
amo
y el
criado
viajando
entre
aventuras,
descalabros
y
diálogos.
Sancho
es
un
campesino
gordo
y
panzudo
- de
ahí
su
apodo-
que
se
ocupa
de
su
amo
e
intenta
traerle
al
mundo
real
cuando
desvaría
hablando
de
molinos,
yelmos
y
gigantes.
Se
burla
de
él
en
ocasiones,
sufre
palizas
y
tropelías.
Es
socarrón,
pero
bondadoso
y
fiel.
Suelta
a
chorro
refranes.
Entre
los
dos
se
reparten
la
crítica
que
hacen
al
mundo
que
los
rodea.
Con
hechos
o
palabras,
Sancho
solo
con
palabras.
Es
crítica
social,
diríamos,
a lo
largo
de
un
viaje
que
los
enfrenta
a
personajes
y
situaciones
diferentes.
Personajes
representativos
de
sectores
sociales.
Y
todo
entre
pausas
sembradas
de
novelitas
idealistas
y de
anécdotas
y
cuentos
como
el
del
pastor
cabrerizo.
Sancho
es
un
personaje
secundario,
que
tiene
raíces
populares
españolas.
Pero
no
está
solo
en
nuestra
literatura
ni
en
otras
próximas.
En
ella,
a
veces,
encontramos
la
pareja
amo/criado,
con
la
sátira
y
burla
a
cargo
del
criado;
a
veces,
sólo
encontramos
al
Sancho,
pícaro
o
sabio
(ambos
calificativos
pueden
dársele),
crítico
y
sentencioso.
Vean
en
el
mismo
Cervantes.
Vidriera
inició,
él
también,
un
viaje
acompañado
de
un
criado;
también
él
fue
un
loco-sabio,
ahora
ya
solitario,
que
se
enzarza
en
diálogos,
profiere
máximas
y da
respuestas
(sobre
las
mujeres,
padres
e
hijos,
los
diversos
oficios,
los
religiosos).
Todo
absolutamente
próximo
a lo
que
ofrecen
las
novelas
antiguas
a
que
he
aludido.
O
vean
el
«Coloquio»
en
que
Berganza,
el
perro
sabio,
cuenta
en
primera
persona
sus
aventuras.
Un
perro
como
el
asno
de
Luciano
y
Apuleyo,
que
también
viajaba,
criticando
el
mundo.
Pero
está,
sobre
todo,
el
«Lazarillo»,
criado
de
muchos
amos,
viajero
siempre.
Habla
en
primera
persona.
Es
el
prototipo
mismo
del
individuo
de
clase
inferior
que
derrota
a
los
superiores
en
ingenio:
al
ciego,
al
escudero,
al
fraile
de
la
merced,
al
buldero,
al
capellán,
al
alguacil.
Una
pintura
de
la
sociedad
a
través
de
un
espejo
que
muestra
lo
que
habitualmente
no
se
ve.
Y,
retrocediendo
en
el
tiempo,
ahí
está
el
Rampín
de
«La
lozana
andaluza»,
criado
también
él
de
muchos
amos,
víctima
de
castigos
injustos,
de
aventuras
picantes,
de
diálogos
ingeniosos.
Y el
«Baldo»
y el
«Crotalón».
Y el
diálogo
de
los
criados
en
el
teatro
del
siglo
XV:
en
la
Celestina
y en
Torres
Naharro,
por
ejemplo.
Mil
cosas
más
podrían
decirse.
Pero
para
mí
es
esencial,
en
fecha
más
antigua
aún,
el
«Libro
de
Buen
Amor»,
del
Arcipreste.
Aquí
no
hay
amo
y
criado,
pero
sí
un
clérigo
vagante
que
satiriza
la
moral
al
uso,
es
erótico
y
truquista,
tiene
aventuras
con
serranas,
alcahuetas
y
monjas.
Aventuras
en
las
que
aguza
su
ingenio
y
argumenta
con
fábulas
y
con
todos
los
recursos
de
la
sabiduría
popular.
