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7/11/2004

Juan Antonio Cebrián ● www.elmundo.es

Séneca, el filósofo de Hispania que educó a Nerón
Estoico. Calígula le condenó por “impertinente” y Claudio le expulsó a Córcega, donde escribió lo mejor de su obra. Fue rico pero austero, y se quitó la vida asumiendo una injusta condena.

Desde los tiempos del emperador Octavio Augusto, Roma vio como cientos de intelectuales, políticos y militares llegados de la península Ibérica se acomodaban en sus foros de poder, con lo que se generó un auténtico clan de hispanos que se ayudaban entre sí para alcanzar los puestos más relevantes del Imperio. El ejemplo más notable lo constituyó Lucio Anneo Séneca. Nacido en Corduba en el año 4 a.C., perteneció a una acomodada familia donde destacaba la figura de su padre Marco Lucio Anneo, más conocido por la historia como Séneca “El Viejo”, un reputado filósofo retórico que inculcó en su hijo el amor por la filosofía.

Cuando Séneca el joven contaba 9 años de edad, la familia viajó a Roma, ciudad en la que se instalaron bajo los beneficiosos efluvios del emperador Octavio. Estudió retórica como otros muchachos de su condición social. Se educó bajo la tutela de oradores como Papirio Fabiano o filósofos de la talla de Atalo y Demetrio. Asimismo, fue aprendiz durante un año del gran filósofo Sotión, hasta que, una vez cumplidos los i8 años de edad, se entregó con entusiasmo a su ascenso social, primero trabajando de orador en actos públicos, para luego convertirse en un magnífico abogado que logró gran popularidad en Roma.

La fortuna de Séneca comenzó a crecer a ritmo vertiginoso. En 4i d.C., fue elegido senador bajo el mandato del temido Calígula, el mismo que le condenó a muerte por considerarlo un impertinente. El cordobés salvó la vida casi de milagro al argumentar que se encontraba enfermo de asma y que, por tanto, le quedaba poco que hacer en este mundo. La treta conmovió al tiránico Calígula y el estoico pudo seguir con sus aspiraciones a controlar el gobierno de la ciudad eterna.

Una vez desaparecido el emperador, llegó al poder Claudio, quien condenó a Séneca al exilio en Córcega por entender que había participado en algunas intrigas políticas. Nuestro personaje asumió con estoicismo innato la condena y, durante ocho años se dedicó a escribir ensayos y dramas, que le catapultaron a la fama literaria. En 49 d.C., Agripina lo mandó llamar para que fuera el tutor de su hijo Nerón; por entonces Séneca contaba 53 años y un tesoro calculado en varios millones de sestercios. Este patrimonio se vería incrementado en los años que se dedicó a la educación del futuro emperador. Cuando Nerón fue Augusto en 54 d.C., el mando del Imperio fue asumido por Agripina y Séneca. Los primeros cinco años de Nerón bajo los auspicios de sus custodios fueron realmente interesantes. Muchos estudiosos los han calificado de excepcionales y, buena parte de culpa la tuvieron Séneca y su amigo Afranio Burro, jefe de la guardia pretoriana.

Bien es cierto que fue acusado por algunos rivales de ser un usurero que sólo ambicionaba enriquecerse más y más, aunque lo único constatable es que el filósofo cordobés vivía de manera extremadamente rigurosa: comía poco, bebía agua, dormía en un tablón de madera y era fiel a su querida esposa Paulina. El motivo que dominó esta curiosa forma de vida fue, desde luego, su profunda implicación en las directrices marcadas por la escuela de filosofía estoica, de la que era uno de los máximos representantes. Séneca apostó por situar la sabiduría en el vértice del poder asegurando a los hombres una guía racional y justa. Intentó mantener el modelo de Octavio para sus enseñanzas a Nerón, pero éste optó por otros caminos más plúmbeos.

Lejos de su carrera política, lo que realmente provocó que su nombre entrara en la Historia fue su magna obra escrita. De ésta no se ha conservado la totalidad, aunque sí algunos títulos, en todo caso, suficientes para dimensionarlo como el intelectual que fue. El centro esencial de su doctrina era la problemática de la existencia y sus contradicciones, la búsqueda de la virtud para alcanzar la verdadera felicidad, la forma de conciliar el amor por uno mismo y por los demás y el buscar un equilibrio entre lo individual y lo político. Séneca fue admirado por los pensadores cristianos puesto que sus ideas estoicas, como la presencia de Dios, los problemas de la muerte y la esperanza de una vida después del fallecimiento, estaban en conexión con el cristianismo.

Lamentablemente, su discípulo Nerón no estuvo a la altura del maestro, y en el año 65 d.C., le acusó de formar parte de una conspiración dirigida por Calpurnio Pisón, quien pretendía destronar al emperador en beneficio propio. Lo realmente cierto es que Séneca llevaba retirado de la política tres años y en ese tiempo se había dedicado a su literatura y poco más.

Por desgracia, la mente de Nerón estaba demasiado obtusa como para entender que su antiguo maestro no tenía o no quería hacer nada en el concierto político romano. Aún así, la confesión forzada de Lucano, un pariente lejano de Séneca, fue suficiente para que el déspota le condenara a muerte. El filósofo intentó defenderse de las acusaciones ante el embajador enviado por el díscolo alumno; todo fue inútil y la sentencia fatal se mantuvo.

Séneca quiso ser fiel a su estoicismo hasta el final de sus días, asumió la pena, se despidió de su mujer Paulina y acto seguido ingirió cicuta mientras se cortaba las venas sumergido en una bañera. De esa manera conservó su independencia de carácter hasta el minuto final de su existencia. Antes de morir, escribió una carta a su amigo Lucilio en la que se podía leer: “En lo que me atañe he vivido lo bastante y me parece haber tenido todo lo que me correspondía. Ahora, espero la muerte”.

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