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24/02/2005 |
Javier
Hernández
●
www.abc.es |
Corocotta,
el
Astérix
cántabro |
Madrid.
Han
pasado
ya
doscientos
años
desde
que
los
romanos
desembarcaran
en
Hispania
y,
sin
embargo,
el
norte
de
la
península
sigue
siendo
un
hueso
duro
de
roer,
un
conglomerado
de
pueblos
celtas
que
se
resiste
a
los
designios
de
Roma.
Uno
de
estos
pueblos,
recio
como
él
solo,
es
el
cántabro,
del
que
emerge
una
figura,
Corocotta,
que
ha
dado
pie
a
«El
último
soldurio»
(editorial
Planeta),
la
primera
incursión
del
periodista
y
escritor
Javier
Lorenzo
en
el
terreno
de
la
novela.
El
propio
autor
reconocía
ayer
durante
la
presentación
del
libro
en
Madrid
que
se
sintió
fascinado
nada
más
descubrir
la
descripción
de
apenas
tres
líneas
y
media
que
le
dedica
Dión
Casio,
en
las
que
este
historiador
romano
le
describe
así:
«Irritóse
tanto
Augusto
contra
un
tal
Corocotta
-bandolero
hispano
muy
poderoso-,
que
hizo
pregonar
una
recompensa
de
200.000
sextercios
a
quien
lo
apresase.
Pero
más
tarde,
como
se
le
presentó
espontáneamente,
no
sólo
no
le
hizo
ningún
daño,
sino
que
encima
le
regaló
aquella
suma».
Corocotta
es,
en
realidad,
Linto,
hijo
del
jefe
Corcontas,
que
con
doce
años
ve
no
sólo
la
derrota
de
su
padre
a
manos
de
Julio
César,
sino
también
cómo
es
apresado
y
llevado
a
Roma.
Lejos
de
amilanarse,
hace
de
su
epilepsia,
entonces
la
enfermedad
sagrada,
su
pasaporte
para
presentarse
ante
el
emperador
y
ganarse
sus
favores.
El
devenir
de
Linto,
primero
en
Roma
y
después
en
terreno
cántabro,
le
da
pie
a
Lorenzo
a
forjar
en
600
páginas
una
novela
«histórica»,
pero
también
de
«aventuras».
Esto
último,
reflexiona
el
autor,
«es
lo
que
más
nos
une
y
nos
acerca
a
los
personajes
tan
lejanos
como
él».
La
intención
de
Lorenzo
es
lograr
que
en
que
cada
capítulo
«hubiera
algo
que
contar»,
por
eso
se
adentra
también
en
detalles
históricos
de
esa
etapa
de
juventud
en
la
corte
romana,
donde
Corocotta
recibe
una
educación
de
alto
copete
merced
a
Marco
Cornelio
Balbo,
el
adivino
de
Julio
César.
Después
rechaza
ser
ciudadano
de
Roma
y
vuelve
a
su
tierra,
donde
se
hace
soldurio
-guerrero
en
la
mitología
celta-
y
lucha
contra
las
legiones
romanas
de
Augusto
en
su
intento
de
someter
la
península
y
convertirla
en
la
provincia
Hispania.
Para
el
autor,
«es
un
Astérix,
pero
podía
ser
también
un
Viriato,
un
Braveheart
o
un
William
Wallace»,
que
nos
acerca
a
la
Historia
antigua
de
España,
pero,
recalca,
sin
pretensiones
nacionalistas.
De
hecho,
como
se
encargó
de
explicar
José
María
Blázquez,
académico
de
la
Historia
que
presentó
el
acto,
«se
recrean
magníficamente
los
hechos
históricos
más
importantes»,
incluso,
añadió,
se
detallan
«con
exactitud
costumbres,
ciudades,
personajes
y
hasta
el
armamento
que
se
usaban
en
aquella
época».
Sobre
este
punto,
el
autor
considera
que
las
guerras
cántabras,
que
tuvieron
lugar
hacia
el
año
60
antes
de
Cristo,
no
fueron
en
territorio
vascón.
El
relato
recrea
no
sólo
el
ardor
guerrero
de
un
personaje
de
leyenda.
También
en
esa
reflexión
sobre
el
destino,
la
identidad
y
ese
poder
que
ejemplifica
Roma,
hay
una
parte
importante
del
lado
humano
del
personaje:
cómo
Corocotta
-jefe
veterano
en
lengua
celta-
conoce
el
amor
y
se
casa
con
Azu.
Esto
le
sirve
al
autor
para
ver
que
con
este
auténtico
caudillo,
el
último
escollo
de
los
romanos
en
la
conquista
de
Hispania,
también
se
acaba
el
matriarcado,
aquel
en
el
que
las
mujeres
eran
guardianas
de
los
ritos,
la
caza
y
la
estructura
política
de
la
sociedad.
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