Y la
sabiduría
antigua.
Claro
que
todo
esto
estaba
ya
en
la
Edad
Media
latina,
y no
sólo
en
el
«Pánfilo»
del
pseudo-Ovidio
y en
el
«Espejo
de
Necios»,
las
aventuras
de
un
asno
que
recorría
el
mundo
satirizando
escuelas
de
Medicina,
conventos
y
Universidades.
Con
dicterios
y
fábulas.
Cervantes
no
operaba
en
el
vacío,
sino
sobre
una
larga
tradición.
La
cuestión
es
si
sólo
sobre
ella
o,
también,
sobre
las
fuentes
antiguas
de
esa
tradición.
Entre
ellas
suele
citarse
el
«Asno»
mencionado:
aquel
Lucio
que,
convertido
en
asno
por
el
error
de
la
criada
de
una
bruja,
que
se
equivocó
de
bote,
recorría
el
mundo
contemplándolo
con
los
ojos
de
un
asno
y
ejerciendo
la
crítica.
En
primera
persona.
Y
también
se
cita
el «Satiricón»
de
Petronio:
la
narración
en
primera
persona
de
las
aventuras
de
dos
golfos,
Encolpio
y
Ascilto,
invitados
al
banquete
del
rico
Trimalción.
Está
llena
de
rasgos
picarescos
y de
erotismo,
incluye
cuentos
de
este
estilo.
Pues
bien,
llego
al
punto
que
más
me
interesaba:
a la
Vida
de
Esopo,
desconocida
hasta
hace
poco
por
los
helenistas,
apenas
conocida
fuera
de
ellos.
Hay
mil
razones,
he
propuesto
con
detalle
que
aquí
no
puedo
dar,
para
pensar
que
esta
obra,
traducida
al
latín
en
1479
y al
castellano
en
1489,
fue
un
modelo
del
«Lazarillo».
Sin
duda
la
conoció
su
autor,
pues
la
primera
edición
es
de
1554.
Esopo
viaja,
esclavo
de
varios
amos;
finalmente
de
Janto,
el
filósofo.
Se
burla
de
este
y de
sus
amigos
los
filósofos,
les
da
lecciones,
los
saca
de
sus
apuros.
Es
erótico,
de
él
se
enamora
su
ama.
Y
triunfa
sobre
los
poderosos,
como
Creso.
Conmigo,
estudiosos
extranjeros
como
Papadimitróou
y
Holzberg
han
propuesto
esta
hipótesis.
Se
apoya,
también,
en
coincidencias
de
detalle.
Y yo
he
propuesto
que
ya
el
Arcipreste
fue
inspirado
por
la
«Vida».
Y
creo
que
otros
más.
Concretamente,
«Vidriera»
reproduce
casi
literalmente
la
manera
de
razonar
de
la
«Vida
de
Esopo»
y de
toda
la
Literatura
Sapiencial
antigua.
Pienso
que
Sancho
procede
de
esta
línea.
Quizá
hasta
su
nombre
(Sancho
viene
del
Sanctius
latino,
transcripción
del
Janto
griego),
desde
luego
su
figura
física,
su
comportamiento
y
forma
de
expresarse.
Aunque
Sancho,
ciertamente,
en
el
«Quijote»
es
secundario,
una
apoyatura
del
héroe
central.
En
todo
caso,
me
resulta
claro
que
la
obra,
con
toda
su
enorme
originalidad
castellana,
pende
de
esas
dos
antiguas
tradiciones:
la
novela
de
caballerías,
es
bien
sabido,
y la
novela
popular
antigua
y
medieval.
Novela
realista
antigua,
Picaresca,
Cervantes:
esta
es
la
vía
de
la
novela.
Nada
puede
estudiarse
aisladamente.
La
comparación
ayuda
a
comprender.
No
empequeñece:
al
revés,
pone
de
relieve
el
ambiente
del
que
surge
la
originalidad. |