Más
satisfactoria
que
The Last
Samurai
y un
poco
inferior
a
Captain
and
Commander,
Troya
contribuye
a hacer
del cine
actual
territorio
seguro
para el
espectáculo
a la
antigua.
“Si
partes
hacia
Troya,
la gente
recordará
tu
nombre
miles de
años
después
de tu
muerte”,
le dice
Thetis (Julie
Christie)
a su
hijo,
Aquiles.
Por
algún
milagro
no
añade,
“Y en el
año
2004,
Hollywood
producirá
un
esperpento
taquillero
con Brad
Pitt
haciendo
tu
papel”.
Contra
todo
pronóstico,
esto no
es
necesariamente
algo
malo.
Inspirada
por “La
Eneida”,
y
tomando
elementos
de “La
Ilíada”,
la
película
recrea
una
versión
simplificada
de la
historia
relatada
en los
versos
de
Homero:
el
príncipe
Paris
(Orlando
Bloom)
rapta a
la bella
Helena,
Reina de
Esparta
(Diane
Krueger).
Menelao
(Brendan
Gleeson),
el
esposo
engañado,
busca la
ayuda de
su
hermano
Agamemnon
(Brian
Cox),
quien
aprovecha
la
campaña
de
venganza
para
doblegar
a Troya,
último
reino
que
resiste
plegarse
a su
imperio.
Para
liderar
las
tropas
recluta
a
Aquiles
(Brad
Pitt),
despiadado
mercenario
sediento
de
gloria.
Tras las
murallas
de la
ciudad
sitiada,
el Rey
Priamo (Peter
O´Toole)
y su
hijo
mayor,
el
príncipe
Héctor
(Eric
Bana),
se
preparan
para
librar
la
guerra
precipitada
por un
amor mal
concebido.
Hay un
anacronismo
intrínseco,
potencialmente
ridículo,
en
cualquier
intento
de
relatar
historias
antiguas
con
estrellas
contemporáneas
—disfrazados
con
faldas
de cuero
y
sandalias,
para
mayor
dificultad.
El guión
de David
Benioff
salva
ese
obstáculo
manejando
su trama
en el
plano
más
concreto
posible.
Los
personajes
invocan
a los
dioses,
pero
esta
guerra
se libra
entre
mortales.
Hay un
período
de
ajuste
breve,
tras el
cual
aceptamos
a todos
estos
actores
angloparlantes
como
griegos
de
antaño
en el
ideal
presente
fílmico.
El guión
de David
Benioff
funciona
como
herramienta
narrativa,
pero
sacrifica
poesía y
profundidad
psicológica
. Sus
principales
desaciertos
se
manifiestan
en
concesiones
a la
sensibilidad
moderna
del
público:
Aquiles
es
introducido
como una
estrella
de rock
caprichosa,
tarde
para sus
compromisos
y con
groupies
en la
cama. La
relación
del
guerrero
con la
virgen
troyana
Briseida
(Rose
Byrne)
es
delineada
con
dudosas
instrucciones
políticamente
correctas.
La
película
explota
la
apariencia
de Pitt,
desnudándolo
gratuitamente,
pero es
su
intensa
honestidad
la que
lo
salva,
aún a la
hora de
compartir
escenas
con
grandes
actores
británicos
como
Peter
O´Toole
(Lawrence
de
Arabia,
en
persona!)
y Brian
Cox (Adaptation).
A pesar
del
excelente
reparto,
la
película
le
pertenece
a Eric
Bana. El
actor
australiano
que
sufrió
las
expectativas
no
satisfechas
de The
Hulk (Ang
Lee,
2003)
brilla
como el
noble
Héctor.
Su
destino
marca el
golpe
emocional
más
fuerte
del
film.
La
dirección
de
Wolfgang
Petersen
(The
Perfect
Storm,
1999) es
un
triunfo
de
logística,
y merece
crédito
por no
abusar
de los
efectos
generados
por
computadora
— son
evidentes,
pero no
demasiados.
Le falta
la
visión
de David
Lean —de
ineludible
recuerdo
por la
presencia
de
O´Toole
y Julie
Christie,
su Lara
en Dr.
Zhivago.
Sin
embargo,
sería
injusto
quejarse
que esta
película
no sea
una obra
de arte
sublime.
El
director
alemán
crea una
película
comercial
de
alcance
épico,
funcional
y
entretenida.
Ese no
es un
logro
despreciable.
Más
satisfactoria
que The
Last
Samurai
y un
poco
inferior
a
Captain
and
Commander:
The Far
Side of
The
World,
Troya
contribuye
a hacer
del cine
actual
territorio
seguro
para el
espectáculo
a la
antigua.