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10/05/2004

Javier Lorenzo / Javier Memba ● www.elmundo.es

El caballo de Troya no existió

CASI 3.000d años después de «La Iliada», Hollywood ha gastado 160 millones de euros para recrear la guerra de aqueos y troyanos en una superproducción protagonizada por Brad Pitt. Pero, ¿hasta qué punto son respetuosos con la Historia no ya el filme sino la propia obra del misterioso Homero?

La guerra de Troya revive 3.200 años después. Hollywood ha puesto más de 160 millones de euros sobre la mesa para reproducir de nuevo una de las más grandiosas epopeyas de todos los tiempos.Ahora bien, ¿respetará la película las fuentes -esto es, La Iliada de Homero- o alterará a su conveniencia el argumento para que el resultado sea lo más florido posible? El éxito de esta superproducción está asegurado, aunque Brad Pitt no parezca, en principio, el actor más indicado para encarnar a Aquiles, «el de los pies ligeros», «el más fuerte de los mortales», el del «velludo pecho» y el «divino» capaz de arrancar con sus manos «un olmo bien crecido».Esto es lo de menos.


Separar lo real de lo imaginario y los hechos históricos de la poesía homérica no es una tarea fácil, dada la lejanía en el tiempo y la escasez de vestigios que han llegado hasta nosotros.No obstante, sí hay datos que nos permiten ser concluyentes sobre ciertos aspectos, el primero de los cuales nos indica que Troya no fue fruto de la invención de un escritor ciego de Asia Menor, sino que existió de verdad y que hubo una guerra y un incendio que, en efecto, acabaron con ella. El problema es que Heinrich Schielmann, el comerciante alemán que halló los restos entre los años 1870 y 1871, no descubrió una sola Troya sobre la colina turca de Hissarlik, sino nueve -una encima de otra-, la última de las cuales habría sido reconstruida por Julio César. Actualmente, la mayoría de las hipótesis señalan que la Ilión del relato homérico fue la séptima, en la que hasta sus fuertes muros presentan la huella del fuego.

El conflicto estalló en la primera mitad del siglo XII a.C. y duró 10 años, aunque lo más seguro es que los aqueos o argivos -los griegos micénicos, herederos de la cultura minoica- no mantuvieran el asedio durante todo ese tiempo y lo alternaran con saqueos a las ciudades aliadas o dependientes de los troyanos. Desde luego, lo que es incuestionable es que la guerra no empezó por culpa de Helena ni por una absurda disputa entre tres diosas caprichosas.

Más bien, habría que buscar sus causas en la lucha por el control comercial del Egeo y, singularmente, del Helesponto, el estrecho corredor de los Dardanelos por el que se accede al Mar Negro, en cuya base se encontraba la correosa ciudad que protagoniza esta historia. Cortar el tráfico marítimo de otros pueblos hacia las fuentes de la riqueza o expoliarles a base de impuestos y tasas aduaneras parece una excusa más convincente para emprender una guerra que los deseos de venganza de un rey con cornamenta.

Una vez aclarado que lo más probable es que Paris se dedicara antes a abordar navíos que a raptar reinas, es imprescindible referirse a quienes participan en la gesta. Si descontamos a los dioses, que intervienen de forma decisiva en muchos lances de la contienda, ¿alguno de esos mitológicos guerreros existió? Héctor, los Ayax, Aquiles, Patroclo, los reyes Agamenón, Menelao y Príamo, Odiseo (Ulises), Eneas y tantos otros..., ¿son todos personajes de ficción? La respuesta sólo puede ser afirmativa, aunque cabe la posibilidad de que algunos de estos nombres pertenecieran a personajes reales a los que luego se dotó de un aura de leyenda que borró todo rastro de su existencia.

No echemos la culpa a Homero. La Iliada se escribió casi 400 años más tarde -mediado el siglo IX a. C.-, después de una «Edad Oscura» en la que desaparecieron naciones enteras, la gente volvió a vivir en cuevas y se extinguió hasta la escritura.

Además, es muy probable que el relato no proceda de un solo autor.Está demostrado que La Odisea, atribuida asimismo a Homero, se escribió dos o tres generaciones más tarde que La Iliada. Y se sospecha también que el eximio poeta tuviera a su disposición un taller de escribas que le ayudara a completar la tarea.

No hay que caer, pese a todo, en la más absoluta de las incredulidades con respecto al texto, pues, como demostró Schielmann al descubrir la ciudad guiándose por las indicaciones geográficas que aparecen en el relato, también contiene muchos visos de verosimilitud.En el armamento, por ejemplo, que nos presenta cascos hechos con colmillos de jabalí o escudos en forma de ocho, los cuales han sido encontrados posteriormente en diversos ajuares funerarios.

A este respecto, el episodio de la muerte de Aquiles puede resultar menos fantasioso de lo que se creía. Todo el mundo sabe que Aquiles debía su invulnerabilidad a que fue sumergido por su madre, la ninfa Tetis, en la laguna Estigia cuando era un bebé. Su único punto débil era el talón de donde lo habían sostenido y ahí fue donde le hirió la flecha de Paris que, guiada personalmente por Apolo, le causó la muerte.

