Su
imperio
abarcó
una
extensión
que
actualmente
incluye
países
como
Grecia,
Albania,
Turquía,
Bulgaria,
Egipto,
Libia,
Israel,
Jordania,
Siria,
Líbano,
Chipre,
Iraq,
Irán,
Afganistán,
Uzbekistán,
Pakistán
y la
India.
A su
muerte,
en
el
año
323
antes
de
Cristo,
sus
dominios
cubrían
más
de
cinco
millones
de
kilómetros
cuadrados.
Alejandro
Magno
es una
de las
figuras
más
fascinantes
de la
historia.
Genio
de la
estrategia
y el
combate,
con 25
años
había
conquistado
casi
todo
el
mundo
conocido.
Condujo
a sus
tropas
por
desiertos,
montes
y
selvas,
a lo
largo
de más
de
35.000
kilómetros,
y se
enfrentó
a las
grandes
potencias
militares
de su
tiempo,
como
los
persas,
sin
conocer
jamás
la
derrota.
Ésta
es la
historia
que
Oliver
Stone
ha
llevado
al
cine
en su
nueva
superproducción,
Alejandro
Magno,
un
faraónico
proyecto
al que
el
realizador
ha
dedicado
gran
parte
de su
vida,
pues
convive
desde
su
juventud
con la
fascinación
por el
joven
conquistador,
un
personaje
que,
según
el
realizador,
tenía
en el
ansia
de paz
y en
la
anhelada
unión
entre
Oriente
y
Occidente
el fin
último
de sus
campañas
militares.
Para
encarnar
al
carismático
líder
de los
griegos,
Stone
escogió
al
irlandés
Colin
Farrell,
un
actor
de
buena
reputación
profesional
–no
así
personal–
en
quien
el
realizador
ve
muchas
de las
cualidades
de
Alejandro,
como
su
fortaleza
de
carácter.
Además
de
Farrell,
en el
reparto
aparece
un
nutrido
grupo
de
estrellas.
Angelina
Jolie
interpreta
a
Olimpia,
la
absorbente
y
manipuladora
madre
de
Alejandro,
responsable
en
gran
medida
de que
su
nombre
figure
en un
puesto
de
honor
en los
anales
de la
historia.
Mientras,
Val
Kilmer,
irreconocible
tras
un
laborioso
maquillaje
–y un
voluntario
descuido
físico–
es su
padre,
el rey
Filipo
II –un
individuo
despreciable
obsesionado
con la
barbarie,
el
poder
y las
mujeres
(todas
menos
la
suya).
Como
toda
gesta
que se
precie,
también
ésta
tiene
su
particular
cronista
en el
faraón
Ptolomeo
I
–general
que
combatió
a las
órdenes
de
Alejandro
y cuya
participación
en las
últimas
campañas
por el
Asia
Menor
fue
crucial;
a la
muerte
del
griego
heredó
Egipto,
donde
fundó
la
dinastía
ptolemaica–,
al que
presta
su
rostro
el
versátil
Anthony
Hopkins,
y que
ejerce
de
narrador
de la
historia.
Stone,
que se
ha
atrevido,
con
desigual
éxito,
a
abordar
la
historia
de
personajes
tan
dispares
como
John
Fitzgerald
Kennedy,
Richard
Nixon
o el
mismísimo
Fidel
Castro,
reincide
en su
gusto
por la
polémica
retratando
a un
Alejandro
que no
esconde
sus
tendencias
homosexuales
–Jared
Leto
encarna
a
Hefestión,
el
mejor
cómplice
del
guerrero–
ni su
especial
relación
con su
madre,
controversia
que el
director
se ha
encargado
de
publicitar
y que
quizás
se le
haya
vuelto
en su
contra.
La
airada
reacción
de
diversos
colectivos
sociales,
no
solamente
dentro
de su
país
sino
también
fuera
de las
fronteras
norteamericanas,
pues
un
grupo
de
abogados
griegos
amenazó
con
denunciarle
por la
perniciosa
imagen
que, a
su
juicio,
difundía
la
película
sobre
su
país,
ha
ensombrecido
los
méritos
del
filme,
que ha
sido
vapuleado
por la
crítica
estadounidense
y
también
por el
público
(la
discreta
cifra
de
recaudación
hace
temer
a los
productores
no
cubrir
siquiera
los
costes).
Sin
embargo,
Stone,
autor
también
del
guión,
se ha
rodeado
de un
prestigioso
grupo
de
expertos
en la
figura
de
Alejandro
Magno
y en
el
mundo
clásico,
una
brigada
de
historiadores
liderada
por
Robin
Lane
Fox,
profesor
del
New
College
de
Oxford
cuya
biografía
de
Alejandro
(publicada
en
1972)
vendió
más de
un
millón
de
copias
y está
considerada
una de
las
mejores
obras
contemporáneas
sobre
su
vida.
Stone
ha
filmado
en
Marruecos,
Tailandia
y
Londres,
a lo
largo
de
tres
meses
infernales
en los
que el
reparto
hubo
de
soportar
eternas
jornadas
de
rodaje
al
calor
del
sol
marroquí
o los
rigores
del
Himalaya,
para
recrear
la
civilización
griega,
y por
la
pantalla
desfilan
maravillas
del
mundo
antiguo
como
los
Jardines
Colgantes
de
Babilonia
y el
Faro
de
Alejandría.