CASI
3.000d
años
después
de «La
Iliada»,
Hollywood
ha
gastado
160
millones
de euros
para
recrear
la
guerra
de
aqueos y
troyanos
en una
superproducción
protagonizada
por Brad
Pitt.
Pero,
¿hasta
qué
punto
son
respetuosos
con la
Historia
no ya el
filme
sino la
propia
obra del
misterioso
Homero?
La
guerra
de Troya
revive
3.200
años
después.
Hollywood
ha
puesto
más de
160
millones
de euros
sobre la
mesa
para
reproducir
de nuevo
una de
las más
grandiosas
epopeyas
de todos
los
tiempos.Ahora
bien,
¿respetará
la
película
las
fuentes
-esto
es, La
Iliada
de
Homero-
o
alterará
a su
conveniencia
el
argumento
para que
el
resultado
sea lo
más
florido
posible?
El éxito
de esta
superproducción
está
asegurado,
aunque
Brad
Pitt no
parezca,
en
principio,
el actor
más
indicado
para
encarnar
a
Aquiles,
«el de
los pies
ligeros»,
«el más
fuerte
de los
mortales»,
el del
«velludo
pecho» y
el
«divino»
capaz de
arrancar
con sus
manos
«un olmo
bien
crecido».Esto
es lo de
menos.
Separar
lo real
de lo
imaginario
y los
hechos
históricos
de la
poesía
homérica
no es
una
tarea
fácil,
dada la
lejanía
en el
tiempo y
la
escasez
de
vestigios
que han
llegado
hasta
nosotros.No
obstante,
sí hay
datos
que nos
permiten
ser
concluyentes
sobre
ciertos
aspectos,
el
primero
de los
cuales
nos
indica
que
Troya no
fue
fruto de
la
invención
de un
escritor
ciego de
Asia
Menor,
sino que
existió
de
verdad y
que hubo
una
guerra y
un
incendio
que, en
efecto,
acabaron
con
ella. El
problema
es que
Heinrich
Schielmann,
el
comerciante
alemán
que
halló
los
restos
entre
los años
1870 y
1871, no
descubrió
una sola
Troya
sobre la
colina
turca de
Hissarlik,
sino
nueve
-una
encima
de
otra-,
la
última
de las
cuales
habría
sido
reconstruida
por
Julio
César.
Actualmente,
la
mayoría
de las
hipótesis
señalan
que la
Ilión
del
relato
homérico
fue la
séptima,
en la
que
hasta
sus
fuertes
muros
presentan
la
huella
del
fuego.
El
conflicto
estalló
en la
primera
mitad
del
siglo
XII a.C.
y duró
10 años,
aunque
lo más
seguro
es que
los
aqueos o
argivos
-los
griegos
micénicos,
herederos
de la
cultura
minoica-
no
mantuvieran
el
asedio
durante
todo ese
tiempo y
lo
alternaran
con
saqueos
a las
ciudades
aliadas
o
dependientes
de los
troyanos.
Desde
luego,
lo que
es
incuestionable
es que
la
guerra
no
empezó
por
culpa de
Helena
ni por
una
absurda
disputa
entre
tres
diosas
caprichosas.
Más
bien,
habría
que
buscar
sus
causas
en la
lucha
por el
control
comercial
del Egeo
y,
singularmente,
del
Helesponto,
el
estrecho
corredor
de los
Dardanelos
por el
que se
accede
al Mar
Negro,
en cuya
base se
encontraba
la
correosa
ciudad
que
protagoniza
esta
historia.
Cortar
el
tráfico
marítimo
de otros
pueblos
hacia
las
fuentes
de la
riqueza
o
expoliarles
a base
de
impuestos
y tasas
aduaneras
parece
una
excusa
más
convincente
para
emprender
una
guerra
que los
deseos
de
venganza
de un
rey con
cornamenta.
