|
Restos
del
muro
de
2000
años
de
antigüedad
en
Liqian.
Según
los
arqueólogos
sería
el
único
vestigio
de
la
muralla
de
la
posible
ciudad
romana |
Es
algo
más
que
una
leyenda
porque
su
plausibilidad
está
respaldada
por
antiguos
testimonios,
pero
aún no
es una
realidad
demostrada,
porque
le
falta
una
evidencia
arqueológica
concluyente.
La
existencia
de una
ciudad
romana
en los
confines
de la
China
Han,
fundada
hace
2000
años
en la
actual
provincia
de
Gansu
por
una
legión
perdida
de
Licinio
Crasso,
es,
por lo
menos,
una
bonita
historia.
DERROTA
DE
LICINIO
CRASSO
EN EL
EÚFRATES
En el
año 53
antes
de
Cristo,
mientras
Julio
Cesar
combatía
victorioso
en las
Galias,
su
compañero
de
triunvirato
y
rival,
Licinio
Crasso
inició
una
campaña
contra
el
Imperio
Parto.
Como
el
tercer
miembro
del
Triunvirato,
Pompeyo
Magno,
que se
encontraba
en
Hispania,
Crasso
buscaba
la
gloria
con
una
campaña
victoriosa
en el
confín
oriental
del
imperio.
|
Monumento
representando
en
Yongchang
al
emperador
Han
Yuandi,
flanqueado
por
una
mujer
local
y
un
legionario
romano |
Salió
de
Siria
con un
potente
ejército
de
45.000
hombres,
incluido
un
cuerpo
de
caballería
gala
de
4000
jinetes
al
mando
de su
propio
hijo
mayor,
Marco
Licinio,
siete
legiones
y 4000
arqueros.
La
campaña
fue un
desastre.
Sólo
regresaron
10.000
hombres.
Después
de
cruzar
el
Eúfrates,
violando
la
frontera
entre
los
dos
imperios
establecida
cuarenta
años
antes,
el
ejército
romano
fue
derrotado
por
los
aguerridos
partos
frente
a
Carrhae,
una
ciudad
turca
que
hoy se
llama
Harran.
En su
obra
sobre
Crasso,
Plutarco
explica
que en
la
batalla
de
Carrhae
murió
la
mitad
del
ejército,
20.000
hombres,
que el
propio
Crasso
fue
apresado
y
decapitado,
y que
otros
10.000
legionarios
fueron
tomados
prisioneros.
En su
“Naturalis
Historia”,
Plinio
añade
que
los
presos
romanos
fueron
trasladados
por
los
partos
al
confín
oriental
de su
imperio,
al
norte
del
actual
Afganistán,
en las
orillas
del
Amu
Dariá
que
hoy
marca
la
frontera
con
Tadjikistán
(el
río
Oxus
para
griegos
y
romanos),
donde
Alejandro
Magno
había
fundado
siglos
antes
el
reino
helenístico
de
Bactria.
Allí,
explica,
encontraron
empleo
militar
y se
casaron
con
mujeres
locales.
El
caso
es que
cuando,
en el
20
antes
de
Cristo,
romanos
y
partos
firmaron
la paz
y
acordaron
la
devolución
de los
prisioneros
de
Carrhae,
los
restos
de
aquellas
legiones
derrotadas
habían
desaparecido
del
mapa.
LA
LEGIÓN
PERDIDA
La
respuesta
al
misterio
podría
encontrarse
en la
historia
de Ban
Gu, un
cronista
del
Imperio
Han,
la
segunda
gran
dinastía
imperial
china
(206
a.C. /
220 d.
De
C.),
coetánea
del
Imperio
Romano
y del
Imperio
Parto.
En el
Siglo
I
antes
de
Cristo,
la
China
Han
disponía
de una
red de
carreteras
de
40.000
kilómetros,
la
mitad
que la
red
romana,
y
había
incorporado
la
cuenca
del
río
Tarim,
en el
actual
Xinjiang,
a su
zona
de
influencia.
Sólo
la
gran
cordillera-meseta
del
Pamir
separaba
esa
zona,
del
antiguo
reino
de
Bactria.
Nunca
como
entonces,
Roma y
China,
cuyo
conocimiento
mutuo
era
vago y
confuso,
estuvieron
tan
cerca.
La
“Historia
de la
Dinastía
Han
Occidental”
de Ban
Gu
incluye
una
biografía
del
general
Gan
Yanshou.
En
ella
se
explica
que en
el 36
a. C,
ese
general
emprendió
una
incursión
de
castigo
contra
los
pastores
nómadas
al
norte
del
Xinjiang,
los
llamados
Xiongnu.
En la
ciudad
de
Zhizhi,
en la
región
de la
actual
Dushanbe,
capital
de
Tadjikistán,
el
ejército
chino
se
encontró,
y
venció,
a un
extraño
contingente.