Todo parecería, como digo, un bonito cuento de no ser porque en 1960 se produjo un extraordinario descubrimiento en la localidad de Dendra, próxima a Micenas: una armadura que fue fechada en el siglo XV a. C. y que cubría al guerrero -quien probablemente iría subido en un carro- de pies a cabeza. Lo extraordinario es que la única zona que no protege la pesada armadura de bronce es la parte posterior de las piernas. ¿Es una casualidad o, por el contrario, Homero sabía perfectamente de lo que estaba hablando?

Que alguien fuera herido en esa zona, causando su caída del carruaje, y posteriormente rematado en el suelo no parece en absoluto una idea descabellada. Y que la flecha estuviera envenenada tampoco puede descartarse.


LA CUESTION DEL CABALLO


Como es natural, pocos de estos detalles aparecen en Troya, la película que dirige el alemán Wolfgang Petersen que se estrena en España el próximo viernes, ya que la indumentaria de aqueos y troyanos es más parecida a la de la Grecia de Pericles, 800 años posterior. Posiblemente haya sido una buena decisión estética, pues los grados de refinamiento no eran los mismos en una época que en otra; singularmente entre los troyanos, a los que se les debía notar la profunda influencia de su belicoso y poco artístico vecino: el imperio hitita.

Ocupémonos ahora de quien es la estrella indiscutible de este duelo: el enorme caballo de madera que -según se narra en La Odisea, que no en La Iliada- albergó a Aquiles y a sus 99 hombres y fue la llave que permitió la destrucción de Troya. Una réplica aproximada se encuentra junto a las ruinas de la ciudad, en Hissarlik, pero basta verla para darse cuenta de que había que ser muy incauto para que tal estratagema diera resultado. Aunque efectivamente Poseidón hubiera enviado contra Laoconte y sus hijos dos serpientes marinas que los devoraron, parece imposible que alguien no se asegurara de comprobar lo que pudiera haber en su interior.

Sin vestigio alguno que corrobore la versión clásica, que es también la más efectista, han surgido otras teorías. Hay expertos que aseguran que la única explicación posible para la presencia del caballo es que éste era el símbolo de las tropas griegas, con el cual adornaban también las proas de sus naves. No sería extraño, ya que, por ejemplo, las naves de Gades -la actual Cádiz- también fueron portadoras de ese símbolo durante siglos.

No obstante, la hipótesis más extendida es la de que los argivos lograron entrar en la ciudad gracias a la colaboración de un traidor, al que además dan un nombre: Antenor. Supuestamente ofendido por el rey Príamo de Troya, habría sido él quien dibujó un caballo en los muros de la ciudad para indicar así a los atacantes cuál sería la puerta por la que les facilitaría la entrada.

Restan aún algunos flecos, que difícilmente podrían aparecer en una película destinada al consumo masivo. Me refiero muy concretamente al asunto de la homosexualidad, cuya presencia está latente a lo largo de toda la obra. Desde luego, la relación entre Aquiles y Patroclo va más allá de la simple amistad varonil. La homosexualidad era una opción absolutamente natural en el mundo helénico y que una de sus unidades militares más famosas -la legión tebana, o el batallón sagrado, que fue derrotada por Filipo de Macedonia en Queronea- estaba compuesta por parejas de amantes que jamás abandonaban a su compañero herido sobre el campo de batalla.Tales afectos se atisban de continuo en La Iliada, pero sin duda no se verán reflejados en el celuloide.

Fantasía o realidad, historia o leyenda, la conclusión en cualquier caso, siempre es la misma: nos hallamos ante una de las mayores epopeyas de la Humanidad, ante unos hechos tan fabulosos y extraordinarios que tres milenios después aún siguen vigentes. Aquí hemos intentado deslindar uno y otro terreno, pero siempre nos quedará en la memoria el cadáver de Héctor arrastrado por el carro de Aquiles y la silueta nocturna de un equino amenazando el futuro de una civilización. Y así seguirá siendo, por mucho que descubramos, hasta el final de la noche de los tiempos.


HOMERO NO SE LLAMABA ASI


LA ILIADA, ¿OBRA COLECTIVA? Las precisiones cronológicas no contaron para los griegos hasta el siglo IV a. C. Antes, sólo los mitos, transmitidos oralmente, eran merecedores de sus recuerdos. Por ello, las contradicciones y dudas sobre la existencia de Homero se remontan a las primeras noticias que tenemos de él. En tanto que el poeta Simónides de Amorgos, en la segunda mitad de siglo VII a. C., le consideraba natural de Quíos basándose en las referencias a dicha patria que el mismo Homero hace en el Himno a Apolo Delio incluido en los Himnos homéricos, no faltan quienes dudan incluso de que Homero fuera el autor de dichos cantos. Hasta hubo en Quíos un grupo de poetas que se hacían llamar Los Homéridas, pretendiendo ser descendientes de Homero. En ellos está el origen de esa teoría que entiende la Odisea como una obra colectiva y ésta y La Iliada debidas al ingenio de autores diferentes.


