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02/10/2004

José Núñez ● www.laseptimadigital.com.ar

Los vinos españoles en la antigüedad
La historia de los vinos en España se remonta a la antigüedad, pues la vieja Iberia ya figuraba en algunos documentos del siglo I antes de Cristo, como exportadora de vinos.

Si bien no se conoce con exactitud quiénes fueron los introductores de la vid en España, es probable que fueran los griegos, pero también es posible que fueran los púnicos por los siglos VI ó V antes de Cristo.

Los tipos de uva

Se estima que los primeros viñedos pueden haber estado ubicados al noroeste de la península, cercanos a la costa lacetana, donde hoy está emplazada Barcelona o, por el contrario, en la Bética, zona en la que podría localizarse la antigua localidad de Oinoússa, cuya denominación alude al vino (oinos).

Existe el conocimiento de los tipos de uva que cultivaron los precursores de la vitivicultura española y, en este sentido, el naturalista romano Plinio afirma que los hispanos celebraban una clase de uva a la que denominaban “coccolobis”, a la que los romanos conocían como “balisca” y aludió sobre ello que “su racimo es menos apretado, pero soporta los calores y los vientos austros; su vino es enemigo de la cabeza y abundante. Los hispanos distinguen en ella dos géneros: uno de uva oblonga y otro redonda; se vendimian las últimas”.

Continúa diciendo que “cuanto más dulce es la coccolobis es tanto mejor. La que tiene gusto seco se hace dulce al envejecer, y la que lo tuvo dulce se convierte en seco con el tiempo; entonces puede competir con el vino albano; se dice que su bebida es muy eficaz contra las afecciones de la vejiga”.

Plinio sostiene luego que “existe además una vid de una negra amínnea, a la que se le llama syriaca, así como la hispana, la mejor entre las inferiores”.

El cronista agrega también que “los viñedos lacetanos en Hispana son famosos por el mucho vino que de ellos se obtiene, pero los tarraconenses y los lauroneneses lo son por su finura, así como los baleáricos se comparan con los mejores de Italia”.

Los vinos

Los vinos de la Turdetania, que llegaron a rivalizar con los más famosos de la antigüedad, tal vez eran los que hoy degustamos como vinos andaluces y esta suposición es corroborada por el hecho de que en algunos yacimientos arqueológicos, especialmente submarinos, hayan sido encontradas ánforas en las que estaba inscripta la denominación de “vinus gaditanus”.

La elaboración de estos vinos era bastante cuidadosa para lo que se acostumbraba en aquella época, aunque los más renombrados caldos tan alabados por los escritores clásicos, no hubieran podido resistir la comparación con cualquiera de los que hoy son elaborados.

En aquella época eran utilizadas técnicas muy rudimentarias que fueron importadas por los griegos o quizá por los romanos, que alteraban el sabor del vino por la adición de ciertas sustancias, tales como agua de mar, diversas resinas, determinadas hierbas y en algunas ocasiones por la acción del humo. Con preferencia se utilizaba la resina que se requería para hacer la “bruttia”, emplasto con el que se enlucían las vasijas donde se envasaba el vino.

Métodos de vinificación

No existen noticias totalmente exactas acerca de los métodos de vinificación que empleaban los viñateros hispanos, aludiremos a los que usaban los romanos que, de alguna manera fueron los maestros de los viticultores ibéricos.

Sobre el particular, el primer mosto que se obtenía en el lagar era utilizado para la preparación del “mulsum”, para lo cual era mezclado con miel y se lo dejaba envejecer para servirlo como aperitivo en las comidas de gala. El resto del mosto lo dejaban fermentar en unas tinajas muy grandes, denominadas “doliae”, después de filtrarlo a través de unos cestillos cónicos de mimbre. Todavía no eran conocidos los toneles de madera que fueron inventados por los galos y no se introdujeron en Roma hasta mucho tiempo después.

Una vez realizada la fermentación, el vino era trasegado y tratado por los viñateros que conocían los procedimientos para elaborarlo. Era clarificado con ceniza, arcilla, polvo de mármol, resina, pez y también, a imitación de los griegos, con agua de mar.

El envasado del vino

 

Terminadas estas operaciones, era envasado en ánforas de barro en las que era inscripto el año de la cosecha y las características del vino; luego las vasijas eran taponadas con yeso o arcilla y se dejaban envejecer, no en bodegas subterráneas como se hace hoy, sino en las habitaciones altas de la casa, con preferencia en las cercanías de las chimeneas, pues estimaban que allí el vino tomaba un aroma que era muy apreciado y, al mismo tiempo se concentraba, algunas veces hasta alcanzar la consistencia de un jarabe.

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