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18/05/2004

Aurora Luque ● www.diariosur.es

Troya enlatada
La 'Troya' de Brad Pitt -porque es la Troya de Brad Pitt- se exhibe ya en diez salas sólo en Málaga capital. Pero -se veía venir- no estamos ante esa gran película que se nos ha venido anunciando. No es una obra de arte, sólo una versión en imágenes de una leyenda simplificada (que no estilizada), una entretenida película bélica simple, tramposa y lineal. No vamos a criticar a estas alturas -por Zeus-lo mucho y mal que se aparta de la leyenda clásica. El cineasta es un artista libre: lo ideal es que use esa libertad para fabricar un producto memorable. A esta Troya tan fácil de digerir se la tragará pronto el polvo del olvido.

Algunos cambios son muy divertidos. Entre los héroes Aquiles y Patroclo hubo una fortísima relación de lealtad y afecto que algunos escritores -Homero no dice ni que sí ni que no- dieron por homoerótica. La película del siglo XXI los convierte en...¿primos! Petersen aplica la 'solución Mogambo' (¿se acuerdan?), ese tipo de censura que lo complicaba todo aún más. Helena y París, los amantes, parecen una pareja de colegiales: no son apabullantemente bellos, como quería la leyenda. Se elimina muy pronto a Menelao, marido de Helena, para dejar la puerta abierta a un happy end, un posible reencuentro de la pareja de enamorados jóvenes tras el incendio y caída de Troya: es la eterna tiranía de Hollywood, el interminable cuento de hadas. La versión griega, en cambio, es despiadada: el Destino, como sabemos, no es nada peliculero: no se compadece de nadie.

Aquiles Pitt no está relleno de sustancia de auténtico héroe: demasiado veleidoso y agresivo, no pierde esa chulería de ladronzuelo encantador que exhibió en 'Thelma y Louise'. La película se ha rodado en Malta y en Méjico; se ha contratado a una escuela de atletas búlgaros. Los guerreros se han multiplicado por ordenador: una 'endorfina' virtual los hace moverse con independencia. Petersen ha empleado espectaculares medios tecnológicos; ha suprimido ambigüedades y matices que no convenían a sus trepidantes matanzas. Ha eliminado a los dioses, y con ellos las jugadas y los abismos del destino. En su lugar, Petersen ha colocado un débil discurso sobre la fama y la posteridad. Ha eliminado instantes sutiles y mágicos: las lágrimas de los caballos que lloran por la muerte de Patroclo, por ejemplo. Ha eliminado los momentos de ironía trágica: cuando el lector sabe ya que Héctor ha muerto, su esposa Andrómana, ajena a todo, le prepara en palacio un baño de agua caliente para lavarle las heridas. Petersen elimina la delectación ante la belleza: la bella piel, el delicado cuello de Héctor; los griegos admiran la envidiable belleza del héroe muerto. Petersen abusa de la grandilocuencia bélica, que tira mucho de la taquilla. Ha recurrido a la más sofisticada tecnología audiovisual y ha gastado cientos de millones en su obra. Homero sólo usó palabras, palabras y palabras. Homero puso tantas palabras en la orilla...

De esta Troya enlatada en Estados Unidos sólo se salva una frase: «Los jóvenes mueren y los viejos parlotean. Eso es la guerra».
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