Una vez
aclarado
que lo
más
probable
es que
Paris se
dedicara
antes a
abordar
navíos
que a
raptar
reinas,
es
imprescindible
referirse
a
quienes
participan
en la
gesta.
Si
descontamos
a los
dioses,
que
intervienen
de forma
decisiva
en
muchos
lances
de la
contienda,
¿alguno
de esos
mitológicos
guerreros
existió?
Héctor,
los Ayax,
Aquiles,
Patroclo,
los
reyes
Agamenón,
Menelao
y
Príamo,
Odiseo
(Ulises),
Eneas y
tantos
otros...,
¿son
todos
personajes
de
ficción?
La
respuesta
sólo
puede
ser
afirmativa,
aunque
cabe la
posibilidad
de que
algunos
de estos
nombres
pertenecieran
a
personajes
reales a
los que
luego se
dotó de
un aura
de
leyenda
que
borró
todo
rastro
de su
existencia.
No
echemos
la culpa
a
Homero.
La
Iliada
se
escribió
casi 400
años más
tarde
-mediado
el siglo
IX a.
C.-,
después
de una
«Edad
Oscura»
en la
que
desaparecieron
naciones
enteras,
la gente
volvió a
vivir en
cuevas y
se
extinguió
hasta la
escritura.
Además,
es muy
probable
que el
relato
no
proceda
de un
solo
autor.Está
demostrado
que La
Odisea,
atribuida
asimismo
a
Homero,
se
escribió
dos o
tres
generaciones
más
tarde
que La
Iliada.
Y se
sospecha
también
que el
eximio
poeta
tuviera
a su
disposición
un
taller
de
escribas
que le
ayudara
a
completar
la
tarea.
No hay
que
caer,
pese a
todo, en
la más
absoluta
de las
incredulidades
con
respecto
al
texto,
pues,
como
demostró
Schielmann
al
descubrir
la
ciudad
guiándose
por las
indicaciones
geográficas
que
aparecen
en el
relato,
también
contiene
muchos
visos de
verosimilitud.En
el
armamento,
por
ejemplo,
que nos
presenta
cascos
hechos
con
colmillos
de
jabalí o
escudos
en forma
de ocho,
los
cuales
han sido
encontrados
posteriormente
en
diversos
ajuares
funerarios.
A este
respecto,
el
episodio
de la
muerte
de
Aquiles
puede
resultar
menos
fantasioso
de lo
que se
creía.
Todo el
mundo
sabe que
Aquiles
debía su
invulnerabilidad
a que
fue
sumergido
por su
madre,
la ninfa
Tetis,
en la
laguna
Estigia
cuando
era un
bebé. Su
único
punto
débil
era el
talón de
donde lo
habían
sostenido
y ahí
fue
donde le
hirió la
flecha
de Paris
que,
guiada
personalmente
por
Apolo,
le causó
la
muerte.
Todo
parecería,
como
digo, un
bonito
cuento
de no
ser
porque
en 1960
se
produjo
un
extraordinario
descubrimiento
en la
localidad
de
Dendra,
próxima
a
Micenas:
una
armadura
que fue
fechada
en el
siglo XV
a. C. y
que
cubría
al
guerrero
-quien
probablemente
iría
subido
en un
carro-
de pies
a
cabeza.
Lo
extraordinario
es que
la única
zona que
no
protege
la
pesada
armadura
de
bronce
es la
parte
posterior
de las
piernas.
¿Es una
casualidad
o, por
el
contrario,
Homero
sabía
perfectamente
de lo
que
estaba
hablando?
Que
alguien
fuera
herido
en esa
zona,
causando
su caída
del
carruaje,
y
posteriormente
rematado
en el
suelo no
parece
en
absoluto
una idea
descabellada.
Y que la
flecha
estuviera
envenenada
tampoco
puede
descartarse.
