La
vida
de
Alejandro
de
Macedonia,
dueño
de
una
cabeza
de
genio
cruzado,
exigía
un
biógrafo
de
mente
esquinada.
Y
apareció
con
Klaus
Mann,
el
hijo
errabundo,
sodomita
y
suicida
del
Premio
Nobel
Thomas
Mann.
Klaus,
para
muchos
el
genio
auténtico
de
la
dotadísima
saga
de
los
Mann,
escribió
en
1929
su
sugerente
Alejandro.
Se
trata
de
una
biografía
psicológica
del
emperador
que
ahora
relanza
El
Aleph
Ediciones,
se
supone
que
al
calor
de
Hollywood,
que
estos
días
le
saca
naftalina
al
mito
con
una
superproducción
muy
recaudadora.
Los
Mann;
gente
curiosa.
Miembros
de
la
respetable
alta
burguesía
de
la
ciudad
hanseática
de
Lübek,
pero
estigmatizados
por
un
gen
de
talento
y
tolería,
herencia
quizá
de
la
caliente
sangre
portuguesa
de
la
matriarca
del
clan.
Thomas,
hijo
de
la
lusa
y
teórica
cumbre
de
la
familia,
vio
como
el
suicidio,
el
espectro
de
la
locura
y
los
elixires
espirituosos
iban
diezmando
al
grupo.
Pero
el
escritor,
empachado
de
éxito
y
prestigio,
levantó
un
muro
de
frío
para
volverse
insensible
al
dolor.
Dos
de
sus
seis
hijos
se
suicidaron.
Primero
lo
hizo
Klaus,
el
primogénito.
Fue
en
Cannes,
en
un
aburrido
día
de
lluvia
de
la
primavera
de
1949.
Lo
había
intentado
un
año
antes
en
otro
lugar
de
lúdico
desarraigo:
Santa
Mónica,
en
California.
Pero
el
cóctel
de
somníferos
sólo
funcionó
en
la
tarde
de
agua
de
la
Costa
Azul.
Al
entierro
acudió
un
único
deudo,
su
hermano
Michael,
músico,
que
hizo
sonar
el
violín
sobre
su
tumba.
Treinta
años
más
tarde
de
aquel
concierto
lúgubre,
Michael
clonó
la
despedida
de
su
hermano
mayor.
En
cuanto
al
gran
Thomas,
si
sufrió
cuando
Klaus
se
quitó
la
vida,
no
lo
dejó
ver.
En
su
diario
íntimo
se
limitó
a
valorar
el
suicidio
de
su
hijo
como
«un
acto
irresponsable».
En
sus
42
años
de
vida,
Klaus
Mann
fue
animador
teatral,
luchador
antinazi,
corresponsal
en
la
Guerra
Civil
Española,
soldado
de
EE.
UU.
en
la
campaña
del
norte
de
África
(se
nacionalizó
yanqui
en
1943)
y,
sobre
todo
fue
—siempre,
siempre—
escritor.
Lo
decíamos:
una
vida
curiosa.
Homosexual
notorio,
compuso
un
matrimonio
de
interés
con
una
lesbiana,
Pamela
Wedekind.
Bebedor
duro.
Espíritu
inquieto.
En
su
mocedad,
mientras
se
bebía
las
europas
en
un
viaje
de
iniciación,
arrastraba
una
maleta
llena
de
material
histórico
sobre
Alejandro.
De
fonda
en
villa,
garabateó
las
páginas
de
la
biografía.
Respeta
los
hechos
históricos,
pero
los
galopa
a
vuelapluma.
Klaus
quiere
taladrar
la
cabeza
del
mito,
hacer
la
autopsia
de
su
genio,
tan
loco,
¡tan
Mann!
Lo
logra
en
un
libro
lírico,
disparatado,
casi
lisérgico
a
ratos,
y
sin
embargo,
terriblemente
creíble
El
Alejandro
de
Klaus
Mann
es
un
genocida
superdotado,
un
enamorado
que
despedaza
a
los
que
quiere,
un
hombre
que
logra
imposibles
porque
sabe
que
sólo
le
colmaría
lo
que
jamás
tendrá:
lo
inalcanzable.
Excelente
biografía.
Un
regalo
para
los
que
quieran
ir
más
allá
del
cartón
piedra
de
Colin
Farell. |