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05/10/2004

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Señores del PSOE, salven las humanidades clásicas
Por Franciso Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia

Todos los días están llenos los medios de comunicación de los proyectos del PSOE en relación con nuevas leyes y con reformas de la Constitución y los Estatutos de Autonomía, entre mil cosas más. Pero sobre la Ley de Calidad de la Enseñanza, cuya aplicación fue suspendida en varios puntos, solamente se han publicado unas propuestas que para el tema que en este momento me interesa no dicen gran cosa. Pienso que esto no puede quedar así y que hay que llegar a verdaderas soluciones, mejor antes que después. Voy a destacar un tema por el que llevo luchando muchos años, el de las Humanidades Clásicas.

De verdad, no voy a entrar aquí en toda la problemática de la Ley de Calidad de la Enseñanza, que en términos generales me parecía necesaria, así lo he defendido varias veces en ABC y en otros lugares. Hago notar, por otra parte, que el mismo PSOE dejó en vigor varios puntos de la Ley que eran esenciales: sobre todo, la prohibición del paso automático de curso. Introduce un poco de seriedad.

Pero lo que, con infinito trabajo, se había conseguido a favor de las Humanidades Clásicas en la ESO, gracias a dicha Ley, quedó «en suspenso» al quedar suspendidos los itinerarios, es decir, la posibilidad de elección, para los alumnos de quince y dieciséis años. Todo lo ganado se ha ido, de momento, al hoyo.

Y no, estoy seguro, por hostilidad a las Humanidades Clásicas, sino por una posición de principio. Quizá suene bien a algunos, pero en toda Europa hay elección de materias, desde los quince años o antes, según demostré con datos, en ABC. La quiere la mayoría del profesorado, también lo hice ver con datos. Favorece el despliegue de las diversas vocaciones y capacidades, evita una uniformidad artificial e injusta. Esto nos lo han reconocido, a mí y a miembros de la Sociedad de Estudios Clásicos, responsables educativos del PSOE, antes y después del 11 de Marzo. Quizá lo prefieren con otras fórmulas. Pues que se busquen.

El tema de las Humanidades Clásicas no debe ser -y creo que no es- una cuestión de partidos. Todos ellos saben que vivimos, cultural y políticamente hablando, de invenciones de griegos y romanos, que van de la democracia al teatro, a la ciencia, al atletismo. Ningún ataque directo hemos recibido de los grupos políticos, a veces elogios. Y con los socialistas y con el PP hemos negociado. Y hemos obtenido algunas cosas, hemos fracasado en otras.

Con los socialistas se logró la introducción de la «Cultura Clásica», aunque en una forma más bien débil. Recuerdo cuando Solana y Rubalcaba me decían que ellos no querían pasar a la Historia como los causantes del fin de la enseñanza de las lenguas clásicas. Luego, con el Partido Popular en el poder, pasamos largas angustias cuando se mezcló la política y no fueron posibles las reformas que impulsaba Esperanza Aguirre. Más tarde fue un éxito, en tiempos de Pilar del Castillo, que a la subsección de Humanidades y Ciencias Sociales del Bachillerato se le concediera un segundo año de Griego (aunque con ciertas indefiniciones): uno era ridículo. Esto ha sido respetado. Nada se consiguió para el latín y me quejé, en aquel momento, en estas mismas páginas.

Y se consiguió también, vuelvo a mi tema, gracias a la Ley de Calidad, un curso de Cultura Clásica en la ESO, uno de Latín en un itinerario de Humanidades y Ciencias Sociales de la misma ESO. Esto es lo que ha quedado provisionalmente arrasado: elevo aquí mi voz para que vuelva.

Pero no quiero insistir sobre este tema sin decir que en el Bachillerato nos hemos quedado lejos de la verdadera solución. Ante el Ministerio y ante el propio presidente Aznar, insistí en que la verdadera solución pasaba por dividir en dos la rama de Humanidades y Ciencias Sociales. Que en una rama de Sociales se prescindiera del Latín y el Griego y, en cambio, en Humanidades se prescindiera de Economía, Matemáticas, Psicología y otras materias más que impiden que haya un Latín y un Griego de verdad. No hubo nada que hacer.

Verán que procedo imparcialmente, doy (y quito) a cada cual lo suyo. Y que sé que las actuales medidas negativas no proceden de hostilidad, sino del choque con otras exigencias. De ahí ha venido el último número de esta, parece, eterna guerra. La ofensiva -que creo un error, hablemos francamente- contra los itinerarios de la ESO se ha cargado -provisionalmente- lo que, de entre esperanzas más amplias, se había conseguido con la Ley de Calidad. Una mejora para la Cultura Clásica, liberada de interpretaciones y reducciones aquí y allá; y un poco de Latín.

Es como si -decía yo a responsables educativos- una bomba no demasiado «inteligente» hubiera caído no sobre el objetivo prefijado, sino sobre uno no querido. Daños colaterales se llama a eso. En este caso, por fortuna, es algo que puede repararse.

El miedo es que en un momento de máxima ebullición política todo esto se olvide o se deje de lado. Y que es, parece, complejo: uno se lo explica a los periodistas y no se enteran. Pues bien, es importante para toda la nación española: más, me parece, que tantas causas de pequeños grupos gritadores en tantos niveles y esquinas de nuestra nación. A llamar la atención sobre ello va encaminado este artículo. El tema de la Ley de Calidad debe encarrilarse rápidamente. Es algo que estaba en la Ley por derecho propio y no fue objetado por nadie en su momento. Restaurarlo es lo menos que puede hacer el Gobierno socialista. Le dará honor.

A lo que más tememos es a que se haga una reglamentación-vaselina a base de opciones indiscriminadas en que puedan meter la cuchara Autonomías y hasta Centros. Sería llegar a nada, volver a la indefinición anterior. No: necesitamos unas Humanidades obligatorias para determinados grupos de alumnos. Y en toda España.

Pero, la verdad, la propuesta presentada por el Gobierno no nos tranquiliza nada.

Discúlpenme si recuerdo nuestra larga lucha a lo largo de tiempos en que primaba el tema de las Humanidades y todas las primeras figuras del país firmaban nuestros escritos en defensa de las mismas. Luego, los resultados fueron bastante magros, pero se evitó lo peor. Y mejoró la moral de un profesorado y un alumnado dedicados, pero sometidos a infinitas tensiones a lo largo de las interminables reformas y su tira y afloja. Hay que acabar con esto y hacer unos planes consensuados y duraderos.

Ahora mismo, la Constitución Europea va a firmarse en Roma, como reconocimiento de que allí tuvo Europa su origen. Su segundo origen, pues el primero estuvo en Grecia, de donde vienen el nombre y la idea.

Ha ocupado nuestros ojos y oídos un mes entero con las Olimpiadas. Pero ahí acaba todo. Cuando en un momento acudimos a la Comisión Europea para que apoyara la enseñanza del Griego y el Latín en toda Europa, no nos hizo ni caso. Y sin embargo, la griega y la latina son lenguas y culturas que unen no sólo a toda Europa, también a todas las regiones de España, una a una.

Y a la Humanidad, diría. No sé si alguien ha traducido los bellos versos de Píndaro en el oro de las medallas: «Oh madre de los Juegos de coronas de oro, Olimpia, señora de la Verdad». La verdad es el triunfo, pero dentro de unas leyes iguales.

Si intentamos que la enseñanza española sea una cosa seria, que respete capacidades y excelencias, un pequeño paso, entre otros, sería este de respetar lo que para las lenguas y culturas antiguas se había ganado. Hay una continuidad que viene de lejos; dejémosla proyectarse hacia el futuro.

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