La
Tumba de
Miralpeix,
la mejor
muestra
de
arquitectura
romana
en el
Bajo
Aragón
--exceptuando
el
singular
Mausoleo
de
Fabara
dedicado
a Lucio
Emilio
Lupu--
comienza
a
padecer
en su
estructura
el paso
del
tiempo y
las
condiciones
climáticas.
Sacado
de su
ubicación
original
hace
tres
décadas,
debido a
la
construcción
del
embalse
de
Mequinenza,
el
mausoleo
quedó
ubicado
desde
entonces
en los
jardines
de la
Colegiata,
donde se
ha
consolidado
como uno
de las
señas de
Caspe y
uno de
los
pilares
de su
maltrecho
patrimonio.
No
obstante,
el
monumento
precisa
una
actuación
que
consolide
su
estructura
y le
devuelva
sus
facciones
originarias.
Hace
once
años,
una
publicación
del
Grupo
Cultural
Caspolino
(ahora
Cecbac)
alertaba
del
deterioro
que
venía
sufriendo
la
Tumba,
declarada
Monumento
Nacional
en 1931.
Su
exterior
presenta
una
alteración
diferencial
en sus
partes
superior
e
inferior,
debido
al "enmugrecimiento
generalizado
y con
desarrollo
vertical
y
alveolos
en la
parte
superior",
según
los
expertos.
Además,
las
pilastras
están
bastante
fragmentadas.
En
cuanto
al
interior,
los
sillares
de
arenisca
inferiores
están
muy
alterados,
al
presentar
pátinas
de
enmugrecimiento,
alveolos,
tafonis,
arenización,
descamación,
deplacación
y
colonización
vegetal
(líquenes
y
algunas
plantas
superiores).
UNA JOYA
DE CASPE
Las
tierras
del Bajo
Aragón
estuvieron
muy
pobladas
en el
transcurso
del
primer
milenio
antes de
Cristo,
a juzgar
por las
numerosas
huellas
de
humanización
rastreables
en casi
todos
los
cabezos
o
altozanos
de la
comarca.
Hacia el
siglo II
a.C., se
inició
la
romanización
en
profundidad,
fundamentada,
esencialmente,
en la
explotación
agrícola
de sus
bien
irrigadas
tierras.
Del
dilatado
paso de
Roma por
estas
tierras
del Ebro
uno de
los
mejores
ejemplos
que
sobreviven
es el
majestuoso
mausoleo
de
Miralpeix.
Aunque
bastante
deteriorado
en su
estructura,
el
mausoleo
presenta
más o
menos
bien
definidos
sus dos
cuerpos.
Se trata
de un
mausoleo
tipo
sepulcro-templo,
y su
construcción
está
datada
en la
segunda
mitad
del
siglo II
d. C., o
inicios
del III
d. C.
Construido
en
sillares
de
arenisca
muy bien
cortados,
que
actualmente
presentan
distintos
colores:
blanco,
ocre y
amarillo;
presenta
una
planta
rectangular
y está
cubierto
por una
gran
bóveda
de medio
cañón de
8 metros
de
altura.
En las
esquinas
aún
aparecen
restos
de
columnas
y
capiteles
de tipo
corintio,
adornados
de
follaje
trepado.