Ahora
que
están
de
moda
las
grandes
epopeyas
cinematográficas,
se
nos
presenta
en
nuestras
pantallas
la
superproducción
estadounidense
“Alejandro
Magno”.
Tras
el
intento
de
mostrar
a
los
espectadores
la
historia
de
Troya,
con
Aquiles
y su
talón,
y el
caballo
de
madera,
Oliver
Stone
ha
pretendido
acercar
la
figura
del
uno
de
los
mayores
conquistadores
que
ha
dado
la
historia.
Sin
embargo,
al
finalizar
la
película,
no
podemos
menos
que
sorprendernos.
¿Realmente
era
Alejandro
como
se
muestra
en
el
filme?
Indiscutiblemente
no.
Hijo
de
Filipo
II
de
Macedonia
y su
primera
esposa,
Olimpia,
el
heredero
al
trono
siempre
estuvo
educado
por
los
mejores
maestros.
El
mismo
Aristóteles
le
enseñó
personalmente
en
su
Academia
de
Mieza,
junto
algunos
de
los
hijos
de
la
nobleza
macedonia.
Fue
allí
donde
hizo
sus
mejores
amigos
y
donde
aprendió
a
manejar
los
complicados
hilos
de
un
pueblo
en
expansión.
Nada
más
cumplir
los
dieciocho
años,
vio
como
asesinaban
a su
padre
mientras
celebraban
las
nupcias
de
su
hermana
Cleopatra.
Uno
de
los
guardias,
acercándose
al
rey,
acabó
con
su
vida.
La
mano
de
Olimpia
podía
verse
claramente
detrás
de
aquello.
Despechada,
sustituida
por
la
segunda
mujer
que
tomó
su
marido,
hija
de
Átalo,
uno
de
sus
generales,
la
reina
no
soportaba
verse
en
un
segundo
plano.
Con
dieciocho
años,
por
tanto,
Alejandro
ya
era
rey
de
Macedonia.
Podemos
definir
el
carácter
del
joven
como
impetuoso
y
algo
tímido.
Puede
que
inicialmente,
la
corona
pesara
demasiado
para
él,
sin
embargo,
contaba
con
sus
mejores
amigos,
a
los
que
quería
con
locura,
ya
que
valoraba
la
lealtad
tanto
como
odiaba
verse
traicionado.
Con
la
única
obsesión
de
llegar
al
fin
del
mundo,
comenzó
un
viaje
del
que
no
habría
de
regresar
nunca.
Ya
de
niño,
mostraba
una
gran
inteligencia,
que
con
el
tiempo
se
vería
avalada
por
sus
grandes
gestas.
Sabía
manejar,
al
mismo
tiempo,
la
contabilidad,
la
estrategia
y el
estado
anímico
de
su
pequeño
ejército
que
iría
creciendo
merced
a la
adhesión
de
los
ciudadanos
de
los
pueblos
que
conquistaba.
Alejandro
no
era
un
sanguinario.
Cuando
añadía
un
pueblo
a
sus
ya
crecientes
dominios,
trataba
a su
gente
con
sumo
cariño,
manteniendo
o
mejorando
su
calidad
de
vida
a
cambio
de
juramentos
de
lealtad.
No
temía
a
nada
ni a
nadie.
Prueba
de
ello
era
su
deseo
de
enfrentarse
con
Darío
III
Condomano,
último
Arqueménida,
rey
de
Persia,
famoso
por
poseer
uno
de
los
mejores
ejércitos
de
aquel
tiempo.
Nada
podía
detener
el
ímpetu
conquistador
del
joven
rey,
y
Darío,
informado
por
sus
espías,
comenzaba
a
temerle.
Después
de
buscarle
sin
tregua,
le
dio
alcance
en
Issos,
donde
libraría
una
de
sus
más
grandes
batallas.
Contra
cualquier
pronóstico,
salieron
vencedores,
y
aunque
el
Gran
Rey
persa
escapara
para
no
ser
hecho
preso,
aquel
triunfo
consolidó
a un
jovencísimo
Alejandro
como
uno
de
los
más
grandes
de
la
historia.
De
fuerte
y
complicado
carácter
(heredado,
sin
duda,
de
Olimpia,
su
madre),
el
rey
siempre
luchó
junto
a
sus
hombres.
Jamás
dejó
de
estar
en
primera
línea
de
combate.
Alentaba
a
sus
soldados
a
luchar
por
la
libertad,
y
ellos
confiaban
tanto
en
él
que
perdían
el
miedo
a la
muerte
si
era
en
su
nombre.
Después
de
ser
el
primer
extranjero
coronado
faraón
en
Egipto,
funda
la
gran
Alejandría,
y
marcha
a
Gaugamela,
donde
sabía
que
estaba
Darío
esperándole.
Como
ya
pasara
anteriormente,
el
rey
persa
volvió
a
escaparse,
tras
contemplar
anonadado,
la
gran
disposición
y el
triunfo
posterior
del
macedonio.
Pero
esta
vez
Alejandro
le
persigue,
hallándole
moribundo,
asesinado
por
su
compañero
de
satrapía
Beso.