Su
baluarte
estaba
rodeado
por
una
empalizada
de
madera
y la
crónica
describe,
“
infantes
alineados,
desplegados
en una
formación
como
de
escamas
de
pescado”,
lo que
recuerda
al
“testudo”(la
tortuga),
una
formación
de
batalla
clásica
de las
legiones
romanas,
en la
que
los
soldados
se
cubrían
mutuamente
con
los
escudos,
formando
un
techo
de
hierro
escamado
que
protegía
por
completo
cuerpos
y
extremidades.
Historiadores
como
Homer
H.
Dubs
reconocieron
en
1957
en
aquel
contingente,
a los
perdidos
restos
de las
legiones
romanas
de
Carrhae.
Derrotados
por
los
chinos,
1500
de
aquellos
extranjeros
fueron
deportados
a
China,
donde
el
emperador
Han,
Yuandí
ordenó
que
fueran
asentados
para
proteger
las
fronteras
de su
imperio
en el
actual
distrito
de
Yongchang,
provincia
de
Gansu,
a unos
2500
kilómetros
al
este
de
Bactria
y el
río
Oxus.
Allí,
explica
el
cronista
chino,
fundaron
una
localidad
llamada
Liqian,
nombre
utilizado
en
China
para
designar
a
Siria
y al
mundo
romano
de
Oriente.
“Aquí
no hay
cubertura
de
teléfono
móvil”,
explica
el
Señor
He, un
jóven
campesino
de
Liqian.
ENTRE
LA
NIEVE
Y EL
DESIERTO
Desde
la
capital
provincial
de
Gansu,
Lanzhou,
a
orillas
del
Río
Amarillo,
han
sido
ocho
horas
de
tren
nocturno
hasta
Jiling,
más
una
hora
de
autobús
hasta
Yongchang,
una
ciudad
de
200.000
habitantes,
capital
de
distrito.
Desde
allí,
aún
cinco
kilómetros
más
por un
polvoriento
camino.
Nadie
diría
que
hace
2000
años
en
éste
lugar,
bajo
éste
mismo
cielo
en el
que
una
bandada
de
cuervos
revolotea
alrededor
de una
bolsa
de
patatas
fritas
transportada
por el
viento,
se
encontraba
lo que
se
sospecha
fue el
único
asentamiento
romano
en la
China
antigua.
Liqian,
o
Zhelaizhai,
como
la
llaman
sus
300
vecinos,
es un
pueblo
de 60
casas
de
adobe
en
medio
de un
secarral,
barrido
por el
viento
que
baja
de las
imponentes
montañas
del
Qinlian.
Los
vecinos
conocen
la
historia
que se
atribuye
al
lugar
y
tienen
mucho
que
contar
sobre
ella,
dice
He,
quien,
con la
proverbial
hospitalidad
y
generosidad
del
campesino
chino,
me
invita
a
comer
en su
casa
al
verme
vagar
entre
las
desoladas
paredes
de
adobe
del
lugar.
El
pueblo
está
en un
ligero
alto,
desde
el que
se
domina
un
amplio
panorama.
Al
sur,
las
faldas
nevadas
del
Qinlian,
de las
que
llega
la
única
agua
disponible
(aquí
no
llueve,
literalmente,
nunca),
quedan
a
pocas
horas
a pie.
A
norte,
el
amplio
valle,
reseco
más
allá
de la
pequeña
zona
de
regadío
que
rodea
al
pueblo,
culminado
por
otra
cadena
de
montañas,
mucho
más
modesta,
tras
la
cual
se
afirma,
irremediablemente,
la
árida
desesperación
del
desierto
de
Gobi.
Durante
miles
de
años
todo
viajero
en
ruta
este-oeste
hacia
(o
desde)
el
mundo
chino,
ha
tenido
que
pasar
por
aquí.
Una
buena
localización
para
una
guarnición.
De
ella
no
queda
gran
cosa:
un
muro
de
arcilla
prensada
de
unos
30
metros
de
largo
por
metro
y
medio
de
alto.
Según
He, a
principios
de los
setenta
el
muro
tenía
cien
metros
y era
mucho
más
alto,
pero
la
gente
usó la
tierra
de la
pared
para
sus
obras,
reduciéndolo
hasta
su
estado
actual.
En
1993,
los
arqueólogos
confirmaron
que
los
restos
del
muro,
así
como
algunos
trozos
de
porcelana
y
metal
encontrados,
eran
de la
dinastía
Han,
con lo
que la
crónica
de Ban
Gu
ganó
plausibilidad.
En el
museo
de
Yongchang
hay
una
gran
piedra
cúbica
de
granito
grabada
con
motivos
de
apariencia
occidental
que
fue
encontrada
por el
abuelo
de He,
pero
nadie
consigue
aclarar
su
fecha.
La
señora
He,
abuela
de mi
anfitrión
se
extiende
sobre
los
extraños
rasgos
de la
gente
del
lugar;
narices
prominentes,
orbitas
oculares
marcadas
e
incluso
algun
cabello
claro
y
rizado.
