Por Franciso
Rodríguez
Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia
Todos
los
días
están
llenos
los
medios
de
comunicación
de
los
proyectos
del
PSOE
en
relación
con
nuevas
leyes
y
con
reformas
de
la
Constitución
y
los
Estatutos
de
Autonomía,
entre
mil
cosas
más.
Pero
sobre
la
Ley
de
Calidad
de
la
Enseñanza,
cuya
aplicación
fue
suspendida
en
varios
puntos,
solamente
se
han
publicado
unas
propuestas
que
para
el
tema
que
en
este
momento
me
interesa
no
dicen
gran
cosa.
Pienso
que
esto
no
puede
quedar
así
y
que
hay
que
llegar
a
verdaderas
soluciones,
mejor
antes
que
después.
Voy
a
destacar
un
tema
por
el
que
llevo
luchando
muchos
años,
el
de
las
Humanidades
Clásicas.
De
verdad,
no
voy
a
entrar
aquí
en
toda
la
problemática
de
la
Ley
de
Calidad
de
la
Enseñanza,
que
en
términos
generales
me
parecía
necesaria,
así
lo
he
defendido
varias
veces
en
ABC
y
en
otros
lugares.
Hago
notar,
por
otra
parte,
que
el
mismo
PSOE
dejó
en
vigor
varios
puntos
de
la
Ley
que
eran
esenciales:
sobre
todo,
la
prohibición
del
paso
automático
de
curso.
Introduce
un
poco
de
seriedad.
Pero
lo
que,
con
infinito
trabajo,
se
había
conseguido
a
favor
de
las
Humanidades
Clásicas
en
la
ESO,
gracias
a
dicha
Ley,
quedó
«en
suspenso»
al
quedar
suspendidos
los
itinerarios,
es
decir,
la
posibilidad
de
elección,
para
los
alumnos
de
quince
y
dieciséis
años.
Todo
lo
ganado
se
ha
ido,
de
momento,
al
hoyo.
Y
no,
estoy
seguro,
por
hostilidad
a
las
Humanidades
Clásicas,
sino
por
una
posición
de
principio.
Quizá
suene
bien
a
algunos,
pero
en
toda
Europa
hay
elección
de
materias,
desde
los
quince
años
o
antes,
según
demostré
con
datos,
en
ABC.
La
quiere
la
mayoría
del
profesorado,
también
lo
hice
ver
con
datos.
Favorece
el
despliegue
de
las
diversas
vocaciones
y
capacidades,
evita
una
uniformidad
artificial
e
injusta.
Esto
nos
lo
han
reconocido,
a
mí
y
a
miembros
de
la
Sociedad
de
Estudios
Clásicos,
responsables
educativos
del
PSOE,
antes
y
después
del
11
de
Marzo.
Quizá
lo
prefieren
con
otras
fórmulas.
Pues
que
se
busquen.
El
tema
de
las
Humanidades
Clásicas
no
debe
ser
-y
creo
que
no
es-
una
cuestión
de
partidos.
Todos
ellos
saben
que
vivimos,
cultural
y
políticamente
hablando,
de
invenciones
de
griegos
y
romanos,
que
van
de
la
democracia
al
teatro,
a
la
ciencia,
al
atletismo.
Ningún
ataque
directo
hemos
recibido
de
los
grupos
políticos,
a
veces
elogios.
Y
con
los
socialistas
y
con
el
PP
hemos
negociado.
Y
hemos
obtenido
algunas
cosas,
hemos
fracasado
en
otras.
Con
los
socialistas
se
logró
la
introducción
de
la
«Cultura
Clásica»,
aunque
en
una
forma
más
bien
débil.
Recuerdo
cuando
Solana
y
Rubalcaba
me
decían
que
ellos
no
querían
pasar
a
la
Historia
como
los
causantes
del
fin
de
la
enseñanza
de
las
lenguas
clásicas.
Luego,
con
el
Partido
Popular
en
el
poder,
pasamos
largas
angustias
cuando
se
mezcló
la
política
y
no
fueron
posibles
las
reformas
que
impulsaba
Esperanza
Aguirre.
Más
tarde
fue
un
éxito,
en
tiempos
de
Pilar
del
Castillo,
que
a
la
subsección
de
Humanidades
y
Ciencias
Sociales
del
Bachillerato
se
le
concediera
un
segundo
año
de
Griego
(aunque
con
ciertas
indefiniciones):
uno
era
ridículo.
Esto
ha
sido
respetado.
Nada
se
consiguió
para
el
latín
y
me
quejé,
en
aquel
momento,
en
estas
mismas
páginas.
Y
se
consiguió
también,
vuelvo
a
mi
tema,
gracias
a
la
Ley
de
Calidad,
un
curso
de
Cultura
Clásica
en
la
ESO,
uno
de
Latín
en
un
itinerario
de
Humanidades
y
Ciencias
Sociales
de
la
misma
ESO.
Esto
es
lo
que
ha
quedado
provisionalmente
arrasado:
elevo
aquí
mi
voz
para
que
vuelva.
Pero
no
quiero
insistir
sobre
este
tema
sin
decir
que
en
el
Bachillerato
nos
hemos
quedado
lejos
de
la
verdadera
solución.
Ante
el
Ministerio
y
ante
el
propio
presidente
Aznar,
insistí
en
que
la
verdadera
solución
pasaba
por
dividir
en
dos
la
rama
de
Humanidades
y
Ciencias
Sociales.
