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10/02/2005

Fco. Rodríguez Adrados ● www.abc.es

De la novela realista griega al Quijote
Para el miembro de las Reales Academias Española y de la Historia resulta claro que la obra, con toda su enorme originalidad castellana, pende de dos antiguas tradiciones: la novela de caballerías y la novela popular antigua y medieval.

Este es mi pequeño homenaje a Cervantes. Pero no voy a hablar aquí de Don Quijote, el sabio-loco idealista que vive y parodia, a la vez, los ideales caballerescos de la Edad Media y las novelas de Caballerías. Algún precedente tienen sus héroes, sin duda, en los héroes antiguos y en la llamada novela griega, que Cervantes imitó en el «Persiles».

Pero no quiero hablar de esto, ni de los escasos reflejos de la gran literatura antigua en Cervantes. Solo de la más popular, griega o latina, que leía la gente para ayudarse a llevar la aperreada vida de todos los días. Pues los antiguos no eran siempre esa especie de bellas columnas ambulantes que imaginara Winckelman, sino también hombres como todos los demás, que vivían trabajosamente entre ideales y desengaños. Me refiero, ahora, al mundo helenístico y romano, uno en dos lenguas.

Me contento con llamar la atención sobre este tema muy poco conocido: el de la novela realista antigua que desembocó, creo, en nuestra literatura: el «Libro de Buen Amor», «La lozana andaluza», el «Lazarillo» y, en Cervantes, el «Coloquio de los perros», el «Licenciado Vidriera». Y, dentro del «Quijote», en el personaje Sancho.

La novela realista antigua es un componente dentro del amplio grupo de la literatura que llamamos sapiencial: anécdotas, máximas, debates, vidas noveladas, sátiras, fábulas, filosofía popular.

Vuelvo al «Quijote». Es sabido que, en los primeros capítulos, aparece solitario Don Quijote, que introduce el tema caballeresco. Su locura le permite libertad en la crítica y la acción.

Y ahí tenemos a nuestro caballero llamando alcaide al ventero, damas a las mozas de partido, caballeros andantes a los mercaderes. Ciego ante la vida real -demasiado real- que le rodea, haciendo de justiciero frustrado, recibiendo palos con la lanza quebrada. Diciendo cortesías y recitando romances. Y volviendo derrotado a casa.

Hay quien dice que este Quijote solitario procede de un «Entremés de los romances» en que también aparecía solitario. En todo caso, es claro que necesitaba un contrapunto. Y ese contrapunto es Sancho. ¿En dónde se inspiró Cervantes? El hecho es que, a partir de ahora, ya tenemos al amo y el criado viajando entre aventuras, descalabros y diálogos.

Sancho es un campesino gordo y panzudo - de ahí su apodo- que se ocupa de su amo e intenta traerle al mundo real cuando desvaría hablando de molinos, yelmos y gigantes. Se burla de él en ocasiones, sufre palizas y tropelías. Es socarrón, pero bondadoso y fiel. Suelta a chorro refranes.

Entre los dos se reparten la crítica que hacen al mundo que los rodea. Con hechos o palabras, Sancho solo con palabras. Es crítica social, diríamos, a lo largo de un viaje que los enfrenta a personajes y situaciones diferentes. Personajes representativos de sectores sociales. Y todo entre pausas sembradas de novelitas idealistas y de anécdotas y cuentos como el del pastor cabrerizo.

Sancho es un personaje secundario, que tiene raíces populares españolas. Pero no está solo en nuestra literatura ni en otras próximas. En ella, a veces, encontramos la pareja amo/criado, con la sátira y burla a cargo del criado; a veces, sólo encontramos al Sancho, pícaro o sabio (ambos calificativos pueden dársele), crítico y sentencioso.

Vean en el mismo Cervantes. Vidriera inició, él también, un viaje acompañado de un criado; también él fue un loco-sabio, ahora ya solitario, que se enzarza en diálogos, profiere máximas y da respuestas (sobre las mujeres, padres e hijos, los diversos oficios, los religiosos). Todo absolutamente próximo a lo que ofrecen las novelas antiguas a que he aludido.

