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19/05/2004

Juan Carlos Ampié ● www.confidencial.com.ni

Pleito de faldas
Más satisfactoria que The Last Samurai y un poco inferior a Captain and Commander, Troya contribuye a hacer del cine actual territorio seguro para el espectáculo a la antigua.

“Si partes hacia Troya, la gente recordará tu nombre miles de años después de tu muerte”, le dice Thetis (Julie Christie) a su hijo, Aquiles. Por algún milagro no añade, “Y en el año 2004, Hollywood producirá un esperpento taquillero con Brad Pitt haciendo tu papel”. Contra todo pronóstico, esto no es necesariamente algo malo.

Inspirada por “La Eneida”, y tomando elementos de “La Ilíada”, la película recrea una versión simplificada de la historia relatada en los versos de Homero: el príncipe Paris (Orlando Bloom) rapta a la bella Helena, Reina de Esparta (Diane Krueger). Menelao (Brendan Gleeson), el esposo engañado, busca la ayuda de su hermano Agamemnon (Brian Cox), quien aprovecha la campaña de venganza para doblegar a Troya, último reino que resiste plegarse a su imperio. Para liderar las tropas recluta a Aquiles (Brad Pitt), despiadado mercenario sediento de gloria. Tras las murallas de la ciudad sitiada, el Rey Priamo (Peter O´Toole) y su hijo mayor, el príncipe Héctor (Eric Bana), se preparan para librar la guerra precipitada por un amor mal concebido.

Hay un anacronismo intrínseco, potencialmente ridículo, en cualquier intento de relatar historias antiguas con estrellas contemporáneas —disfrazados con faldas de cuero y sandalias, para mayor dificultad. El guión de David Benioff salva ese obstáculo manejando su trama en el plano más concreto posible. Los personajes invocan a los dioses, pero esta guerra se libra entre mortales. Hay un período de ajuste breve, tras el cual aceptamos a todos estos actores angloparlantes como griegos de antaño en el ideal presente fílmico.

El guión de David Benioff funciona como herramienta narrativa, pero sacrifica poesía y profundidad psicológica . Sus principales desaciertos se manifiestan en concesiones a la sensibilidad moderna del público: Aquiles es introducido como una estrella de rock caprichosa, tarde para sus compromisos y con groupies en la cama. La relación del guerrero con la virgen troyana Briseida (Rose Byrne) es delineada con dudosas instrucciones políticamente correctas.

La película explota la apariencia de Pitt, desnudándolo gratuitamente, pero es su intensa honestidad la que lo salva, aún a la hora de compartir escenas con grandes actores británicos como Peter O´Toole (Lawrence de Arabia, en persona!) y Brian Cox (Adaptation). A pesar del excelente reparto, la película le pertenece a Eric Bana. El actor australiano que sufrió las expectativas no satisfechas de The Hulk (Ang Lee, 2003) brilla como el noble Héctor. Su destino marca el golpe emocional más fuerte del film.

La dirección de Wolfgang Petersen (The Perfect Storm, 1999) es un triunfo de logística, y merece crédito por no abusar de los efectos generados por computadora — son evidentes, pero no demasiados. Le falta la visión de David Lean —de ineludible recuerdo por la presencia de O´Toole y Julie Christie, su Lara en Dr. Zhivago.

Sin embargo, sería injusto quejarse que esta película no sea una obra de arte sublime. El director alemán crea una película comercial de alcance épico, funcional y entretenida. Ese no es un logro despreciable. Más satisfactoria que The Last Samurai y un poco inferior a Captain and Commander: The Far Side of The World, Troya contribuye a hacer del cine actual territorio seguro para el espectáculo a la antigua.

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