Desde
hace
dos
milenios
descansa
sobre
los
hombros
de un
gigante
de
mármol.
Es una
esfera
tallada
con
decenas
de
figuras
en
relieve,
y
varias
líneas
que se
cruzan.
Está a
la
vista
de
todos,
en una
sala
de un
museo
italiano.
Sin
embargo,
nunca
nadie
se dio
cuenta
de su
inmenso
valor:
esa
esfera
es una
copia
fiel
del
legendario
catálogo
estelar
de
Hiparco.
Fue el
primer
gran
mapa
de los
cielos.
Y
parecía
haberse
perdido
para
siempre.
Pero
ahora
ha
sido
rescatado
por el
ojo
atento,
la
astucia
y la
técnica
de un
reconocido
arqueueoastrónomo
norteamericano.
Después
de un
larguísimo
paréntesis,
y de
un
modo
curioso
e
inesperado,
la
humanidad
ha
recuperado
una de
las
obras
más
extraordinarias
de la
astronomía
antigua.
El
cartógrafo
estelar
Desde
todo
punto
de
vista,
Hiparco
fue un
innovador.
En su
época
de
gloria,
entre
los
años
140 y
125
a.C.,
el
gran
astrónomo
griego
realizó
una
serie
de
aportes
y
descubrimientos
verdaderamente
revolucionarios.
Calculó
la
duración
del
año
con
una
precisión
de
seis
minutos;
elaboró
una
ajustada
teoría
sobre
los
movimientos
del
Sol y
la
Luna
en el
cielo;
y
hasta
descubrió
una
nova
(una
estrella
que
aumenta
su
luminosidad
en
forma
repentina).
Gracias
a sus
meticulosas
observaciones
a ojo
limpio,
Hiparco
construyó
la
primera
escala
para
clasificar
y
medir
el
brillo
aparente
de las
estrellas:
fue la
base
de la
idea
de
magnitud
estelar,
que
aún
hoy
siguen
utilizando
todos
los
astrónomos
del
mundo.
Pero
por
sobre
todo
aquello
hay
dos
hazañas
científicas
que le
dieron
la
inmortalidad.
Por un
lado
descubrió
la “precesión”,
ese
lento
movimiento
de
bamboleo
del
eje
terrestre
que, a
lo
largo
de los
siglos,
provoca
ligeros
cambios
en la
ubicación
de las
estrellas.
Y por
el
otro
compiló
el
primer
catálogo
celeste
de la
historia,
un
trabajo
monumental
que
describía
la
posición
de un
millar
de
estrellas,
agrupadas
en
cuarenta
constelaciones.
En su
momento,
aquella
obra
fundacional
de la
astronomía
se
plasmó
materialmente
en
algunos
mapas
esféricos
(probablemente
hechos
por el
propio
Hiparco).
Y eso
tiene
mucho
que
ver
con
este
asunto.
Un
cielo
de
mármol
Pero,
a
principios
de la
era
cristiana,
casi
todo
se
perdió
(sólo
se
conservó
el
libro
Comentarios,
que
describe
las
figuras
de las
constelaciones).
Y los
únicos
rastros
que
quedaron
de
aquella
obra
fundacional
de la
astronomía
fueron
algunas
referencias
de
otros
autores
griegos,
bastante
posteriores
(como
el
mismísimo
Ptolomeo,
del
siglo
II,
que
alude
al
trabajo
de
Hiparco
en su
célebre
Almagesto;
Arato,
del
siglo
III; y
Eudoxo,
del
siglo
IV).
Bueno,
en
realidad
no
exactamente
los
únicos.
Y aquí
entran
en
escena
un
investigador
y una
escultura.
El
investigador
es
Bradley
Schaefer,
un
físico
y
astrónomo
estadounidense
de la
Universidad
de
Louisiana,
mundialmente
reconocido
por
sus
trabajos
en el
moderno
y
prometedor
campo
de la
arqueueoastronomía.
La
escultura
es el
Atlas
Farnesio,
una
impresionante
estatua
romana
del
siglo
II, de
más de
dos
metros
de
altura,
expuesta
en el
Museo
Arqueológico
Nacional
de
Nápoles,
Italia.
Según
los
historiadores
del
arte,
la
pieza
es una
copia
de un
original
griego.