O vean el «Coloquio» en que Berganza, el perro sabio, cuenta en primera persona sus aventuras. Un perro como el asno de Luciano y Apuleyo, que también viajaba, criticando el mundo.

Pero está, sobre todo, el «Lazarillo», criado de muchos amos, viajero siempre. Habla en primera persona. Es el prototipo mismo del individuo de clase inferior que derrota a los superiores en ingenio: al ciego, al escudero, al fraile de la merced, al buldero, al capellán, al alguacil. Una pintura de la sociedad a través de un espejo que muestra lo que habitualmente no se ve.

Y, retrocediendo en el tiempo, ahí está el Rampín de «La lozana andaluza», criado también él de muchos amos, víctima de castigos injustos, de aventuras picantes, de diálogos ingeniosos. Y el «Baldo» y el «Crotalón». Y el diálogo de los criados en el teatro del siglo XV: en la Celestina y en Torres Naharro, por ejemplo.

Mil cosas más podrían decirse. Pero para mí es esencial, en fecha más antigua aún, el «Libro de Buen Amor», del Arcipreste. Aquí no hay amo y criado, pero sí un clérigo vagante que satiriza la moral al uso, es erótico y truquista, tiene aventuras con serranas, alcahuetas y monjas. Aventuras en las que aguza su ingenio y argumenta con fábulas y con todos los recursos de la sabiduría popular. Y la sabiduría antigua.

Claro que todo esto estaba ya en la Edad Media latina, y no sólo en el «Pánfilo» del pseudo-Ovidio y en el «Espejo de Necios», las aventuras de un asno que recorría el mundo satirizando escuelas de Medicina, conventos y Universidades. Con dicterios y fábulas.

Cervantes no operaba en el vacío, sino sobre una larga tradición. La cuestión es si sólo sobre ella o, también, sobre las fuentes antiguas de esa tradición.

Entre ellas suele citarse el «Asno» mencionado: aquel Lucio que, convertido en asno por el error de la criada de una bruja, que se equivocó de bote, recorría el mundo contemplándolo con los ojos de un asno y ejerciendo la crítica. En primera persona. Y también se cita el «Satiricón» de Petronio: la narración en primera persona de las aventuras de dos golfos, Encolpio y Ascilto, invitados al banquete del rico Trimalción. Está llena de rasgos picarescos y de erotismo, incluye cuentos de este estilo.

Pues bien, llego al punto que más me interesaba: a la Vida de Esopo, desconocida hasta hace poco por los helenistas, apenas conocida fuera de ellos. Hay mil razones, he propuesto con detalle que aquí no puedo dar, para pensar que esta obra, traducida al latín en 1479 y al castellano en 1489, fue un modelo del «Lazarillo». Sin duda la conoció su autor, pues la primera edición es de 1554.

Esopo viaja, esclavo de varios amos; finalmente de Janto, el filósofo. Se burla de este y de sus amigos los filósofos, les da lecciones, los saca de sus apuros. Es erótico, de él se enamora su ama. Y triunfa sobre los poderosos, como Creso.

Conmigo, estudiosos extranjeros como Papadimitróou y Holzberg han propuesto esta hipótesis. Se apoya, también, en coincidencias de detalle. Y yo he propuesto que ya el Arcipreste fue inspirado por la «Vida». Y creo que otros más. Concretamente, «Vidriera» reproduce casi literalmente la manera de razonar de la «Vida de Esopo» y de toda la Literatura Sapiencial antigua.

Pienso que Sancho procede de esta línea. Quizá hasta su nombre (Sancho viene del Sanctius latino, transcripción del Janto griego), desde luego su figura física, su comportamiento y forma de expresarse. Aunque Sancho, ciertamente, en el «Quijote» es secundario, una apoyatura del héroe central.

En todo caso, me resulta claro que la obra, con toda su enorme originalidad castellana, pende de esas dos antiguas tradiciones: la novela de caballerías, es bien sabido, y la novela popular antigua y medieval. Novela realista antigua, Picaresca, Cervantes: esta es la vía de la novela.

Nada puede estudiarse aisladamente. La comparación ayuda a comprender. No empequeñece: al revés, pone de relieve el ambiente del que surge la originalidad.

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