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24/11/2004

Antonio Burgos ● www.abc.es

El latín resiste en la palestra
Dicen que la gente de Cabra es tan lista que a los más torpes los mandan a Madrid y los hacen ministros. De Cabra era aquel Pepe Solís, sonrisa del franquismo, ministro de los sindicatos verticales, que quiso borrar la cultura clásica al grito de «Menos latín y más deporte». De Cabra es esta Carmen Calvo que sabíamos en Andalucía cómo era, pero que ahora ya se ha enterado España entera. Quien proclamó en Rosario, en el III Congreso de la Lengua Española, la siguiente solemne tontería: «Cuando voy a América me esfuerzo en traerme vocabulario para mí misma». Otros se traen de América abrigos de vicuña, Coco López para hacerse piña colada, maritatas mayas labradas a navaja en un trozo de caoba. Ella no. Ella se trae vocabulario. La estoy viendo en la aduana:

-¿Algo que declarar?

-Sí, tres palabras de lunfardo que he aprendido en un tango y cinco voces del «Martín Fierro»...

Y se le van las mejores a la dialectológica y lexicográfica ministra. Por ejemplo, la resistencia del latín. Las legiones de César nunca lucharon con el ardor con que la lengua latina, sustrato nutricio del español, resiste los embates de los planes de enseñanza y del entreguismo ante el inglés por un lado y ante el árabe por el otro, aparte del peligro amarillo del chino que solamente advierte Carmen Calvo; la de películas de kunfú que habrá visto. Hay una palabra de moda en toda España que demuestra la resistencia del latín: palestra. A las pilindinguis de la televisión basura no se les cae de la boca:

-Hija, pues haces muy mal sacando a la palestra con quién te estás acostando...

Palestra para arriba y palestra para abajo. Todos. En las tertulias de la radio, discusiones a la palestra. En el debate político, escándalos a la palestra. Grabaciones asturianas del 11-M a la palestra. Nadie sabe qué es la palestra, pero da lo mismo. La «palaestra» era el gimnasio de la Roma clásica, donde los atletas se adiestraban en la lucha; y, por extensión, el espacio académico para ejercicios de elocuencia y retórica. En los colegios jesuíticos tipo «Pequeñeces» del Padre Coloma, la palestra era la tarima de la pizarra: «Señor Bono, salga a la palestra y dígame el genitivo plural de...»

Es prodigioso cómo el latín, aun borrado de los planes de enseñanza, resiste. ¿Han visto que cada vez hay más empresas y sociedades con nombre latino? Urge que volvamos a la enseñanza obligatoria del latín. No para leer a Cicerón, sino para entender las cotizaciones de Bolsa: Localia, Argentaria, Navegalia. Lees las cotizaciones y te dan ganas de echar mano del diccionario de latín del Bachillerato. Y aprendes una barbaridad de latín. Localia, como su mismo nombre indica, es la cadena de televisiones locales de Polanco, que sabe latín. Argentaria, maldito parné en latín, es la romanización de Vasconia vía BBVA. Hay cientos de empresas puramente latinas: Aceralia, Avanzit, Veolia, Vivendi, Valeo, Aventis, Fortis, Vincit, Accentur, Amena, Admira, Amadeus, Editis, Dexia, Centrica, Ignis, Moneo, Acciona, Formica, Nivea, Lego, Acqualia. Aceralia debe de ser cosa de acero inoxidable, pero ¿y Avanzit? ¿A qué se dedicará Avanzit? Parece que es un verbo en tiempo pasado para Julio César, con el predicado de la conquista de las Galias. ¿Y con qué ganará el dinero Fortis? ¿Con qué Centrica? ¿Y Acciona? ¿Qué accionarán las acciones de Acciona? ¿Y Amadeus? ¿Gestiona los derechos de autor de Mozart? No: las reserva de hoteles y aviones. Los que coge Carmen Calvo para ampliar vocabulario, mientras aquí se la va vivo el resistente tesoro de la lengua latina con la que quería acabar su paisano Solís Ruiz, aquella verdadera sonrisa vertical.
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