Que
en
una
rama
de
Sociales
se
prescindiera
del
Latín
y
el
Griego
y,
en
cambio,
en
Humanidades
se
prescindiera
de
Economía,
Matemáticas,
Psicología
y
otras
materias
más
que
impiden
que
haya
un
Latín
y
un
Griego
de
verdad.
No
hubo
nada
que
hacer.
Verán
que
procedo
imparcialmente,
doy
(y
quito)
a
cada
cual
lo
suyo.
Y
que
sé
que
las
actuales
medidas
negativas
no
proceden
de
hostilidad,
sino
del
choque
con
otras
exigencias.
De
ahí
ha
venido
el
último
número
de
esta,
parece,
eterna
guerra.
La
ofensiva
-que
creo
un
error,
hablemos
francamente-
contra
los
itinerarios
de
la
ESO
se
ha
cargado
-provisionalmente-
lo
que,
de
entre
esperanzas
más
amplias,
se
había
conseguido
con
la
Ley
de
Calidad.
Una
mejora
para
la
Cultura
Clásica,
liberada
de
interpretaciones
y
reducciones
aquí
y
allá;
y
un
poco
de
Latín.
Es
como
si
-decía
yo
a
responsables
educativos-
una
bomba
no
demasiado
«inteligente»
hubiera
caído
no
sobre
el
objetivo
prefijado,
sino
sobre
uno
no
querido.
Daños
colaterales
se
llama
a
eso.
En
este
caso,
por
fortuna,
es
algo
que
puede
repararse.
El
miedo
es
que
en
un
momento
de
máxima
ebullición
política
todo
esto
se
olvide
o
se
deje
de
lado.
Y
que
es,
parece,
complejo:
uno
se
lo
explica
a
los
periodistas
y
no
se
enteran.
Pues
bien,
es
importante
para
toda
la
nación
española:
más,
me
parece,
que
tantas
causas
de
pequeños
grupos
gritadores
en
tantos
niveles
y
esquinas
de
nuestra
nación.
A
llamar
la
atención
sobre
ello
va
encaminado
este
artículo.
El
tema
de
la
Ley
de
Calidad
debe
encarrilarse
rápidamente.
Es
algo
que
estaba
en
la
Ley
por
derecho
propio
y
no
fue
objetado
por
nadie
en
su
momento.
Restaurarlo
es
lo
menos
que
puede
hacer
el
Gobierno
socialista.
Le
dará
honor.
A
lo
que
más
tememos
es
a
que
se
haga
una
reglamentación-vaselina
a
base
de
opciones
indiscriminadas
en
que
puedan
meter
la
cuchara
Autonomías
y
hasta
Centros.
Sería
llegar
a
nada,
volver
a
la
indefinición
anterior.
No:
necesitamos
unas
Humanidades
obligatorias
para
determinados
grupos
de
alumnos.
Y
en
toda
España.
Pero,
la
verdad,
la
propuesta
presentada
por
el
Gobierno
no
nos
tranquiliza
nada.
Discúlpenme
si
recuerdo
nuestra
larga
lucha
a
lo
largo
de
tiempos
en
que
primaba
el
tema
de
las
Humanidades
y
todas
las
primeras
figuras
del
país
firmaban
nuestros
escritos
en
defensa
de
las
mismas.
Luego,
los
resultados
fueron
bastante
magros,
pero
se
evitó
lo
peor.
Y
mejoró
la
moral
de
un
profesorado
y
un
alumnado
dedicados,
pero
sometidos
a
infinitas
tensiones
a
lo
largo
de
las
interminables
reformas
y
su
tira
y
afloja.
Hay
que
acabar
con
esto
y
hacer
unos
planes
consensuados
y
duraderos.
Ahora
mismo,
la
Constitución
Europea
va
a
firmarse
en
Roma,
como
reconocimiento
de
que
allí
tuvo
Europa
su
origen.
Su
segundo
origen,
pues
el
primero
estuvo
en
Grecia,
de
donde
vienen
el
nombre
y
la
idea.
Ha
ocupado
nuestros
ojos
y
oídos
un
mes
entero
con
las
Olimpiadas.
Pero
ahí
acaba
todo.
Cuando
en
un
momento
acudimos
a
la
Comisión
Europea
para
que
apoyara
la
enseñanza
del
Griego
y
el
Latín
en
toda
Europa,
no
nos
hizo
ni
caso.
Y
sin
embargo,
la
griega
y
la
latina
son
lenguas
y
culturas
que
unen
no
sólo
a
toda
Europa,
también
a
todas
las
regiones
de
España,
una
a
una.
Y
a
la
Humanidad,
diría.
No
sé
si
alguien
ha
traducido
los
bellos
versos
de
Píndaro
en
el
oro
de
las
medallas:
«Oh
madre
de
los
Juegos
de
coronas
de
oro,
Olimpia,
señora
de
la
Verdad».
La
verdad
es
el
triunfo,
pero
dentro
de
unas
leyes
iguales.
Si
intentamos
que
la
enseñanza
española
sea
una
cosa
seria,
que
respete
capacidades
y
excelencias,
un
pequeño
paso,
entre
otros,
sería
este
de
respetar
lo
que
para
las
lenguas
y
culturas
antiguas
se
había
ganado.
Hay
una
continuidad
que
viene
de
lejos;
dejémosla
proyectarse
hacia
el
futuro.
|