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17/01/2005

Luis Fernando Valero ● www.elfaro.net

Alejandro Magno, murmullos y susurros
Mas de un amigo salvadoreño me han mandado algún correo electrónico, recordándome mis tiempos del crítico de cine en El Mundo -¡qué tiempos aquellos!- y preguntándome por qué no escribo más a menudo sobre cine. Hoy vamos a volver a aquellos lares.

Acabo de ver "Alejandro Magno" y espero que esta columna coincida con el estreno salvadoreño o centroamericano, o que esté ya al caer.

Nadie puede a estas alturas dudar de la calidad cinematográfica de Oliver Stone, sabiendo además que una de sus tendencias es la de hacer películas históricas en las que se da una visión de conjunto de un personaje, se explica el por qué de sus actos o se intenta entrar en el mundo psicológico y los motivos más íntimos de la actuación de éste. Buena prueba de ello son sus filmes "JFK", "Nixon", "Platoon" o "Nacido el 4 de julio". Por no valorar sus dos larguísimos documentales sobre Fidel Castro, que son harina de otro costal aunque no puede negarse -los he visto- que son un retrato psicosocial del presidente cubano, con sus luces y sus sombras que siempre estarán iluminadas por los prejuicios que cada uno tenga sobre ese personaje histórico, difícil de catalogar, sin que ello sea una loa o un demérito de los documentales, sino una constatación.

Pero volvamos con "Alejandro Magno". El film ha sido ya marcado con la estrella escarlata del fracaso. Su coste -160 millones de dólares- no ha sido reembolsado, ni con mucho. Se habla de 35 millones de taquilla en unos casos, de 50 recaudados en otros, y se vaticina que no será un gran éxito comercial.

Debe reconocerse, eso sí, que el éxito comercial no está en absoluto, en demasiadas ocasiones, en consonancia con el éxito artístico. A mí personalmente me ha gustado el film y creo que como película histórica, mas allá de que sea del género biopic o del género (películas basadas en la antigüedad) que volvió poner de moda desde 1999 Ridley Scott con "Gladiador", merece exhibirse.

"Alejandro Magno" es un film bien resuelto, pero su planteamiento, con la que está cayendo, ha manchado toda la obra y por ello no ha tenido el éxito que se merece. Según muchas personas, sobre todas las conservadoras -y en Estados Unidos ello es muy importante para su calificación-, toca un tema que no la hace accesible para el público infantil, imprescindible para el logro económico: Alejandro Magno es homosexual, o si se quiere, bisexual. Ello, como se comprende con la serie de problemas que está habiendo en el mundo entre la iglesia católica y otras iglesias cristianas, desata la homofobia -también la islámica y la judaica- y ya de entrada sesga la película.

La obra de Stone tiene una virtud: por lo menos no falsea la realidad histórica como ocurrió en Troya, donde Aquiles y Patroclo, son "primos hermanos" con una amistad planteada como en un cuento de hadas. Se quieren mucho, pero como compañeros de armas y de juegos de infancia.

Creo que es un error aplicar la moral cristiana a la realidad de la moral social de Grecia. Para nadie es un secreto que el paso de Las Termópilas fue una batalla que se hizo famosa por los 150 guerreros, amantes, varones, que defendieron el desfiladero y el amor que se tenían los hizo imbatibles por desear vengar al amado que caía herido o muerto. Juzgar la sexualidad griega con patrones de hoy, tradicionalmente cristianos, no es una manera muy correcta de hacer un análisis histórico ni de acercarse a la verdad. En ese sentido "Alejandro Magno" se acerca a la realidad de los textos que se conocen, y para nadie es desconocido por qué mandaron matar a Sócrates, como nadie puede negar que su pedagogía hasta ahora no ha sido superada y aún se bebe en sus ideas.

En ese y otros sentidos, la fidelidad histórica de la película está reconocida por connotados historiadores de la antigüedad y no en vano Stone ha tardado más de 15 años en escribir el guión, asesorado por excelentes expertos en el tema.

Otro mérito, en mi criterio, del film de Stone es su impresionante actualidad. Alejandro Magno fue el adelantado máximo de un mundo global, como el de hoy, con casi 3000 años de anticipación.

A los 25 años, Alejandro había conquistado la mayor parte del mundo conocido; a su muerte, casi a los 33, reinaba en un vasto imperio que se prolongaba desde Grecia pasando por el Danubio, el valle del Nilo, hasta y la India. Como ocurre con todos los personajes de la antigüedad, la falta de fuentes fidedignas los convierte en figuras más mitológicas que históricas, pero Stone, ha respetado ña figura de Alejandro magno, y eso le ha hecho daño.

