“Troya
acercará
a
mucha
gente
a un
clásico
de la
literatura
universal,
entre
tanto
equiparará
en la
imaginación
de no
pocos
a los
anglosajones
modernos
con
los
antiguos
griegos,
después
de
todo
Hollywood
fabrica
sus
propias
mitologías.”
Una
guerra
que
pudo
haberse
olvidado
si no
hubiera
sido
cantada
por un
poeta
ciego,
Homero,
que la
registró
para
la
posteridad.
La
Ilíada
escrita
alrededor
del
siglo
VIII
a.C.,
es la
obra
fundamental,
junto
con su
complemento
y
continuación
La
Odisea,
de la
civilización
occidental.
Homero
compuso
sus
dos
grandes
poemas
épicos
en lo
que se
considera
la
edad
media
u
oscura
de
Grecia,
entra
el
apogeo
de la
edad
de
bronce
de
Micenas
y la
era
clásica
ejemplificada
por la
Atenas
de
Pericles.
La
Ilíada
ha
sido
analizada
desde
diferentes
ángulos
y
durante
varios
siglos.
Médicos
han
analizado
la
descripción
de las
heridas
y la
encuentran
anatómicamente
correcta;
lingüistas
han
buscado
en las
palabras
el
conocimiento
de los
objetos
e
historiadores
han
querido
comprobar
la
veracidad
de la
existencia
de la
ciudad
de
Troya
y su
destrucción
por
parte
de los
griegos.
Los
romanos
decidieron
apropiarse
de la
legendaria
guerra
de
Troya
para
crearse
un
pasado
heroico,
asumiendo
que el
mítico
fundador
de
Roma,
Rómulo,
fuera
descendiente
de
Eneas,
un
prófugo
de esa
ciudad
también
llamada
Ilión.
Así,
el más
grande
de los
emperadores,
Augusto,
le
encomendó
al más
dotado
de los
escritores
latinos
un
texto
que
rivalizara
con el
de
Homero.
El
resultado
es una
obra
magistral:
La
eneida,
el
punto
culminante
de la
producción
literaria
romana.
Pasarían
siglos
hasta
que
otro
autor
decidiera
equipararse
a
Homero;
como
nos
revela
George
Steiner
ese
hombre
fue
León
Tolstoi
quien
escribió
Guerra
y Paz
para
convertirse
en el
heredero
del
bardo
invidente.
El
cine,
el
arte
total
de la
era
contemporánea
ha
recurrido
a La
Ilíada
y al
relato
de
Troya
desde
su
principio.
Aunque
la
cinta
que
quizá
se
recuerda
más es
la
Helena
de
Troya
de
1956
(con
Rossana
Podesta
y
Brigitte
Bardot,
dirigida
por
Robert
Wise).
Ahora,
tras
el
éxito
en
taquillas
y
crítico
de
Gladiador
(Ridley
Scott,
2000),
y en
medio
de un
verano
cinematográfico
en el
cual
películas
que
costaron
en su
rodaje
más de
100
millones
de
dólares,
excluyendo
decenas
de
millones
adicionales
en
publicidad,
entran
en
competencia
una
tras
otra
Van
Helsing,
Shrek
2,
Harry
Potter
y el
prisionero
de
Azkabán,
El día
después
de
mañana,
El
hombre
araña
2, y
Troya
de
Wolfgang
Petersen.
El
director
alemán
que se
abrió
paso a
Hollywood
a
través
de la
claustrofóbica
y
emocionante
El
submarino
(1981)
se ha
especializado
en
superproducciones
con
mayor
o
menor
éxito.
En
esta
oportunidad
quiere
legarnos
su
obra
magna
y
fusionar
lo
comercial
con lo
profundo
para
aspirar
a un
clásico
moderno,
no lo
logra
pero
ofrece
toda
su
sapiencia
en el
intento.
Troya
le
apuesta
todo
al
carisma
y
habilidad
de
Brad
Pitt
(Aquiles)
un
actor
que
despuntó
en un
pequeño
papel
en Un
final
inesperado
(Thelma
&
Louise
de
Ridley
Scott)
y que
siempre
ha
dudado
de su
papel
como
celebridad,
pero
ahora
parece
que su
rol en
la
película
se
relaciona
con su
propia
persona.
El
film
comienza
cuando
Agamemnón
(Brian
Cox)
en pos
de
unir
al
mundo
griego
bajo
su
mando
se
apresta
al
combate
en
contra
deTesalonia,
pero
para
evitar
una
matanza
innecesaria
se
propone
que
los
campeones
de los
dos
bandos
se
enfrasquen
en un
combate
singular.