LA
CUESTION
DEL
CABALLO
Como es
natural,
pocos de
estos
detalles
aparecen
en
Troya,
la
película
que
dirige
el
alemán
Wolfgang
Petersen
que se
estrena
en
España
el
próximo
viernes,
ya que
la
indumentaria
de
aqueos y
troyanos
es más
parecida
a la de
la
Grecia
de
Pericles,
800 años
posterior.
Posiblemente
haya
sido una
buena
decisión
estética,
pues los
grados
de
refinamiento
no eran
los
mismos
en una
época
que en
otra;
singularmente
entre
los
troyanos,
a los
que se
les
debía
notar la
profunda
influencia
de su
belicoso
y poco
artístico
vecino:
el
imperio
hitita.
Ocupémonos
ahora de
quien es
la
estrella
indiscutible
de este
duelo:
el
enorme
caballo
de
madera
que
-según
se narra
en La
Odisea,
que no
en La
Iliada-
albergó
a
Aquiles
y a sus
99
hombres
y fue la
llave
que
permitió
la
destrucción
de
Troya.
Una
réplica
aproximada
se
encuentra
junto a
las
ruinas
de la
ciudad,
en
Hissarlik,
pero
basta
verla
para
darse
cuenta
de que
había
que ser
muy
incauto
para que
tal
estratagema
diera
resultado.
Aunque
efectivamente
Poseidón
hubiera
enviado
contra
Laoconte
y sus
hijos
dos
serpientes
marinas
que los
devoraron,
parece
imposible
que
alguien
no se
asegurara
de
comprobar
lo que
pudiera
haber en
su
interior.
Sin
vestigio
alguno
que
corrobore
la
versión
clásica,
que es
también
la más
efectista,
han
surgido
otras
teorías.
Hay
expertos
que
aseguran
que la
única
explicación
posible
para la
presencia
del
caballo
es que
éste era
el
símbolo
de las
tropas
griegas,
con el
cual
adornaban
también
las
proas de
sus
naves.
No sería
extraño,
ya que,
por
ejemplo,
las
naves de
Gades
-la
actual
Cádiz-
también
fueron
portadoras
de ese
símbolo
durante
siglos.
No
obstante,
la
hipótesis
más
extendida
es la de
que los
argivos
lograron
entrar
en la
ciudad
gracias
a la
colaboración
de un
traidor,
al que
además
dan un
nombre:
Antenor.
Supuestamente
ofendido
por el
rey
Príamo
de
Troya,
habría
sido él
quien
dibujó
un
caballo
en los
muros de
la
ciudad
para
indicar
así a
los
atacantes
cuál
sería la
puerta
por la
que les
facilitaría
la
entrada.
Restan
aún
algunos
flecos,
que
difícilmente
podrían
aparecer
en una
película
destinada
al
consumo
masivo.
Me
refiero
muy
concretamente
al
asunto
de la
homosexualidad,
cuya
presencia
está
latente
a lo
largo de
toda la
obra.
Desde
luego,
la
relación
entre
Aquiles
y
Patroclo
va más
allá de
la
simple
amistad
varonil.
La
homosexualidad
era una
opción
absolutamente
natural
en el
mundo
helénico
y que
una de
sus
unidades
militares
más
famosas
-la
legión
tebana,
o el
batallón
sagrado,
que fue
derrotada
por
Filipo
de
Macedonia
en
Queronea-
estaba
compuesta
por
parejas
de
amantes
que
jamás
abandonaban
a su
compañero
herido
sobre el
campo de
batalla.Tales
afectos
se
atisban
de
continuo
en La
Iliada,
pero sin
duda no
se verán
reflejados
en el
celuloide.
Fantasía
o
realidad,
historia
o
leyenda,
la
conclusión
en
cualquier
caso,
siempre
es la
misma:
nos
hallamos
ante una
de las
mayores
epopeyas
de la
Humanidad,
ante
unos
hechos
tan
fabulosos
y
extraordinarios
que tres
milenios
después
aún
siguen
vigentes.
