Mas
de
un
amigo
salvadoreño
me
han
mandado
algún
correo
electrónico,
recordándome
mis
tiempos
del
crítico
de
cine
en
El
Mundo
-¡qué
tiempos
aquellos!-
y
preguntándome
por
qué
no
escribo
más
a
menudo
sobre
cine.
Hoy
vamos
a
volver
a
aquellos
lares.
Acabo
de
ver
"Alejandro
Magno"
y
espero
que
esta
columna
coincida
con
el
estreno
salvadoreño
o
centroamericano,
o
que
esté
ya
al
caer.
Nadie
puede
a
estas
alturas
dudar
de
la
calidad
cinematográfica
de
Oliver
Stone,
sabiendo
además
que
una
de
sus
tendencias
es
la
de
hacer
películas
históricas
en
las
que
se
da
una
visión
de
conjunto
de
un
personaje,
se
explica
el
por
qué
de
sus
actos
o se
intenta
entrar
en
el
mundo
psicológico
y
los
motivos
más
íntimos
de
la
actuación
de
éste.
Buena
prueba
de
ello
son
sus
filmes
"JFK",
"Nixon",
"Platoon"
o
"Nacido
el 4
de
julio".
Por
no
valorar
sus
dos
larguísimos
documentales
sobre
Fidel
Castro,
que
son
harina
de
otro
costal
aunque
no
puede
negarse
-los
he
visto-
que
son
un
retrato
psicosocial
del
presidente
cubano,
con
sus
luces
y
sus
sombras
que
siempre
estarán
iluminadas
por
los
prejuicios
que
cada
uno
tenga
sobre
ese
personaje
histórico,
difícil
de
catalogar,
sin
que
ello
sea
una
loa
o un
demérito
de
los
documentales,
sino
una
constatación.
Pero
volvamos
con
"Alejandro
Magno".
El
film
ha
sido
ya
marcado
con
la
estrella
escarlata
del
fracaso.
Su
coste
-160
millones
de
dólares-
no
ha
sido
reembolsado,
ni
con
mucho.
Se
habla
de
35
millones
de
taquilla
en
unos
casos,
de
50
recaudados
en
otros,
y se
vaticina
que
no
será
un
gran
éxito
comercial.
Debe
reconocerse,
eso
sí,
que
el
éxito
comercial
no
está
en
absoluto,
en
demasiadas
ocasiones,
en
consonancia
con
el
éxito
artístico.
A mí
personalmente
me
ha
gustado
el
film
y
creo
que
como
película
histórica,
mas
allá
de
que
sea
del
género
biopic
o
del
género
(películas
basadas
en
la
antigüedad)
que
volvió
poner
de
moda
desde
1999
Ridley
Scott
con
"Gladiador",
merece
exhibirse.
"Alejandro
Magno"
es
un
film
bien
resuelto,
pero
su
planteamiento,
con
la
que
está
cayendo,
ha
manchado
toda
la
obra
y
por
ello
no
ha
tenido
el
éxito
que
se
merece.
Según
muchas
personas,
sobre
todas
las
conservadoras
-y
en
Estados
Unidos
ello
es
muy
importante
para
su
calificación-,
toca
un
tema
que
no
la
hace
accesible
para
el
público
infantil,
imprescindible
para
el
logro
económico:
Alejandro
Magno
es
homosexual,
o si
se
quiere,
bisexual.
Ello,
como
se
comprende
con
la
serie
de
problemas
que
está
habiendo
en
el
mundo
entre
la
iglesia
católica
y
otras
iglesias
cristianas,
desata
la
homofobia
-también
la
islámica
y la
judaica-
y ya
de
entrada
sesga
la
película.
La
obra
de
Stone
tiene
una
virtud:
por
lo
menos
no
falsea
la
realidad
histórica
como
ocurrió
en
Troya,
donde
Aquiles
y
Patroclo,
son
"primos
hermanos"
con
una
amistad
planteada
como
en
un
cuento
de
hadas.
Se
quieren
mucho,
pero
como
compañeros
de
armas
y de
juegos
de
infancia.
