Por FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS DE LAS REALES ACADEMIAS ESPAÑOLA Y DE LA HISTORIA
He
estado
diez
días
en
Libia,
con
setenta
miembros
de
la
Sociedad
Española
de
Estudios
Clásicos,
recorriendo
las
ciudades
griegas
y
romanas:
Cirene,
Leptis
Magna,
Sabratha.
Espléndidas
ciudades.
Recordando
a
Heródoto
y
a
Píndaro,
a
Trajano
y
Adriano,
Marco
Aurelio
y
Septimio
Severo,
Justiniano
y
los
cristianos.
A
todos
los
que,
a
través
de
descendientes
ilustres,
conformaron
nuestro
mundo,
que
algunos
pretenden
hacer
olvidar.
Sin
ellos
no
seríamos
lo
que
somos.
O
lo
que
deberíamos
ser.
Explicábamos
todo
aquello
Antonio
Alvar
y
yo.
Luego,
procuraba
olvidar
la
tristeza
de
España.
En
cuanto
se
abre
la
TV
o
un
periódico,
se
reencuentra.
No
hablo
del
Gobierno,
todos
abusan
de
la
TV.
Pero
¿a
qué
tanta
cancha
a
ese
personal
impresentable
que
ya
saben?
¿Por
qué
hacerles
la
propaganda
gratis?
Va
contra
la
salud
mental
del
pueblo
español.
Cuando
uno
espera
reencontrar
lo
malo,
algo
de
bueno
encuentra.
Por
ejemplo:
el
Gobierno,
el
Tribunal
Supremo
y
el
Constitucional
han
rechazado
la
primera
candidatura
filo-ETA
(y
tolerado
la
segunda).
Por
ejemplo,
parece
que
se
ha
logrado
ofrecer,
en
los
planes
universitarios
de
Filología,
el
español
como
una
titulación
propia.
Y
una
titulación
de
Filología
Clásica.
Es
para
felicitarse.
Pero
luego,
¿qué
les
voy
a
decir?
En
lo
internacional
seguimos
siendo
un
paria,
una
cabeza
de
puente
en
Europa
de
los
populismos
hispanoamericanos.
En
la
lengua,
desde
el
primer
momento,
el
español
como
lengua
común,
la
única
que
todos
los
españoles
tienen
obligación
de
conocer
y
derecho
a
usar,
que
dice
la
Constitución,
sigue
sufriendo
recortes.
Vastas
áreas,
desde
la
enseñanza
a
la
Administración,
se
le
substraen.
Hay
una
represión
bien
evidente.
Y
un
volver
la
cabeza
a
otro
lado.
Podría
haber
habido
acuerdos,
soluciones.
Nada.
Y
lo
que
no
era
un
problema,
la
existencia
de
lenguas
varias,
absolutamente
respetables,
junto
a
una
lengua
común
que
hablan
todos,
convenientemente
explotada
sigue
convirtiéndose
en
una
serie
de
presiones
intolerables
y
en
un
pretexto
para
enfrentamientos
políticos.
Pero
si
esto
viola
el
artículo
3
de
la
Constitución,
los
partidos
separatistas
y
filoseparatistas
violan
el
6,
el
que
dice
que
los
partidos
«son
libres
dentro
del
respeto
a
la
Constitución».
No
sólo
no
la
respetan
sino
que
quieren
modificarla
a
su
favor.
De
momento,
el
desafío
más
fuerte
es
el
vasco.
Todo
el
frente
que
va
de
ETA
al
PNV
está
a
la
ofensiva.
Este
último
partido,
el
más
peligroso,
fue
recibido
en
las
Cortes
con
honores,
en
la
persona
de Ibarreche.
Y
ahora
todos
los
españoles
sufrimos
con
sólo
ver
las
imágenes
de
esas
elecciones.
Y
sufriremos
del
resultado.
Quizá
pudiera
haber
sido
peor,
pero
tampoco
es
bueno
éste.
Ni
lo
sería
ningún
otro
mientras
cada
poco
se
someta
a
votación
la
integridad
de
España.
Es
algo
que
habría
debido
evitarse.
Y
luego
está
la
educación.
La
ministra
ha
expuesto,
por
fin,
su
proyecto.
Lo
de
siempre:
flexibilidad,
opciones
no
definidas,
menos
materias
serias
y
más
marías,
intervención
de
autoridades
múltiples,
hermosos
términos
abstractos,
nada
que
proponga,
simplemente,
instruirse.
Saber
cosas.
Los
profesores
preferirían
pocas
materias
importantes,
obligatorias,
sin
opcionales
que
las
contorneen.
Tememos
por
lo
poco
que
para
el
Latín
y
el
Griego
se
había
conseguido,
con
el
PSOE
y
el
PP:
un
cierto
equilibrio,
a
la
baja.
Ahora,
otra
vez
a
empezar,
como
en
el
juego
de
la
oca.
¿Habrá
que
visitar,
una
a
una,
las
diecisiete
Autonomías,
a
ver
qué
nos
conceden?
¡Qué
cansancio!
Es,
al
menos,
reconfortante
que
más
de
2.500
personalidades
hayan
firmado
un
manifiesto
de
la
Sociedad
Española
de
Estudios
Clásicos
y
las
Reales
Academias
Española
y
de
la
Historia
respalden
el
estudio
de
los
clásicos
en
la
enseñanza
secundaria.
Un
poquito
de
diálogo
y
talante
es
lo
que
pedimos
del
Gobierno,
que,
pienso,
no
habría
debido
reiniciar
este
tema.
