Cuando
de una
película
se
habla
más
del
dinero
que ha
costado
y de
los
amoríos
y
belleza
de su
protagonista
masculino,
cuando
sus
carteles
aparecen
en las
marquesinas
de
medio
país e
incluso
se
monta
una
exposición
con
los
trajes
utilizados
en su
rodaje,
nada
más y
nada
menos,
que en
el
Museo
Arqueológico
Nacional,
conviene
empezar
a
sospechar
que,
más
que
ante
una
película
propiamente
dicha,
estamos
ante
todo
un
espectáculo
social
y
mediático;
mítico,
en
definitiva.
Y
míticos
son
los
cantos
que
narra
Homero
en la
Ilíada,
en la
que se
han
inspirado
los
responsables
de
Troya,
además
de en
algún
pasaje
de
La
Eneida,
de
Virgilio,
para
trabar
un
largometraje
de
casi
tres
horas
sobre
los
enfrentamientos
de
griegos
y
troyanos.
Toda
una `Odisea´,
desde
luego.
El
único
problema
de la
película,
básicamente
radica
en el
guión.
David
Benioff
es un
guionista
con
poca
experiencia
(La
última
noche,
de
Spike
Lee,
y poco
más)
especializado
principalmente
en
adaptaciones
literarias.
Lo que
pasa
es que
la
Ilíada
es
mucho.
A
diferencia
de
otras
películas
épicas
recientes
como
Gladiator,
por
ejemplo,
donde
las
historias
personales
de los
protagonistas
se
solapaban
con
mucho
tino y
sentido
de la
proporción
con
las
historias
globales
o de
grupo,
en
Troya
no
sucede
así.
Para
quien
no
haya
leído
la
Ilíada,
la
película
nos
cuenta
que en
la
Grecia
de
hace
3.000
años
los
distintos
pueblos
helenos
se
unieron
bajo
el
mando
del
rey
Agamenón
para
luchar
contra
los
Troyanos
del
rey
Príamo.
La
excusa
era el
abandono
de
Menelao,
hermano
de
Agamenón,
por su
esposa
Helena,
quien
se
había
enamorado
del
príncipe
París,
uno de
los
dos
hijos
de
Príamo,
el
otro
era
Hector.
Pero
la
verdad
era
que
Agamenón
quería
dominar
el mar
egeo y
someter
a los
Troyanos.
Para
ello
necesitaba
de la
colaboración
de
Aquiles
y sus
mirmitones,
un
espléndido
luchador
dotado
de
cualidades
excepcionales.
Aquiles
acepta
unirse
a
Agamenón,
tras
consultárselo
a su
madre,
Tetis,
sabedor
de que
esa
guerra
le
daría
la
gloria,
aunque
también
la
muerte.
Quien
la
haya
leído,
que se
olvide
de los
Dioses,
de los
Héroes
y de
muchas
más
cosas.
Así
pues,
detrás
de
este
enfrentamiento
global
hay
unas
motivaciones
personales
que en
la
película
quedan
un
poco
desdibujadas
y que
deberían
haber
sido
tan
importantes
como
las
batallas.
No se
llega
a
comprender
el
valor
moral
de
ciertas
acciones
de los
protagonistas,
ni son
lo
suficientemente
explicadas
para
hacerlas
creíbles,
ni se
insertan
en el
momento
oportuno.
Excepción
hecha
del
diálogo
que
mantienen
Príamo
y
Aquiles,
lleno
de
emoción
y
soberbiamente
interpretado
por
ambos
actores,
sobre
todo
por el
gran
Peter
O´Toole,
el
resto
de
conflictos
internos
no se
nos ha
transmitido
con la
intensidad
que
habría
sido
recomendable.
Por
eso,
los
sentimientos
de los
personajes
no son
demasiado
comprendidos
por
los
espectadores,
a
pesar
de los
denodados
esfuerzos
del
guionista
por
mostrarnos
el
amor
de
Héctor
a su
familia,
el
deseo
de
gloria
o el
amor
por
Briseida
de
Aquiles
o el
arrepentimiento
de
Helena
y
París
por su
amor
inabarcable.
Respecto
a las
escenas
de
guerra,
espectaculares.
Los
170
millones
de
dólares
que ha
costado
Troya
han
sido
bien
empleados
en la
parte
que
corresponde
al
diseño
de
producción
o
dirección
artística
y a
los
efectos
especiales
por
ordenador.
Nigel
Phelps
ha
sabido
reflejar
la
grandiosidad
de
aquellos
tiempos
violentos
en los
decorados
de los
estudios
Shepperton
de
Londres,
en las
montañas
de
Malta
o en
las
playas
de
México,
arropados
por la
música
de
James
Horner,
conocido,
sobre
todo,
por
Titanic.
De los
actores
poco
cabe
decir.
A
parte
de las
interpretaciones
de
O´Toole
(Príamo)
y
Eric
Bana
(Héctor)
y una
breve
aparición
de
Julie
Christie
(Doctor
Zivago),
Brad
Pitt
(Aquiles)
es un
buen
actor
que ha
dejado
de
fumar
y ha
hecho
muchas
pesas,
Diane
Kruger
es tan
guapa
como
debió
de ser
Helena,
Orlando
Bloom
sigue
con la
épica
de
El
Señor
de los
Anillos
y el
resto
de los
intérpretes
hacen
su
papel
con
sobrada
excelencia.
En
general,
el
filme
de
Wolfgan
Petersen
(La
tormenta
perfecta,
El
avión
del
presidente,
En la
línea
de
fuego...)
es
entretenido
y no
se
hacen
largas
las
casi
tres
horas
de
proyección.
Una
película
ideal
para
pasar
el
rato y
recrearnos
con
las
aventuras
que
cantaba
Homero
en una
pantalla,
cuanto
más
grande
mejor,
y
cuanto
menos
palomitas,
mejor
también.
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