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16/05/2004

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Troya, clásico pero sólo a medias
Corre el año 1.193 antes de Cristo cuando Paris y Héctor, príncipes de Troya, alcanzan un acuerdo con Menelao, rey de Esparta. Sin embargo, su esposa Helena y Paris se enamoran, y ambos regresan a Troya pese al rechazo de Héctor. El deshonor de Menelao le llevará a pedir la ayuda de Agamenón, su hermano, que ha alcanzado numerosas victorias gracias a la ayuda del héroe Aquiles. Agamenón encuentra en esta situación la excusa perfecta para someter al rey de Troya, Príamo, y así controlar totalmente el Egeo.

Trasladar a la gran pantalla una leyenda con la densidad bibliográfica y de fuentes como es la guerra de Troya requiere dos tareas fundamentales: síntesis y refuerzo de las tramas narrativas de la historia. Eso es lo que intenta, consciente de las dificultades, el guionista David Benioff. Si bien buena parte del argumento se halla en el poema homérico de la Iliada, la historia abarca todo el ciclo troyano a excepción del regreso de Ulises para tratar de sintetizar los más de 20 años (según Homero) que transcurren desde que Helena se fuga con Paris (raptada, según otras fuentes) hasta que los griegos logran entrar en la ciudad gobernada por el rey Príamo. Por ello se perciben influencias de otras tradiciones (fundamentalmente basadas en las «Ciprias» y las primeras partes de «La Eneida» de Virgilio). La tarea de síntesis conlleva también despojar la obra clásica de las interrelaciones entre dioses y humanos y las propias tramas divinas, con el fin de tratar de depurar la historia. Consigue así «Troya» convertirse en una narración bélica desde el lado más humano posible, incluso aportando ciertas dosis de escepticismo teológico a sus personajes.

Benioff adopta varias licencias. Refuerza, por ejemplo, un personaje casi anecdótico en la Iliada como es Briseida para hacerla protagonista de una trama romántica con Aquiles, elimina episodios completos y se inventa otros, excluye el permiso que Aquiles dio a Patroclo para intervenir en la batalla o -para mayor enfado de los puristas- coloca al héroe de los «pies veloces» dentro del mismísimo caballo de madera. Como, por desgracia, el número de fervientes seguidores de la obra de Homero es bastante más reducido que el de puristas de Tolkien, probablemente nadie pondrá el grito en el cielo.

La caracterización de los personajes cuida cuanto puede los rasgos homéricos: Brad Pitt (Aquiles) corretea en el campo de batalla, esconde su «cólera» bajo un manto de remordimiento y conflicto interior, y es ágil para dar muerte; Eric Bana (Héctor) da sobradas muestras de templanza y sensatez, y Orlando Bloom (Paris) no pasa de ser un cobarde incapaz de afrontar con responsabilidad su romance con Helena, aunque el personaje se redime finalmente. No es conveniente hacer un análisis riguroso acerca de la fidelidad de la historia a sus fuentes literarias, porque el cine es otra cosa. «Troya» sí es fiel a los rasgos generales de la Iliada y eso ya podría ser suficiente.

Con Brad Pitt en la piel de Aquiles cabía el riesgo de que la película discurriese por el estereotipo narrativo más simplista. No lo hace «Troya», que conserva su grado de «epopeya múltiple». Aún más sorprendente es la alternancia de los roles protagonista-antagonista que se produce entre Aquiles y Héctor, dejando juicios morales de lado, convirtiéndolos a ambos en personajes principales según el momento, logrando así elevar a ambos a la categoría de héroes dramáticos. Así, la lucha a muerte entre ambos adquiere una fuerza considerable. Quizás esta sea la causa por la que se le ha achacado a la historia cierta falta de «resonancia emocional». Siguiendo el objetivo homérico, la guerra no se convierte tanto en una gesta de batallas como en un medio que rodea a los personajes y los determina para así revelarlos mejor.

Salvando a grandes rasgos el modo en que se ha logrado resolver la historia (con personajes de suficiente complejidad, sobradas tramas secundarias e interesantes conflictos para dotarla de universalidad), caben algunos reproches. Wolfgang Petersen, director de sobrado reconocimiento, intenta aproximar su película a la tradición épica de Hollywood. Por eso, el filme adquiere cierto tono clásico, con planos incluso que parecen rodados hace décadas o recursos que hoy en día parecerían en desuso para una gran producción. A eso se añaden, para compensar, secuencias digitales multitudinarias, algunas con gran limpieza.

Precisamente se le echa en falta más visión personal, lo que sin duda sí ofrecía el «Gladiator» de Ridley Scott. «Troya» se vuelve irregular a lo largo del metraje: en ocasiones creemos estar viendo una buena película con escenas correctamente dirigidas y en otras reminiscencias de composiciones digitales de «El señor de los anillos». En cuanto a la interpretación, resulta menos encorsetado Eric Bana (quien hace un espléndido papel) que Brad Pitt, quien a duras penas consigue mantenerse al nivel que Peter O'Toole (Príamo) imprime a la secuencia entre ambos.

«Troya» permite lecturas diversas, incluso la del insistente ansia de «fama» en el sentido clásico de Aquiles. Por ello el personaje actúa en ocasiones, permitan la expresión, buscando «salir en la foto», apurándose a alcanzar la costa de Troya antes que nadie para así ganarse el reconocimiento.

Por no excederme, quiero apuntar sólo un nefasto error debido únicamente a la falta de cuidado en la composición de las escenas. Parte del filme se rodó en México, dado que la guerra de Irak no hacía recomendable el rodaje en Marruecos. Por ello, no hace falta esforzarse demasiado para caer en la cuenta de que la mayor parte de la soldadesca griega, incluso en los primeros planos, tiene evidentes rasgos centroamericanos. Lo que no pasaría de la anécdota merece ser reseñado dada la evidencia con que ocurre.

Por si soplaran vientos de vuelta a los clásicos en Hollywood, Petersen se encarga de dejar abierta una posible continuación a través de Eneas al final del filme. Ulises (Sean Bean), en cambio, se mantiene como un personaje bastante secundario a lo largo de la historia. Como entretenimiento, más que recomendable.
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