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artículo
23/05/2004 |
Robert A.
Gómez ●
www.eluniversal.com |
El talón
de Aquiles |
Cada vez
que
Wolfgang
Petersen
se
coloca
tras la
cámara,
más de
uno
espera
que el
realizador
de
origen
alemán
consiga
sacudirse
el peso
de
Hollywood
y vaya
un poco
más allá
de las
convenciones
de la
industria.
Tras el
estreno
de Troya
hay que
afirmar
que ello
no ha
sido
posible.
Peor
aún, el
autor de
esa joya
_oscarizada_
llamada
Daas
Boot
(1981)
ha
conseguido
con su
última
película
rodar un
ambicioso,
largo,
aburrido,
costoso
y vacuo
producto
cinematográfico.
Inspirada,
que no
basada,
en a
Ilíada
de
Homero,
la
película
de
Petersen
se pasea
por uno
de los
acontecimientos
históricos
y épicas
literarias
más
importantes
del
mundo
occidental,
tomándose
todas
las
libertades
posibles.
Algunas
acertadas,
la
mayoría
bastante
tristes;
la
película
redefine
roles,
elimina
otros,
reacomoda
hechos,
desaprovecha
situaciones
y se
apresura
a
establecer
rápidamente
los
perfiles
y
responsabilidades
(con una
poco
cinematográfica
y
lamentable
introducción)
para que
el gran
público
conecte
rápidamente
con los
personajes
y se
deshaga
de
posibles
barreras
culturales.
Cuando
el
príncipe
troyano
Paris
(Orlando
Bloom)
decide
robar a
Helena (Diane
Kruger),
esposa
de
Menelao
(Brendan
Gleeson);
éste y
su
hermano
Agamenón
(Brian
Cox)
declaran
la
guerra a
la
hermosa
y
gloriosa
Troya,
patria
de
Héctor
(Eric
Bana) y
su padre
el rey
Priamo (Peter
O'Toole);
dando
inicio a
uno de
los
enfrentamientos
bélicos
más
cruentos
y largos
de la
historia.
En el
medio se
encuentra
Aquiles
(Brad
Pitt),
el
guerrero
más
grande
que hay
entre
los
griegos,
un
rebelde
sin
causa
que
detesta
a
Agamenón,
pero sin
cuya
presencia
será
imposible
la
empresa
de éste.
Convencido
por
Ulises
(Sean
Bean) y
su
ególatra
deseo de
trascendencia.
Lucha de
buenos y
malos,
Troya
_tal vez
el único
punto a
favor
del
guión_
deja de
lado la
presencia
de
dioses y
deidades
presentes
en el
relato
homérico,
para
privilegiar
sobre
ellos
las
pasiones
y
ambiciones
humanas.
La de
Agamenón
como rey
absoluto
de los
griegos,
quien
busca
expandir
al
máximo
sus
dominios;
la de
Aquiles,
quien
busca
con
desesperación
la
gloria;
la de
Paris
que
hunde a
su
patria
por amor
y la de
Héctor
que se
sacrifica
hasta el
final
por los
suyos.
Está
claro
que el
film de
Petersen
no es,
ni
pretende
ser, una
obra de
arte. En
todo
caso un
espectáculo
visual.
No
obstante,
dado el
referente
en el
que se
inspira,
no es
válida
tanta
banalización.
Ni mucho
menos
justo
transformar
a
Aquiles
en un
infantil
mercenario
a quien
importa
poco
aquella
guerra.
El giro
es tan
pobre
que
hasta el
propio
guión lo
pone en
tela de
juicio;
enalteciendo
mucho
más la
figura
de
Héctor,
auténtico
héroe de
esta
historia
y de
esta
película.
Tras el
perfil
de
Aquiles,
cae
también
el de
Ayax,
como un
niñato
quinceañero
que bien
podría
estar
surfeando
en las
costas
de
Hawai.
Guapa
sin
duda,
Diane
Kruger
no
consigue
vestir
el
personaje
de
Helena,
como
Pitt
(más
apropiado
para dar
vida a
París)
no logra
llegar
siquiera
al talón
de
Aquiles.
Apenas
si
dibuja a
un
hombrecito
corajudo
que
exhibe
glúteos
y
pectorales
por
doquier,
pero que
pierde
su reto
interpretativo
cuando
le toca
compartir
escena
con el
gran
Peter
O'Toole.
Cierto
es que
los
diálogos
de Troya
no
necesitan
de
actores
shakespereanos,
pero
también
es
cierto
que a
los
personajes
hay que
rellenarlos
con algo
más que
músculo
y eso
Eric
Bana
(tal vez
el más
favorecido
por este
producto)
lo ha
comprendido
muy
bien. |
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