Stone es un director comprometido con la historia, deslumbrado por sus protagonistas más célebres, y por ello se embarca en películas de compleja misión como en convertir en filme épico la turbulenta biografía del mayor conquistador de la antigüedad. Stone pasó varios años para hacer los documentales ya citados sobre otro grande de la historia, Fidel Castro -Comandante y Looking for Fidel-, y así mismo ha ofrecido su visión sobre el conflicto palestino-israelí -Persona non grata-. Hoy nos ofrece otra obra que no se merece el trato que le están dando.

Sobre Alejandro Magno siempre han existido dos versiones, la del ilustrado, que alumbró Oriente con la antorcha del helenismo y la del tirano paranoico que vertió ríos de sangre a su paso. Stone se queda con la primera y evita rememorar carnicerías como la de Tebas, muy citada. Prefiere destacar su tarea de explorador y la de persona tolerante ante la religión y las costumbres de los territorios conquistados. De aquí que se casara con una "salvaje" asiática desconocida, una campesina y no una princesa, para así hacer realidad su deseo de crear una cultura híbrida bajo la que unir a todos los pueblos. Alejandro cuestiona con la práctica las enseñanzas de su preceptor, Aristóteles, al considerar a los asiáticos sus semejantes y no los bárbaros esclavos que por naturaleza le enseñó el filósofo, interpretado por Christopher Plummer.

El planteamiento que creemos que escandaliza del film es la clara homosexualidad de Alejandro cuando Aristóteles habla a unos niños en sus clases sobre la diferencia entre yacer por lujuria y yacer "juntos en la sabiduría y la virtud". No hay margen para la duda -como en Troya-, sobre que el noble Hefestión (Jared Leto) fue amante de Alejandro, que lo imagina como su Patroclo, obsesionado como está con la Ilíada y Aquiles.

La reconstrucción de las batallas proporciona secuencias impresionantes, como la de la batalla de Gaugamela, donde 50.000 griegos se enfrentaron a los 250.000 persas de Darío. La dimensión del enfrentamiento se aprecia en las vistas aéreas del desierto marroquí, donde se rodó, y las nubes de polvo que, como cuentan las crónicas, llegaban a oscurecer el cielo. Asimismo, en la última batalla, contra los elefantes del rey Poros, es donde se ve la calidad artística y el nervio visual de Stone, con cámaras móviles y con un efecto lisérgico desconcertante en comparación con la sobriedad del resto de la película.

Merece también la pena destacar la magnificencia de los decorados, como en la recreación de los jardines colgantes de Babilonia. Ello es una muestra de que Stone se ha tomado en serio la película. En cuanto a la música de Vangelis, es adecuada aunque no novedosa en su desarrollo.

El director una vez más inconformista y azote de las mentalidades más rancias vuelve a tocar el hueso de la sensibilidad conservadora norteamericana. Además de mostrar abiertamente la bisexualidad de Alejandro, muestra lo que es una guerra de expansión y a lo que conlleva y los excesos del imperialismo. En una era de los halcones, (léanse el libro de Bob Woodward: Plan de Ataque) y de guerras preventivas, es fácil hacer analogías con la imposición de la democracia por la fuerza.

Que la película no es una obra maestra se da por supuesto, pero tampoco es un petardo. Es una película digna, que merece la pena ver y comentar. A un espectador inteligente le ayudará a reflexionar, que ya es bastante.

No sabemos, por otra parte, si Stone ha dirigido la película que quería. En sus presentaciones daba la sensación de que creía lo que decía; no sólo era propaganda. Debe aceptarse que el tratamiento de la expresión de amor homosexual se ha limitado al afecto y efecto homoerótico de miradas lánguidas y abrazos fraternales (nada como los explícitos regodeos de Almodóvar) y en cambio la noche de bodas con Roxana (Rosario Dawson) está filmada sin tapujos (no sabemos si eso son concesiones para evitar mayores desastres en taquilla).

Les recomiendo "Alejandro Magno". No verán una obra maestra, pero sí, a pesar de las tres horas, un cine digno y de verisimilitud histórica. Sólo nos queda ya esperar al nuevo proyecto de Stone: se habla de un "biopic" sobre Margaret Thatcher, con Meryl Streep de protagonista. ¡Ahí es nada!

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