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5/12/2005

Luis Ventoso ● www.lavozdegalicia.es

Klaus Mann sí entendió al genio
La vida de Alejandro de Macedonia, dueño de una cabeza de genio cruzado, exigía un biógrafo de mente esquinada. Y apareció con Klaus Mann, el hijo errabundo, sodomita y suicida del Premio Nobel Thomas Mann. Klaus, para muchos el genio auténtico de la dotadísima saga de los Mann, escribió en 1929 su sugerente Alejandro. Se trata de una biografía psicológica del emperador que ahora relanza El Aleph Ediciones, se supone que al calor de Hollywood, que estos días le saca naftalina al mito con una superproducción muy recaudadora.

Los Mann; gente curiosa. Miembros de la respetable alta burguesía de la ciudad hanseática de Lübek, pero estigmatizados por un gen de talento y tolería, herencia quizá de la caliente sangre portuguesa de la matriarca del clan. Thomas, hijo de la lusa y teórica cumbre de la familia, vio como el suicidio, el espectro de la locura y los elixires espirituosos iban diezmando al grupo. Pero el escritor, empachado de éxito y prestigio, levantó un muro de frío para volverse insensible al dolor. Dos de sus seis hijos se suicidaron. Primero lo hizo Klaus, el primogénito. Fue en Cannes, en un aburrido día de lluvia de la primavera de 1949. Lo había intentado un año antes en otro lugar de lúdico desarraigo: Santa Mónica, en California. Pero el cóctel de somníferos sólo funcionó en la tarde de agua de la Costa Azul. Al entierro acudió un único deudo, su hermano Michael, músico, que hizo sonar el violín sobre su tumba. Treinta años más tarde de aquel concierto lúgubre, Michael clonó la despedida de su hermano mayor. En cuanto al gran Thomas, si sufrió cuando Klaus se quitó la vida, no lo dejó ver. En su diario íntimo se limitó a valorar el suicidio de su hijo como «un acto irresponsable».

En sus 42 años de vida, Klaus Mann fue animador teatral, luchador antinazi, corresponsal en la Guerra Civil Española, soldado de EE. UU. en la campaña del norte de África (se nacionalizó yanqui en 1943) y, sobre todo fue —siempre, siempre— escritor. Lo decíamos: una vida curiosa. Homosexual notorio, compuso un matrimonio de interés con una lesbiana, Pamela Wedekind. Bebedor duro. Espíritu inquieto. En su mocedad, mientras se bebía las europas en un viaje de iniciación, arrastraba una maleta llena de material histórico sobre Alejandro. De fonda en villa, garabateó las páginas de la biografía. Respeta los hechos históricos, pero los galopa a vuelapluma. Klaus quiere taladrar la cabeza del mito, hacer la autopsia de su genio, tan loco, ¡tan Mann! Lo logra en un libro lírico, disparatado, casi lisérgico a ratos, y sin embargo, terriblemente creíble El Alejandro de Klaus Mann es un genocida superdotado, un enamorado que despedaza a los que quiere, un hombre que logra imposibles porque sabe que sólo le colmaría lo que jamás tendrá: lo inalcanzable.

Excelente biografía. Un regalo para los que quieran ir más allá del cartón piedra de Colin Farell.

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