La
historia
de los
vinos
en
España
se
remonta
a la
antigüedad,
pues
la
vieja
Iberia
ya
figuraba
en
algunos
documentos
del
siglo
I
antes
de
Cristo,
como
exportadora
de
vinos.
Si
bien
no se
conoce
con
exactitud
quiénes
fueron
los
introductores
de la
vid en
España,
es
probable
que
fueran
los
griegos,
pero
también
es
posible
que
fueran
los
púnicos
por
los
siglos
VI ó V
antes
de
Cristo.
Los
tipos
de uva
Se
estima
que
los
primeros
viñedos
pueden
haber
estado
ubicados
al
noroeste
de la
península,
cercanos
a la
costa
lacetana,
donde
hoy
está
emplazada
Barcelona
o, por
el
contrario,
en la
Bética,
zona
en la
que
podría
localizarse
la
antigua
localidad
de
Oinoússa,
cuya
denominación
alude
al
vino (oinos).
Existe
el
conocimiento
de los
tipos
de uva
que
cultivaron
los
precursores
de la
vitivicultura
española
y, en
este
sentido,
el
naturalista
romano
Plinio
afirma
que
los
hispanos
celebraban
una
clase
de uva
a la
que
denominaban
“coccolobis”,
a la
que
los
romanos
conocían
como
“balisca”
y
aludió
sobre
ello
que
“su
racimo
es
menos
apretado,
pero
soporta
los
calores
y los
vientos
austros;
su
vino
es
enemigo
de la
cabeza
y
abundante.
Los
hispanos
distinguen
en
ella
dos
géneros:
uno de
uva
oblonga
y otro
redonda;
se
vendimian
las
últimas”.
Continúa
diciendo
que
“cuanto
más
dulce
es la
coccolobis
es
tanto
mejor.
La que
tiene
gusto
seco
se
hace
dulce
al
envejecer,
y la
que lo
tuvo
dulce
se
convierte
en
seco
con el
tiempo;
entonces
puede
competir
con el
vino
albano;
se
dice
que su
bebida
es muy
eficaz
contra
las
afecciones
de la
vejiga”.
Plinio
sostiene
luego
que
“existe
además
una
vid de
una
negra
amínnea,
a la
que se
le
llama
syriaca,
así
como
la
hispana,
la
mejor
entre
las
inferiores”.
El
cronista
agrega
también
que
“los
viñedos
lacetanos
en
Hispana
son
famosos
por el
mucho
vino
que de
ellos
se
obtiene,
pero
los
tarraconenses
y los
lauroneneses
lo son
por su
finura,
así
como
los
baleáricos
se
comparan
con
los
mejores
de
Italia”.
Los
vinos
Los
vinos
de la
Turdetania,
que
llegaron
a
rivalizar
con
los
más
famosos
de la
antigüedad,
tal
vez
eran
los
que
hoy
degustamos
como
vinos
andaluces
y esta
suposición
es
corroborada
por el
hecho
de que
en
algunos
yacimientos
arqueológicos,
especialmente
submarinos,
hayan
sido
encontradas
ánforas
en las
que
estaba
inscripta
la
denominación
de
“vinus
gaditanus”.
La
elaboración
de
estos
vinos
era
bastante
cuidadosa
para
lo que
se
acostumbraba
en
aquella
época,
aunque
los
más
renombrados
caldos
tan
alabados
por
los
escritores
clásicos,
no
hubieran
podido
resistir
la
comparación
con
cualquiera
de los
que
hoy
son
elaborados.
En
aquella
época
eran
utilizadas
técnicas
muy
rudimentarias
que
fueron
importadas
por
los
griegos
o
quizá
por
los
romanos,
que
alteraban
el
sabor
del
vino
por la
adición
de
ciertas
sustancias,
tales
como
agua
de
mar,
diversas
resinas,
determinadas
hierbas
y en
algunas
ocasiones
por la
acción
del
humo.
Con
preferencia
se
utilizaba
la
resina
que se
requería
para
hacer
la “bruttia”,
emplasto
con el
que se
enlucían
las
vasijas
donde
se
envasaba
el
vino.
Métodos
de
vinificación
No
existen
noticias
totalmente
exactas
acerca
de los
métodos
de
vinificación
que
empleaban
los
viñateros
hispanos,
aludiremos
a los
que
usaban
los
romanos
que,
de
alguna
manera
fueron
los
maestros
de los
viticultores
ibéricos.
Sobre
el
particular,
el
primer
mosto
que se
obtenía
en el
lagar
era
utilizado
para
la
preparación
del “mulsum”,
para
lo
cual
era
mezclado
con
miel y
se lo
dejaba
envejecer
para
servirlo
como
aperitivo
en las
comidas
de
gala.
El
resto
del
mosto
lo
dejaban
fermentar
en
unas
tinajas
muy
grandes,
denominadas
“doliae”,
después
de
filtrarlo
a
través
de
unos
cestillos
cónicos
de
mimbre.
Todavía
no
eran
conocidos
los
toneles
de
madera
que
fueron
inventados
por
los
galos
y no
se
introdujeron
en
Roma
hasta
mucho
tiempo
después.
Una
vez
realizada
la
fermentación,
el
vino
era
trasegado
y
tratado
por
los
viñateros
que
conocían
los
procedimientos
para
elaborarlo.
Era
clarificado
con
ceniza,
arcilla,
polvo
de
mármol,
resina,
pez y
también,
a
imitación
de los
griegos,
con
agua
de
mar.
El
envasado
del
vino
Terminadas
estas
operaciones,
era
envasado
en
ánforas
de
barro
en las
que
era
inscripto
el año
de la
cosecha
y las
características
del
vino;
luego
las
vasijas
eran
taponadas
con
yeso o
arcilla
y se
dejaban
envejecer,
no en
bodegas
subterráneas
como
se
hace
hoy,
sino
en las
habitaciones
altas
de la
casa,
con
preferencia
en las
cercanías
de las
chimeneas,
pues
estimaban
que
allí
el
vino
tomaba
un
aroma
que
era
muy
apreciado
y, al
mismo
tiempo
se
concentraba,
algunas
veces
hasta
alcanzar
la
consistencia
de un
jarabe.