Después
de
expirar
en
sus
brazos,
le
lloró
como
si
fuese
uno
de
sus
amigos,
le
tapó
con
su
capa
y
dio
orden
de
asesinar
sin
dilación
al
traidor.
El
fuerte
carácter
de
Alejandro
(aclamado
por
los
persas
como
Iskander),
sufrió
tras
este
hecho
un
gran
desequilibrio.
Comenzó
a
dudar
de
sus
amigos,
y
pensaba
que
conspiraban
contra
él.
Fruto
de
estas
sospechas,
manda
matar
a
Filotas,
uno
de
sus
amigos
de
la
infancia,
y a
su
padre
Parmenión,
ya
que
creía
que
ambos
habían
convencido
a
unos
adolescentes
persas
para
que
le
asesinaran.
Sólo
se
fiaba
de
Hefestión,
su
mejor
amigo,
y su
amante.
Aquí
surge
uno
de
los
puntos
más
conflictivos
del
personaje,
zanjado
de
manera
poco
convincente
por
Oliver
Stone
en
la
película.
Alejandro
no
era
homosexual.
En
aquella
época,
el
placer
se
hallaba
en
los
hombres,
que
eran
el
modelo
de
perfección.
Esto
se
ve
perfectamente
reflejado
en
el
arte
griego,
en
las
estatuas
de
mármol
(la
belleza
de
los
cuerpos
masculinos)
o
los
mosaicos,
incluso
en
los
grabados.
La
mujer
era
para
tener
hijos,
y
asegurar
con
ellos
una
descendencia.
No
obstante,
se
casa
dos
veces,
con
Roxana,
y
con
Estateira,
la
hija
de
Darío.
También
tenía
un
hijo,
Heracles,
nacido
de
su
relación
con
Barsine,
bastante
mayor
que
él.
Este
extraño
comportamiento
de
su
rey,
sobretodo
al
casarse
con
la
primera
de
las
mujeres,
suscita
recelos
entre
sus
soldados,
que
querían
un
heredero
para
el
trono,
pero
nacido
de
una
noble.
Alejandro
solía
salirse
con
la
suya,
y
esta
vez
también
lo
hizo.
Su
carácter
había
cambiado.
Algunos
autores
aseguran
que
se
embriagó
de
poder,
y
otros
mantienen
que
estaba
mal
aconsejado.
Aunque
esto
era
sabido
por
todos
sus
amigos
y
compañeros,
nadie
se
atrevía
a
decírselo,
y
fue
Kleitos
quien
lo
hizo.
Aquello
le
costaría
la
muerte.
Alejandro
se
estuvo
reprochando
este
acto
de
locura
hasta
el
mismo
momento
de
expirar.
Cuando
alcanzó
Indo,
lo
que
para
ellos
era
el
fin
de
la
tierra,
venció
de
nuevo
en
una
sangrienta
batalla
al
rey
Poro.
En
aquel
conflicto
murió
su
caballo
Bucéfalo,
que
le
había
acompañado
desde
los
catorce
años.
Alejandro
fundó
en
su
honor
“Alejandría
Bucéfala”.
Convencido
por
sus
hombres,
aunque
en
contra
de
su
voluntad,
comienza
el
retorno,
mientras
él y
su
ejército
lo
hacían
bordeando
el
río,
Nearco,
especialista
en
navegación,
lo
hizo
en
barcos,
en
lo
que
fue
la
travesía
más
larga
de
la
época
antigua.
La
muerte
de
su
mejor
amigo,
Hefestión,
produjo
en
él
un
profundo
dolor,
permaneciendo
abrazado
al
cuerpo
de
su
amante,
llorándole,
tres
días.
Apenas
le
sobrevivió
un
año.
Cae
misteriosamente
enfermo
después
de
un
banquete
en
casa
de
uno
de
sus
sátrapas,
Medio,
y
muere
a la
puesta
de
Sol
después
de
diez
días,
a
los
32
años.
Nadie
sabe
a
ciencia
cierta
qué
paso,
aunque
se
manejan
tres
hipótesis:
la
del
envenenamiento,
en
cuyo
caso
todo
apunta
a
Casandro,
el
copero
real,
muerte
por
paludismo
y la
que
se
basa
en
una
infección
estomacal.
Nada
más
expirar,
Pltomeo
se
hace
cargo
de
su
cuerpo,
que
embalsaman
y
transportan
a
Alejandría.
Al
preguntarle
a
quién
deja
su
legado,
apenas
puede
hablar,
sin
embargo
creen
entender
“Heracles”,
el
nombre
de
su
único
hijo,
aunque
algunos
aseguraban
haber
oído
“Kratisos”
(“al
más
fuerte”).
La
figura
de
Alejandro
es
enigmática,
pende
sobre
él
un
aura
eterna
de
incertidumbre,
de
cosas
por
descubrir.
Es
innegable
que
marcó
una
época,
y
llegó
más
allá
de
ella,
muestra
de
ello
es
que
Napoleón
empleó
el
mismo
planteamiento
militar
que
el
macedonio
llevó
a
cabo
en
Issos.
Alejandro
murió
en
Babilonia
el
13
de
junio
del
año
323
a.C.,
la
leyenda
acababa
de
nacer. |