Aquí
hemos
intentado
deslindar
uno y
otro
terreno,
pero
siempre
nos
quedará
en la
memoria
el
cadáver
de
Héctor
arrastrado
por el
carro de
Aquiles
y la
silueta
nocturna
de un
equino
amenazando
el
futuro
de una
civilización.
Y así
seguirá
siendo,
por
mucho
que
descubramos,
hasta el
final de
la noche
de los
tiempos.
HOMERO
NO SE
LLAMABA
ASI
LA
ILIADA,
¿OBRA
COLECTIVA?
Las
precisiones
cronológicas
no
contaron
para los
griegos
hasta el
siglo IV
a. C.
Antes,
sólo los
mitos,
transmitidos
oralmente,
eran
merecedores
de sus
recuerdos.
Por
ello,
las
contradicciones
y dudas
sobre la
existencia
de
Homero
se
remontan
a las
primeras
noticias
que
tenemos
de él.
En tanto
que el
poeta
Simónides
de
Amorgos,
en la
segunda
mitad de
siglo
VII a.
C., le
consideraba
natural
de Quíos
basándose
en las
referencias
a dicha
patria
que el
mismo
Homero
hace en
el Himno
a Apolo
Delio
incluido
en los
Himnos
homéricos,
no
faltan
quienes
dudan
incluso
de que
Homero
fuera el
autor de
dichos
cantos.
Hasta
hubo en
Quíos un
grupo de
poetas
que se
hacían
llamar
Los
Homéridas,
pretendiendo
ser
descendientes
de
Homero.
En ellos
está el
origen
de esa
teoría
que
entiende
la
Odisea
como una
obra
colectiva
y ésta y
La
Iliada
debidas
al
ingenio
de
autores
diferentes.
LAS
SIETE
VIDAS
DEL
POETA
.¿HIJO
DE
HUÉRFANA?
Muchas
fueron
las
ciudades
que se
apropiaron
de la
gloria
de ver
nacer al
poeta:
Colofón,
Cumas,
Pilos,
Itaca,
Argos,
Atenas
Siete
fueron
las
vidas
que la
antigüedad
clásica
le
otorgaba.
Las más
estudiadas
han sido
la de
Plutarco,
la de
Proclo y
la
falsamente
atribuida
a
Herodoto.
En el
supuesto
apócrifo
de
Herodoto
se dice
que
Homero
fue hijo
de una
huérfana,
Creteidas,
seducida
por su
tutor y
llevada
a
Esmirna
para
evitar
la
vergüenza.En
la
desembocadura
de un
río
local,
el Meles,
habría
nacido
Homero
con el
nombre
de
Melesígenes.
Dando el
pequeño
tempranas
muestras
de su
talento,
se ganó
las
simpatías
del
dueño de
la casa
donde
servía
su
madre,
un tal
Femio.
Más
tarde
sería
merecedor
del
cariño
de toda
la
ciudad
y, con
el
tiempo,
el
patrón
de una
nave,
Mente,
le
señaló
lo
enriquecedor
que
podría
resultarle
ver
mundo.
«A donde
quiera
que
llegaba
observaba,
se
informaba
y tomaba
notas»,
escribe
Vittorio
De Falco
en el
Diccionario
de
autores.
«Arribando
a Itaca,
de
vuelta
de un
viaje de
Iberia y
de
Italia,
enfermó
de los
ojos».
Según la
leyenda
falsamente
atribuida
a
Herodoto,
Mente
dejó
entonces
a
Melesígenes
al
cuidado
de
Mentor,
acaudalado
y
generoso,
posiblemente
uno de
los
primeros
mecenas.
LA
PRIMERA
CEGUERA
.Y
LA VIDA
ERRANTE.
Ya
repuesto
de su
primera
ceguera,
Melesígenes
se
reunió
de nuevo
con
Mente,
iniciando
juntos
singladuras
semejantes
a las de
Ulises.
Con el
recrudecimiento
de la
invidencia,
Melesígenes
se
estableció
en
Esmirna.