Cual
fiel
representación
del
mítico
Atlas,
el
gigante
de
mármol
carga
sobre
sus
hombros
con
todo
el
firmamento
representado
por
una
esfera
de 63
centímetros
de
diámetro.
En su
superficie
están
talladas
las
figuras
que
corresponden
a 41
constelaciones
griegas
y,
también,
las
líneas
que
representan
el
Ecuador
y los
trópicos
celestes,
la
eclíptica
(la
zona
del
cielo
que
recorren
el
Sol,
la
Luna y
los
planetas)
y
algunos
meridianos.
Lo
cierto
es
que,
hasta
ahora,
nadie
se
había
detenido
a
analizar
en
detalle
esa
representación
celestial.
Pero
Schaefer
lo
hizo,
y lo
que
descubrió
fue
asombroso.
La
marca
del
astrónomo
Desde
hace
años
que
Schaefer
se
dedica
a
estudiar
la
historia
y los
orígenes
de las
constelaciones,
esas
caprichosas
agrupaciones
de
estrellas
que
cada
pueblo
de la
antigüedad
imaginó
a su
modo,
reflejando
su
cultura,
sus
mitos
y
hasta
sus
objetos
cotidianos.
No es
raro,
entonces,
que
haya
viajado
hasta
el
Museo
de
Nápoles
para
echarle
una
profunda
mirada
al
poderoso
Atlas
Farnesio.
A poco
de
observarlo,
Schaefer
tuvo
un
pálpito
basado
en su
experiencia.
Pero
siguió
adelante.
Fotografió
al
globo
desde
todos
los
ángulos
posibles,
tomó
como
referencia
setenta
puntos
especialmente
elegidos
de su
superficie,
y
luego
combinó
todas
las
imágenes
mediante
técnicas
de
computación.
Así
obtuvo
un
modelo
muy
preciso
de la
añeja
esfera
celeste.
Miró,
pensó
y
llegó
a una
serie
de
conclusiones.
Por
empezar,
notó
que
las
posiciones
de las
constelaciones,
unas
con
respecto
a
otras,
eran
sumamente
precisas
(con
un
error
no
mayor
a los
3,5º
en
promedio).
Y de
ahí
dedujo
que el
escultor
griego
original
no
sólo
se
había
dedicado
con
mucho
esmero
al
tallado
de las
figuras
sino
que,
forzosamente,
debía
haber
copiado
fielmente
un
auténtico
mapa
celeste.
Y ese
mapa
celeste
llevaba
la
marca
de un
astrónomo.
No
había
otra
manera
de
explicar
tanta
precisión.
La
revelación
Sí, el
pálpito
estaba,
pero
todavía
faltaba
un
punto
crucial:
fechar
el
mapa
con la
mayor
exactitud
posible.
Y para
eso
había
que
tener
en
cuenta,
justamente,
la
dichosa
precesión.
Tomando
en
cuenta
sus
efectos
sobre
las
posiciones
de las
constelaciones
a lo
largo
de los
siglos
y
milenios,
las
ubicaciones
que
ocupaban
en el
globo
celeste
del
Atlas
Farnesio,
y
pidiéndoles
una
mano a
programas
informáticos
que
emulan
los
cielos
de
cualquier
lugar
y en
cualquier
época,
Schaefer
clavó
la
fecha:
ese
cielo
corresponde
al año
125
antes
de
Cristo.
Justo
cuando
vivió
el
protagonista
de su
pálpito:
“Estoy
seguro
de que
aquel
escultor
griego
copió
uno de
los
legendarios
globos
estelares
de
Hiparco”,
dijo
el
arqueueoastrónomo.
Y
emocionado
agregó:
“Es
fascinante
pensar
que
hemos
recuperado
una de
las
piezas
más
famosas
de la
sabiduría
antigua”.
Schaefer
hizo
su
espectacular
anuncio
durante
el
último
encuentro
de la
American
Astronomical
Society,
celebrado
en San
Diego,
California.
Y
publicará
un
extenso
informe
sobre
toda
su
investigación
en el
número
de
mayo
del
Journal
for
the
History
of
Astronomy.
Escapando
a las
tinieblas
del
tiempo
y la
leyenda,
el
mítico
cielo
de
Hiparco,
finalmente,
ha
regresado. |