Por la
parte
tesalonia
aparece
un
gigante,
del
otro
se
llama
a
Aquiles
y éste
se
encuentra
acostado
y
desnudo
entre
dos
mujeres,
el
muchacho
que lo
incita
al
combate
le
dice
“Yo
tendría
miedo
de
pelear
con
ese
gigante”,
a lo
que
Aquiles
le
responde
“Por
eso
nadie
cantará
sobre
ti”.
Así
Pitt /
Aquiles
surge
como
una
estrella
de
cine
que va
a
cumplir
con su
escena
y
regresar
a su
trailer,
alguien
al que
se
debe
soportar
por un
valor
indefinido
pero
seguro.
Por
otro
lado
vamos
a
Esparta
en
donde
dos
príncipes
de
Troya
Héctor
(Eric
Bana)
y
Paris
(Orlando
Bloom)
han
firmado
un
pacto
de paz
con el
rey
Menelao
(Brendan
Gleeson)
quien
es
hermano
a su
vez de
Agamemnón.
Pero
Paris
enamora
a
Helena
(la
modelo
alemana
Diane
Kruger),
la
mete
de
contrabando
a su
nave y
le da
a
Agamemnón
el
pretexto
para
apoderarse
de las
riquezas
de
Troya.
Petersen
y su
guionista
David
Benioff
hacen
lo
posible
para
ser
fieles
a
Homero
y a la
vez a
una
sensibilidad
moderna.
Así,
omiten
la
intervención
de los
dioses
en los
eventos
y
comprimen
los
diez
años
del
sitio
narrados
por
Homero
en dos
semanas.
Tenemos
pues,
una
película
más
cercana
a lo
terreno
que a
lo
divino
y lo
que se
pierde
de
Homero
se
desea
compensar
con lo
visual.
De esa
manera
observamos
a la
flota
griega
en el
mar
rumbo
a
Troya
compuesta
de mil
naves,
que
parece
la
armada
estadounidense
en
Okinawa.
El
efecto
parece
decirnos:
esto
es
realmente
sorprendente.
Después,
el
desembarco
de
Aquiles
y sus
mirmidones
vestidos
de
negro
es una
puesta
al día
ubicada
en ese
lejano
pasado
de
hace
3200
años
de El
rescate
del
soldado
Ryan
de
Steven
Spielberg.
Troya
es, y
esto
no es
peyorativo,
una
película
de
Hollywood
que va
a las
raíces
mismas
del
porqué
la
industria
cinematográfica
estadounidense
despegó
al
dominio
mundial
de la
mano
de D.
W.
Griffith.
Tenemos
centenares
de
actores,
reconstrucción
minuciosa
de
decorados,
vestuarios
y
costumbres
para
darle
empaque
a la
fantasía
y al
star
system.
Lo
importante
son
los
individuos
por
sobre
la
masa;
y la
gesta
homérica
y la
tradición
cinematográfica
estadounidense
estaban
hechas
una
para
el
otro.
Petersen
desea
demostrar
la
proeza
guerrera
de
Aquiles
y debe
conjuntar
sus
investigaciones
sobre
el
armamento
de la
edad
de
bronce
con lo
que
hemos
visto
en las
películas
de
karatecas.
Así
aunque
Aquiles
sabe
matar,
lo
debe
hacer
de
forma
espectacular,
de
allí
sus
saltos
acrobáticos.
Por
otra
parte,
el
realizador
debe
darle
motivaciones
creíbles
a las
audiencias
contemporáneas
y de
allí
que
minimice
el
romance
de
Paris
y
Helena
como
causa
del
conflicto,
pero
por el
otro
coloca
a un
Aquiles
mucho
más
enamorado
de su
esclava
Briseida
que de
Patroclo,
de
quien
su
muerte
provoca
que
vuelva
al
combate
tras
la
humillación
a la
que lo
somete
Agamemnón.
Troya
acercará
a
mucha
gente
a un
clásico
de la
literatura
universal,
entre
tanto
equiparará
en la
imaginación
de no
pocos
a los
anglosajones
modernos
con
los
antiguos
griegos,
después
de
todo
Hollywood
fabrica
sus
propias
mitologías.
Lo que
nos ha
ofrecido
son
casi
tres
horas
de
bien
armada
distracción.
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