Al no
poder
ganarse
allí la
vida se
trasladó
a Cumas,
donde
sobrevivió
unos
años a
expensas
del
zapatero
Tichio,
admirador
de sus
versos.
Según la
leyenda,
fue
entonces
cuando
el
futuro
Homero
compuso
La
expedición
de
Anfiarao
contra
Tebas y
varios
himnos a
los
dioses.
De
regreso
a Cumas,
parece
ser que
alcanzó
tanta
notoriedad
como
poeta
que
solicitó
ser
mantenido
por el
erario
público.
También
habría
sido en
Cumas
donde
empezó a
ser
conocido
por
Homero,
pues con
esta
palabra
-oµnpo-
se
llamaba
a los
ciegos
en la
lengua
de la
ciudad.
Rechazada
la
solicitud
de
subvención,
Homero
volvió a
la vida
errante,
yendo a
recalar
en Focea,
donde
encontró
a nuevo
admirador
en la
persona
del
maestro
Testórides,
quien
accedió
a
mantenerlo
a cambio
de una
copia de
todas
sus
composiciones.
Cuando
el falso
benefactor
tuvo la
obra que
consideró
oportuna,
marchó
con ella
a Quíos,
donde
dijo ser
su
autor.
Conocedor
del
proceder
de su
falso
mecenas,
Homero
quiso
partir
hacia
Quíos,
tras
varias
vicisitudes
dignas
de La
Odisea,
el poeta
se
convirtió
en
profesor
de los
hijos de
un
acaudalado
señor de
las
proximidades
de la
ciudad.
Su fama
volvió a
ir en
aumento
y
Testórides
abandonó
Quíos.
Fue
entonces
cuando
Homero
disfrutó
de
cierta
prosperidad:
pudo
casarse,
alumbrar
dos
hijas
-una de
ellas
dio
origen a
una
hermosa
novela
de
Robert
Graves-
y
escribir
La
Odisea.
Fue al
saberse
próximo
a la
muerte
cuando
Homero
partió
hacia
Atenas.Expiró
antes de
llegar
en la
pequeña
isla de
Ios, en
cuya
playa
está
enterrado.
Ésta es,
a
grandes
rasgos,
la
existencia
que el
mito
antiguo
atribuyó
a
Homero.
Rebatido
ya por
leyendas
de la
antigüedad
clásica,
que
imaginan
a Homero
derrotado
en una
justa
poética
frente a
Hesiodo.
Esto no
impidió
que
Platón
escribiera
en La
república:
«Cuando
tropieces
con
panegiristas
de
Homero,
que
digan
que este
poeta
fue el
educador
de la
Hélade,
y que
para el
gobierno
y las
cosas
humanas
es digno
de ser
leído y
releído
hasta
aprenderlo
de
memoria,
y que
debemos
vivir en
todo
conforme
a dicho
poeta,
conviene
aceptarlos
y
quererlos
cual
hombres
excelentes».
El
romanticismo,
en su
afán de
reivindicar
la
poesía
popular
en
detrimento
de la
culta,
incluso
llegó a
dudar de
la
existencia
de
Homero.
Atribuyó
la
autoría
de la La
Odisea y
La
Iliada a
las
leyendas
populares.
Hoy son
más los
que
concluyen,
por
ciertos
hallazgos
arqueológicos
y
filológicos,
que
Homero
existió.
José
Alsina,
en la
Historia
de la
literatura
universal:
Homero
fue un
«personaje
que
vivió a
mediados
del
siglo
VII a.
C.
[otros
autores
hablan
del
siglo IX
a. C],
sin duda
nacido
en el
Asia
Menor
Jónica,
tal vez
en
Esmirna,
fue un
aedo
vinculado
a medios
cortesanos,
probablemente
a
linajes
de Licia
que se
consideraban
descendientes
de Eneas
o de
Glauco,
y que
compuso
La
Iliada
y, muy
probablemente,
también
La
Odisea». |