¿Por
qué
recomendar
La
Eneida?
¿Por
qué
sugerir
un
título
que,
de
buenas
a
primeras,
de
solo
nombrarlo,
nos
parece
un
ladrillo,
un
agotamiento
injustificado
de
los
ojos
o un
indeseado
dolor
de
cabeza?
¿Masoquismo,
presunción,
una
broma
de
mal
gusto?
Nada
de
eso.
Derribando
los
prejuicios,
adentrarse
en
La
Eneida
puede
ser
una
aventura
fascinante
para
quien
lo
intente.
Quizá
como
una
vuelta
al
catálogo
escolar
para
encontrar
el
gozo
perdido
en
el
aburrimiento
de
esos
días.
Mario
Vargas
Llosa
reflexionaba
sobre
la
importancia
de
esta
clase
de
literatura.
Para
él,
el
desafío
que
representan
esas
aparentes
montañas
de
densidad,
está
más
que
recompensado
con
el
refinamiento
y la
sensibilidad
que
le
proporcionan
al
espíritu,
elevando
así
su
comprensión
por
sobre
los
efectos
simples
y
banales.
¿Un
ejercicio
de
superación
personal,
entonces?
En
algún
sentido,
sí,
pero
primordialmente
una
fuente
de
imaginación
inagotable;
una
ocasión
de
entretención
y
placer
perennes.
La
Eneida
no
es
la
excepción.
La
ira
y
capricho
de
los
dioses,
las
veleidades
del
mar
y
los
vientos,
o la
pasión
sin
límites
de
los
hombres,
afanados
en
guerras
sangrientas
y
amores
trágicos,
son
elementos
medulares
de
su
acción.
En
suma,
mito
y
propósito
humano
que
se
funden
en
un
corpus
literario
que
le
da
un
sentido
indivisible,
una
aleación
balanceada
tanto
por
la
época
en
que
surge
esta
obra
como
por
el
talento
de
Virgilio,
su
artífice.
En
un
mundo
donde
la
imagen
televisiva
no
era
ni
siquiera
imaginada,
donde
luz
y
oscuridad
reinaban
como
elementos
absolutos,
la
diversión
de
la
mente
humana
encontraba
al
son
de
las
palabras
un
solar
donde
recrearse.
Sin
exageraciones,
estos
cantos
eran
para
los
antiguos
lo
que
Hollywood
es
para
nosotros.
Si
bien
La
Eneida
está
escrita
en
verso,
nada
obsta
que
entremos
en
ese
mundo
por
la
vía
de
la
prosa.
Sin
embargo,
aunque
ésta
es
de
suyo
recomendable,
dada
la
afinidad
que
nuestra
época
tiene
con
ese
tipo
de
expresión
literaria,
la
belleza
de
las
formas
poéticas
es
cualitativamente
superior
—salvando
los
obstáculos
de
la
traducción,
que
muchas
veces
es
imposible—
y la
que
la
define
por
excelencia.
La
Eneida
es
considerada
la
más
luminosa
de
las
obras
literarias
de
la
Antigüedad
greco-latina,
al
menos
en
cuanto
a su
belleza
formal.
Una
arquitectura
perfecta
que
combina
paradigmáticamente
la
composición
poética
y el
entramado
ideológico.
La
maestría
de
Virgilio
canta
los
acontecimientos
de
esta
epopeya
escogiendo
con
sapiencia
las
palabras,
el
modo
y
tono
de
los
versos,
el
tempo
de
la
narración,
sin
apurar
pero
tampoco
dilatando
la
trama.
En
suma,
compone
su
obra
con
la
habilidad
del
verdadero
genio
que
es.
La
epopeya
de
Eneas
y de
Roma
Virgilio
escribió
este
poema
épico
a
solicitud
de
Augusto,
pero
nunca
estuvo
satisfecho
con
el
resultado
de
su
esfuerzo.
Más
de
diez
años
demoró
en
darle
forma,
hasta
convencerse
de
que
el
destino
del
manuscrito
no
era
otro
que
el
fuego.
Sin
embargo,
la
astucia
del
emperador
logró
salvar
esta
obra
del
propio
poeta,
en
un
acto
clarividente
y de
suyo
muy
rentable
para
él,
ya
que
La
Eneida
es
fruto
de
una
intuición
genial:
hacer
que
una
composición
literaria
fuese
a la
vez
propaganda
del
nuevo
Imperio.
El
proyecto
de
construir
en
las
conciencias
de
los
romanos
la
idea
de
su
supremacía
sobre
los
otros
pueblos
no
se
limitó
solamente
a
las
letras,
sino
que
fue
una
cruzada
cultural
que
involucró
a
todas
las
artes.
A
través
de
La
Eneida,
se
quería
comunicar
que
Roma
era
el
centro
del
mundo,
que
estaba
llamada
por
el
Destino
a
liderar
a
todas
las
naciones,
y
que
Augusto
era
la
encarnación
de
ese
Imperio.
Pero
no
sólo
era
un
manifiesto
de
la
hegemonía
política
de
Roma,
sino
también
una
exaltación
de
las
virtudes
más
propiamente
romanas,
especialmente
una
—la
virtud
romana
por
excelencia—
la
pietas,
la
que
se
manifiesta
en
toda
su
plenitud
en
la
figura
de
Eneas.
La
pietas
puede
ser
comprendida
como
aquel
amor
y
veneración
sincera
a
los
padres,
los
antepasados
y la
patria.
La
Eneida
relata
la
epopeya
de
Eneas,
hijo
de
Anquises
y de
la
diosa
Afrodita.
Eneas
asiste
impotente
a la
destrucción
de
su
ciudad,
Troya,
y
cargando
a su
padre
y
llevando
en
su
mano
a
los
dioses
penates,
huye
del
desastre
navegando
hacia
el
Este,
con
la
misión
de
fundar
una
ciudad.
Entre
tanto,
naufraga
por
la
ira
de
Juno;
conoce
el
amor
intenso
y
rotundo
con
la
Reina
Dido;
desciende
a
los
Infiernos
y
vuelve
al
mundo
de
los
vivos
para
cumplir
con
su
misión
celestial.
Así,
Virgilio
eleva
a
Eneas
al
sitial
del
verdadero
Padre
de
la
Patria
de
Roma.
Eneas
es
un
personaje
complejo;
más
profundo
y
ambiguo
que
el
típico
héroe
de
aventuras.
Un
ser
de
la
nocturnidad,
del
silencio,
que
duda
antes
de
tomar
sus
decisiones,
pero
animado
de
un
propósito
inquebrantable
que
lo
hace
excepcional
dentro
del
panorama
de
la
literatura
clásica.
A
muchos
les
sucede
que,
al
concluir
La
Eneida,
los
embarga
un
sentimiento
de
satisfacción
tan
auténtico
y
profundo,
que
sienten
que
todo
lo
escrito
posteriormente
está
de
más.
Es
sólo
una
emoción,
un
delirio
pasajero.
Pero
vale
la
pena
vivirlo. |