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09/02/2005

Ignacio de Ferrari ● www.portaldelpluralismo.cl

La Eneida, un clásico para el verano
¿Por qué recomendar La Eneida? ¿Por qué sugerir un título que, de buenas a primeras, de solo nombrarlo, nos parece un ladrillo, un agotamiento injustificado de los ojos o un indeseado dolor de cabeza? ¿Masoquismo, presunción, una broma de mal gusto? Nada de eso. Derribando los prejuicios, adentrarse en La Eneida puede ser una aventura fascinante para quien lo intente. Quizá como una vuelta al catálogo escolar para encontrar el gozo perdido en el aburrimiento de esos días.

Mario Vargas Llosa reflexionaba sobre la importancia de esta clase de literatura. Para él, el desafío que representan esas aparentes montañas de densidad, está más que recompensado con el refinamiento y la sensibilidad que le proporcionan al espíritu, elevando así su comprensión por sobre los efectos simples y banales. ¿Un ejercicio de superación personal, entonces? En algún sentido, sí, pero primordialmente una fuente de imaginación inagotable; una ocasión de entretención y placer perennes.

La Eneida no es la excepción. La ira y capricho de los dioses, las veleidades del mar y los vientos, o la pasión sin límites de los hombres, afanados en guerras sangrientas y amores trágicos, son elementos medulares de su acción. En suma, mito y propósito humano que se funden en un corpus literario que le da un sentido indivisible, una aleación balanceada tanto por la época en que surge esta obra como por el talento de Virgilio, su artífice. En un mundo donde la imagen televisiva no era ni siquiera imaginada, donde luz y oscuridad reinaban como elementos absolutos, la diversión de la mente humana encontraba al son de las palabras un solar donde recrearse. Sin exageraciones, estos cantos eran para los antiguos lo que Hollywood es para nosotros.

Si bien La Eneida está escrita en verso, nada obsta que entremos en ese mundo por la vía de la prosa. Sin embargo, aunque ésta es de suyo recomendable, dada la afinidad que nuestra época tiene con ese tipo de expresión literaria, la belleza de las formas poéticas es cualitativamente superior —salvando los obstáculos de la traducción, que muchas veces es imposible— y la que la define por excelencia.

La Eneida es considerada la más luminosa de las obras literarias de la Antigüedad greco-latina, al menos en cuanto a su belleza formal. Una arquitectura perfecta que combina paradigmáticamente la composición poética y el entramado ideológico. La maestría de Virgilio canta los acontecimientos de esta epopeya escogiendo con sapiencia las palabras, el modo y tono de los versos, el tempo de la narración, sin apurar pero tampoco dilatando la trama. En suma, compone su obra con la habilidad del verdadero genio que es.

La epopeya de Eneas y de Roma

Virgilio escribió este poema épico a solicitud de Augusto, pero nunca estuvo satisfecho con el resultado de su esfuerzo. Más de diez años demoró en darle forma, hasta convencerse de que el destino del manuscrito no era otro que el fuego. Sin embargo, la astucia del emperador logró salvar esta obra del propio poeta, en un acto clarividente y de suyo muy rentable para él, ya que La Eneida es fruto de una intuición genial: hacer que una composición literaria fuese a la vez propaganda del nuevo Imperio. El proyecto de construir en las conciencias de los romanos la idea de su supremacía sobre los otros pueblos no se limitó solamente a las letras, sino que fue una cruzada cultural que involucró a todas las artes.

A través de La Eneida, se quería comunicar que Roma era el centro del mundo, que estaba llamada por el Destino a liderar a todas las naciones, y que Augusto era la encarnación de ese Imperio. Pero no sólo era un manifiesto de la hegemonía política de Roma, sino también una exaltación de las virtudes más propiamente romanas, especialmente una —la virtud romana por excelencia— la pietas, la que se manifiesta en toda su plenitud en la figura de Eneas. La pietas puede ser comprendida como aquel amor y veneración sincera a los padres, los antepasados y la patria.

La Eneida relata la epopeya de Eneas, hijo de Anquises y de la diosa Afrodita. Eneas asiste impotente a la destrucción de su ciudad, Troya, y cargando a su padre y llevando en su mano a los dioses penates, huye del desastre navegando hacia el Este, con la misión de fundar una ciudad. Entre tanto, naufraga por la ira de Juno; conoce el amor intenso y rotundo con la Reina Dido; desciende a los Infiernos y vuelve al mundo de los vivos para cumplir con su misión celestial. Así, Virgilio eleva a Eneas al sitial del verdadero Padre de la Patria de Roma.

Eneas es un personaje complejo; más profundo y ambiguo que el típico héroe de aventuras. Un ser de la nocturnidad, del silencio, que duda antes de tomar sus decisiones, pero animado de un propósito inquebrantable que lo hace excepcional dentro del panorama de la literatura clásica.

A muchos les sucede que, al concluir La Eneida, los embarga un sentimiento de satisfacción tan auténtico y profundo, que sienten que todo lo escrito posteriormente está de más. Es sólo una emoción, un delirio pasajero.

Pero vale la pena vivirlo.

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