Cita
al
hijo
de
Wang,
alto
como
un
“lao
wai”,
un
extranjero,
y a la
madre
de Li,
de
ojos
azules.
Junto
al
templete
que el
gobierno
erigió
en
1994
en el
centro
del
pueblo,
el
abuelo
Chang,
otro
vecino,
cita
unos
huesos
“muy
grandes”
encontrados
“hace
poco”
por
allá
cerca.
“No
correspondían
a los
de un
hombre
chino”,
asegura.
Y
todos
los
vecinos
hablan
del
Señor
Song
Guorong.
“CAYUS
SONG”
Y
“TITUS
LUO”
Song
es el
Presidente
del
“Centro
Cultural
Liqian”,
en
Yongchang,
la
capital
de
distrito
y un
entusiasta
de la
“romanidad”
de la
comarca.
Su
destartalada
y
sucia
oficina
aun
conserva
los
rastros
de la
última
tempestad
de
arena
que
azotó
el
lugar.
Mide
1,82 y
su
cabellera
tiene
mechones
rubios
e
incluso
algunos
rizos.
A la
pregunta
de si
considera
“seria”
la
historia
de los
romanos
en
Liqian,
se
disculpa
y hace
dos
llamadas
con su
móvil.
Al
cabo
de un
rato,
otros
dos
“romanos”
entran
en la
oficina;
el
Señor
Luo
Yin,
también
alto y
de
aspecto
igualmente
exótico
para
la
fisonomía
común
aquí,
y el
Señor
Lu, de
nariz
ancha,
ojos
claros
y
aspecto
más
persa
que
chino.
Los
tres
son
oriundos
del
lugar
hasta
lo que
alcanza
la
memoria
de sus
familias,
dicen.
Es
entonces
cuando
Song
responde
a la
pregunta:
“Se
han
encontrado
muchas
cosas
en
excavaciones,
por
ejemplo,
al
construir
la
autopista
se
encontraron
99
esqueletos
humanos
completos
datados
en el
año
180
despues
de
Cristo”,
explica.
“De
ellos,
17
medían
más de
1,80.
Además,
las
crónicas
asi lo
indican,
por lo
que me
parece
muy
plausible”.
La
altura
es un
argumento
dudoso,
a
menos
que se
considere
que el
metro
ochenta
era
una
estatura
habitual
entre
los
legionarios
de
Campania
de
hace
2000
años y
que
esa
improbable
característica
haya
sobrevivido
dos
milenios.
Los
ojos
claros
y los
demás
rasgos
fisionómicos
“poco
chinos”
en una
zona
abierta
durante
milenios
a
influencias
indias,
persas,
tibetanas
y
esteparias
de
todo
tipo,
tampoco
parecen
muy
convincentes.
“Hasta
1949,
la
gente
se
movía
muy
poco
en
esta
región
y los
genetistas
han
observado
diferencias
muy
significativas
entre
la
población
local
y la
de
otras
partes
de
China”,
objeta
Song.
Todos
esos
rastros
saben
definitivamente
a
poco,
lo que
por
otra
parte
no
afecta
a la
plausibilidad
de la
historia.
En
cambio,
desde
el
punto
de
vista
turístico,
su
lógica
es
aplastante.
Yongchang
acaba
de
verse
bendecida
por el
paso
de una
autopista
de
1600
kilómetros
que
une
Lanzhou
con
Urumqi,
la
capital
del
Xinjiang.
Si el
reclamo
romano
de la
comarca,
expuesto
en una
escultura
colocada
junto
a la
entrada
del
peaje
y que
representa
al
emperador
Yuandi
flanqueado
por
una
lugareña
y un
legionario,
consigue
ser
mencionado
en las
guías
y
entrar
en los
circuitos
turísticos
interiores
chinos,
algo
que
apenas
está
empezando
en
China,
la
bendición
sería
doble.
Gansú
es una
de las
provincias
más
pobres
de
China,
la
quinta
empezando
por la
cola,
sobre
un
total
de
treinta
y
tres,
en
términos
de
renta.
Los
esfuerzos
del
gobierno
para
desarrollar
el
pobre
oeste
del
país,
construyendo
infraestructuras,
promoviendo
la
inversión
extranjera
y
fomentando
el
comercio
y los
servicios,
ya han
hecho
aparecer
signos
de
prosperidad.
Casi
todos
los
edificios
de la
principal
arteria
de
Yongchang
son
recientes,
como
probablemente
también
lo es
la
gran
puerta
“de la
dinastía
Ming”
que
adorna
el
centro
de la
ciudad.
La
“romanidad”
de
Liqian
hay
que
observarla
también
en
este
contexto.
Algo
más
que
una
leyenda,
pero
de
momento
carente
de
evidencia
arqueológica
concluyente,
la
legión
perdida
en los
confines
de
China
podría
contribuir
a la
batalla
del
desarrollo,
2000
años
después
de su
llegada
aquí.