Creo
que
es
un
error
aplicar
la
moral
cristiana
a la
realidad
de
la
moral
social
de
Grecia.
Para
nadie
es
un
secreto
que
el
paso
de
Las
Termópilas
fue
una
batalla
que
se
hizo
famosa
por
los
150
guerreros,
amantes,
varones,
que
defendieron
el
desfiladero
y el
amor
que
se
tenían
los
hizo
imbatibles
por
desear
vengar
al
amado
que
caía
herido
o
muerto.
Juzgar
la
sexualidad
griega
con
patrones
de
hoy,
tradicionalmente
cristianos,
no
es
una
manera
muy
correcta
de
hacer
un
análisis
histórico
ni
de
acercarse
a la
verdad.
En
ese
sentido
"Alejandro
Magno"
se
acerca
a la
realidad
de
los
textos
que
se
conocen,
y
para
nadie
es
desconocido
por
qué
mandaron
matar
a
Sócrates,
como
nadie
puede
negar
que
su
pedagogía
hasta
ahora
no
ha
sido
superada
y
aún
se
bebe
en
sus
ideas.
En
ese
y
otros
sentidos,
la
fidelidad
histórica
de
la
película
está
reconocida
por
connotados
historiadores
de
la
antigüedad
y no
en
vano
Stone
ha
tardado
más
de
15
años
en
escribir
el
guión,
asesorado
por
excelentes
expertos
en
el
tema.
Otro
mérito,
en
mi
criterio,
del
film
de
Stone
es
su
impresionante
actualidad.
Alejandro
Magno
fue
el
adelantado
máximo
de
un
mundo
global,
como
el
de
hoy,
con
casi
3000
años
de
anticipación.
A
los
25
años,
Alejandro
había
conquistado
la
mayor
parte
del
mundo
conocido;
a su
muerte,
casi
a
los
33,
reinaba
en
un
vasto
imperio
que
se
prolongaba
desde
Grecia
pasando
por
el
Danubio,
el
valle
del
Nilo,
hasta
y la
India.
Como
ocurre
con
todos
los
personajes
de
la
antigüedad,
la
falta
de
fuentes
fidedignas
los
convierte
en
figuras
más
mitológicas
que
históricas,
pero
Stone,
ha
respetado
ña
figura
de
Alejandro
magno,
y
eso
le
ha
hecho
daño.
Stone
es
un
director
comprometido
con
la
historia,
deslumbrado
por
sus
protagonistas
más
célebres,
y
por
ello
se
embarca
en
películas
de
compleja
misión
como
en
convertir
en
filme
épico
la
turbulenta
biografía
del
mayor
conquistador
de
la
antigüedad.
Stone
pasó
varios
años
para
hacer
los
documentales
ya
citados
sobre
otro
grande
de
la
historia,
Fidel
Castro
-Comandante
y
Looking
for
Fidel-,
y
así
mismo
ha
ofrecido
su
visión
sobre
el
conflicto
palestino-israelí
-Persona
non
grata-.
Hoy
nos
ofrece
otra
obra
que
no
se
merece
el
trato
que
le
están
dando.
Sobre
Alejandro
Magno
siempre
han
existido
dos
versiones,
la
del
ilustrado,
que
alumbró
Oriente
con
la
antorcha
del
helenismo
y la
del
tirano
paranoico
que
vertió
ríos
de
sangre
a su
paso.
Stone
se
queda
con
la
primera
y
evita
rememorar
carnicerías
como
la
de
Tebas,
muy
citada.
Prefiere
destacar
su
tarea
de
explorador
y la
de
persona
tolerante
ante
la
religión
y
las
costumbres
de
los
territorios
conquistados.
De
aquí
que
se
casara
con
una
"salvaje"
asiática
desconocida,
una
campesina
y no
una
princesa,
para
así
hacer
realidad
su
deseo
de
crear
una
cultura
híbrida
bajo
la
que
unir
a
todos
los
pueblos.
Alejandro
cuestiona
con
la
práctica
las
enseñanzas
de
su
preceptor,
Aristóteles,
al
considerar
a
los
asiáticos
sus
semejantes
y no
los
bárbaros
esclavos
que
por
naturaleza
le
enseñó
el
filósofo,
interpretado
por
Christopher
Plummer.