Peores
todavía
son
esos
intentos
de
reabrir
las
heridas
de
España,
ya
olvidadas
por
la
mayor
parte
de
los
españoles.
Pero
hay
profesionales.
Lo
de
la
estatua
de
Franco
fue
ruin.
Y
están
en
lista
de
espera,
parece,
el
Valle
de
los
Caídos
y
el
Arco
de
la
Victoria.
No
sé
si
las
pirámides
de
Egipto.
Y
hay
quienes
se
dedican
a
desenterrar
muertos,
otros
a
escribir
falsas
historias,
maniqueas.
¿Por
qué
no
dejan
a
los
muertos
seguir
muertos
y
a
los
vivos
vivir?
La
guerra
civil
quedó
atrás,
o
eso
pensaba
la
inmensa
mayoría
de
los
españoles.
¿No
es
más
urgente
seguir
adelante?
Y
luego
hay
la
cuestión
religiosa,
artificialmente
resucitada.
El
cristianismo
ha
estado,
está,
unido
a
nuestra
cultura.
Si
ha
habido
excesos,
pagados
están.
Pero
quedar
huérfanos,
no
entender
nada
de
nuestra
historia,
nuestros
ritos,
nuestro
arte,
nuestra
moral
tradicional,
es
bien
penoso.
De
los
padres
no
se
reniega,
se
ha
visto
estos
días.
¿Llegará
algo
de
esto
a
la
legislación?
Incertidumbre
tras
incertidumbre.
Todo
un
panorama
artificialmente
triste,
en
un
país
vigoroso,
unido
por
una
historia
larga
y
difícil
que
sólo
mentirosamente
es
negada.
La
transición
fue
un
modelo
en
el
mundo,
el
socialismo
de
Felipe
González,
tras
algunos
excesos
y
con
algunos
errores
(como
en
Educación),
volvió
al
camino
de
nuestra
historia,
hizo
crecer
a
España.
Ahora
retrocedemos
a
un
entorno
poco
democrático,
poco
igualitario,
poco
socialista.
De
cuando
en
cuando,
hay
un
golpe
de
timón
acertado.
Pero
otras
cosas
son
puro
masoquismo,
como
aquél
del
98.
La
democracia
consiste
en
la
igualdad
y
el
respeto
a
las
normas.
Es
crisis
siempre,
pero
dentro
de
unos
límites
prefijados.
Si
no,
explota.
Exige,
en
España,
respeto
a
cosas
tan
elementales
como
la
unidad
de
la
nación
o
la
lengua
española.
Y
no
hay
igualdad
cuando
se
enfrenta
a
las
comunidades
por
el
agua
o
el
dinero.
O
se
les
entrega
la
educación,
con
resultados
pavorosos
en
algunas.
Ni
creo
que
todo
esto
sea
exactamente
socialista.
El
socialismo
ha
ganado
la
batalla
política,
hoy
todos
los
partidos
son
más
o
menos
socialistas.
Y
ha
superado
sus
orígenes
rbeldes,
integrándose
en
la
democracia
y
renunciando
a
ciertas
utopías.
Pero,
al
triunfar,
se
ha
quedado
sin
un
programa
suficientemente
diferenciado.
Y
busca
votos
en
las
causas
marginales,
en
las
extremistas
y
en
las
separatistas.
Causas
nada
socialistas.
Una
desgracia
para
todos,
para
ellos
los
primeros.
Por
otra
parte,
el
socialismo
español,
cuyo
núcleo
central
es
burgués
y
progresista
al
tiempo,
español
también,
está
tironeado,
desde
antiguo,
por
grupos
radicales.
Los
de
la
huelga
de
1917,
los
de
las
revoluciones
y
virulencias
de
1934
y
1936,
que
crearon
el
ambiente
del
que
salió
la
guerra
civil.
La
alianza
de
socialismo
y
catalanismo
separatista
y
la
de
un
ala
socialista
y
los
comunistas
y
anarquistas
estuvo
en
el
centro
de
aquel
desastre.Luego,
el
socialismo
aprendió:
muchos
socialistas
lo
sabían
desde
el
principio,
pero
fueron
apartados
del
poder,
lean
los
libros
de
historia.
Cuando
en
1982
subió
al
poder
de
nuevo,
limó,
ya
digo,
algunos
excesos,
se
integró
en
la
línea
central
de
la
nación.
No
dudo
que
muchísimos
de
entre
los
socialistas
siguen
pensando
así.
Pero
hay
esa
terrible
tendencia
a
repetir
enfrentamientos
nocivos
y
alianzas
deletéreas.
Es
triste
el
panorama
al
que
hemos
llegado:
aislados
en
el
mundo,
fragmentados
por
dentro,
repitiendo
viejos
tópicos,
rumiando
una
y
otra
vez
un
pasado
del
que
habría
que
aprender
para
luego
olvidarlo,
convirtiendo
cualquier
cosa
en
arma
política.
Haciendo
como
si
fuera
normal
lo
que,
desde
luego,
no
es
normal
en
una
nación
rica
—se
ve
viajando
fuera—
y
progresiva.
Llevamos
el
desmadre
con
cierta
dignidad,
viendo
lo
menos
posible,
comentando
lo
menos
posible,
pensando
que
ya
pasará,
ya
lo
arreglará
alguien
con
ayuda
del
sentido
común.
Pero
el
desmadre
va
siendo
ya
excesivo.
Vivimos
fundamentalmente
de
lo
que
queda
de
la
vieja
España,
y
de
la
esperanza
de
que
el
turbión,
bastante
artificial,
pasará.
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