LAS SIETE VIDAS DEL POETA

.¿HIJO DE HUÉRFANA? Muchas fueron las ciudades que se apropiaron de la gloria de ver nacer al poeta: Colofón, Cumas, Pilos, Itaca, Argos, Atenas Siete fueron las vidas que la antigüedad clásica le otorgaba. Las más estudiadas han sido la de Plutarco, la de Proclo y la falsamente atribuida a Herodoto. En el supuesto apócrifo de Herodoto se dice que Homero fue hijo de una huérfana, Creteidas, seducida por su tutor y llevada a Esmirna para evitar la vergüenza.En la desembocadura de un río local, el Meles, habría nacido Homero con el nombre de Melesígenes. Dando el pequeño tempranas muestras de su talento, se ganó las simpatías del dueño de la casa donde servía su madre, un tal Femio. Más tarde sería merecedor del cariño de toda la ciudad y, con el tiempo, el patrón de una nave, Mente, le señaló lo enriquecedor que podría resultarle ver mundo. «A donde quiera que llegaba observaba, se informaba y tomaba notas», escribe Vittorio De Falco en el Diccionario de autores. «Arribando a Itaca, de vuelta de un viaje de Iberia y de Italia, enfermó de los ojos». Según la leyenda falsamente atribuida a Herodoto, Mente dejó entonces a Melesígenes al cuidado de Mentor, acaudalado y generoso, posiblemente uno de los primeros mecenas.


LA PRIMERA CEGUERA

.Y LA VIDA ERRANTE. Ya repuesto de su primera ceguera, Melesígenes se reunió de nuevo con Mente, iniciando juntos singladuras semejantes a las de Ulises. Con el recrudecimiento de la invidencia, Melesígenes se estableció en Esmirna. Al no poder ganarse allí la vida se trasladó a Cumas, donde sobrevivió unos años a expensas del zapatero Tichio, admirador de sus versos. Según la leyenda, fue entonces cuando el futuro Homero compuso La expedición de Anfiarao contra Tebas y varios himnos a los dioses. De regreso a Cumas, parece ser que alcanzó tanta notoriedad como poeta que solicitó ser mantenido por el erario público. También habría sido en Cumas donde empezó a ser conocido por Homero, pues con esta palabra -oµnpo- se llamaba a los ciegos en la lengua de la ciudad. Rechazada la solicitud de subvención, Homero volvió a la vida errante, yendo a recalar en Focea, donde encontró a nuevo admirador en la persona del maestro Testórides, quien accedió a mantenerlo a cambio de una copia de todas sus composiciones. Cuando el falso benefactor tuvo la obra que consideró oportuna, marchó con ella a Quíos, donde dijo ser su autor. Conocedor del proceder de su falso mecenas, Homero quiso partir hacia Quíos, tras varias vicisitudes dignas de La Odisea, el poeta se convirtió en profesor de los hijos de un acaudalado señor de las proximidades de la ciudad. Su fama volvió a ir en aumento y Testórides abandonó Quíos. Fue entonces cuando Homero disfrutó de cierta prosperidad: pudo casarse, alumbrar dos hijas -una de ellas dio origen a una hermosa novela de Robert Graves- y escribir La Odisea. Fue al saberse próximo a la muerte cuando Homero partió hacia Atenas.Expiró antes de llegar en la pequeña isla de Ios, en cuya playa está enterrado.

Ésta es, a grandes rasgos, la existencia que el mito antiguo atribuyó a Homero. Rebatido ya por leyendas de la antigüedad clásica, que imaginan a Homero derrotado en una justa poética frente a Hesiodo. Esto no impidió que Platón escribiera en La república: «Cuando tropieces con panegiristas de Homero, que digan que este poeta fue el educador de la Hélade, y que para el gobierno y las cosas humanas es digno de ser leído y releído hasta aprenderlo de memoria, y que debemos vivir en todo conforme a dicho poeta, conviene aceptarlos y quererlos cual hombres excelentes».

El romanticismo, en su afán de reivindicar la poesía popular en detrimento de la culta, incluso llegó a dudar de la existencia de Homero. Atribuyó la autoría de la La Odisea y La Iliada a las leyendas populares. Hoy son más los que concluyen, por ciertos hallazgos arqueológicos y filológicos, que Homero existió. José Alsina, en la Historia de la literatura universal: Homero fue un «personaje que vivió a mediados del siglo VII a. C. [otros autores hablan del siglo IX a. C], sin duda nacido en el Asia Menor Jónica, tal vez en Esmirna, fue un aedo vinculado a medios cortesanos, probablemente a linajes de Licia que se consideraban descendientes de Eneas o de Glauco, y que compuso La Iliada y, muy probablemente, también La Odisea».

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