El
planteamiento
que
creemos
que
escandaliza
del
film
es
la
clara
homosexualidad
de
Alejandro
cuando
Aristóteles
habla
a
unos
niños
en
sus
clases
sobre
la
diferencia
entre
yacer
por
lujuria
y
yacer
"juntos
en
la
sabiduría
y la
virtud".
No
hay
margen
para
la
duda
-como
en
Troya-,
sobre
que
el
noble
Hefestión
(Jared
Leto)
fue
amante
de
Alejandro,
que
lo
imagina
como
su
Patroclo,
obsesionado
como
está
con
la
Ilíada
y
Aquiles.
La
reconstrucción
de
las
batallas
proporciona
secuencias
impresionantes,
como
la
de
la
batalla
de
Gaugamela,
donde
50.000
griegos
se
enfrentaron
a
los
250.000
persas
de
Darío.
La
dimensión
del
enfrentamiento
se
aprecia
en
las
vistas
aéreas
del
desierto
marroquí,
donde
se
rodó,
y
las
nubes
de
polvo
que,
como
cuentan
las
crónicas,
llegaban
a
oscurecer
el
cielo.
Asimismo,
en
la
última
batalla,
contra
los
elefantes
del
rey
Poros,
es
donde
se
ve
la
calidad
artística
y el
nervio
visual
de Stone,
con
cámaras
móviles
y
con
un
efecto
lisérgico
desconcertante
en
comparación
con
la
sobriedad
del
resto
de
la
película.
Merece
también
la
pena
destacar
la
magnificencia
de
los
decorados,
como
en
la
recreación
de
los
jardines
colgantes
de
Babilonia.
Ello
es
una
muestra
de
que
Stone
se
ha
tomado
en
serio
la
película.
En
cuanto
a la
música
de
Vangelis,
es
adecuada
aunque
no
novedosa
en
su
desarrollo.
El
director
una
vez
más
inconformista
y
azote
de
las
mentalidades
más
rancias
vuelve
a
tocar
el
hueso
de
la
sensibilidad
conservadora
norteamericana.
Además
de
mostrar
abiertamente
la
bisexualidad
de
Alejandro,
muestra
lo
que
es
una
guerra
de
expansión
y a
lo
que
conlleva
y
los
excesos
del
imperialismo.
En
una
era
de
los
halcones,
(léanse
el
libro
de
Bob
Woodward:
Plan
de
Ataque)
y de
guerras
preventivas,
es
fácil
hacer
analogías
con
la
imposición
de
la
democracia
por
la
fuerza.
Que
la
película
no
es
una
obra
maestra
se
da
por
supuesto,
pero
tampoco
es
un
petardo.
Es
una
película
digna,
que
merece
la
pena
ver
y
comentar.
A un
espectador
inteligente
le
ayudará
a
reflexionar,
que
ya
es
bastante.
No
sabemos,
por
otra
parte,
si
Stone
ha
dirigido
la
película
que
quería.
En
sus
presentaciones
daba
la
sensación
de
que
creía
lo
que
decía;
no
sólo
era
propaganda.
Debe
aceptarse
que
el
tratamiento
de
la
expresión
de
amor
homosexual
se
ha
limitado
al
afecto
y
efecto
homoerótico
de
miradas
lánguidas
y
abrazos
fraternales
(nada
como
los
explícitos
regodeos
de
Almodóvar)
y en
cambio
la
noche
de
bodas
con
Roxana
(Rosario
Dawson)
está
filmada
sin
tapujos
(no
sabemos
si
eso
son
concesiones
para
evitar
mayores
desastres
en
taquilla).
Les
recomiendo
"Alejandro
Magno".
No
verán
una
obra
maestra,
pero
sí,
a
pesar
de
las
tres
horas,
un
cine
digno
y de
verisimilitud
histórica.
Sólo
nos
queda
ya
esperar
al
nuevo
proyecto
de
Stone:
se
habla
de
un "biopic"
sobre
Margaret
Thatcher,
con
Meryl
Streep
de
protagonista.
¡Ahí
es
nada! |