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12/05/2004

RAFAEL POCH ● www.lavanguardia.es

Liquian, los romanos en China
Restos del muro de 2000 años de antigüedad en Liqian. Según los arqueólogos sería el único vestigio de la muralla de la posible ciudad romana

Es algo más que una leyenda porque su plausibilidad está respaldada por antiguos testimonios, pero aún no es una realidad demostrada, porque le falta una evidencia arqueológica concluyente. La existencia de una ciudad romana en los confines de la China Han, fundada hace 2000 años en la actual provincia de Gansu por una legión perdida de Licinio Crasso, es, por lo menos, una bonita historia.

DERROTA DE LICINIO CRASSO EN EL EÚFRATES

En el año 53 antes de Cristo, mientras Julio Cesar combatía victorioso en las Galias, su compañero de triunvirato y rival, Licinio Crasso inició una campaña contra el Imperio Parto. Como el tercer miembro del Triunvirato, Pompeyo Magno, que se encontraba en Hispania, Crasso buscaba la gloria con una campaña victoriosa en el confín oriental del imperio.

Monumento representando en Yongchang al emperador Han Yuandi, flanqueado por una mujer local y un legionario romano

Salió de Siria con un potente ejército de 45.000 hombres, incluido un cuerpo de caballería gala de 4000 jinetes al mando de su propio hijo mayor, Marco Licinio, siete legiones y 4000 arqueros. La campaña fue un desastre. Sólo regresaron 10.000 hombres.

Después de cruzar el Eúfrates, violando la frontera entre los dos imperios establecida cuarenta años antes, el ejército romano fue derrotado por los aguerridos partos frente a Carrhae, una ciudad turca que hoy se llama Harran.

En su obra sobre Crasso, Plutarco explica que en la batalla de Carrhae murió la mitad del ejército, 20.000 hombres, que el propio Crasso fue apresado y decapitado, y que otros 10.000 legionarios fueron tomados prisioneros.

En su “Naturalis Historia”, Plinio añade que los presos romanos fueron trasladados por los partos al confín oriental de su imperio, al norte del actual Afganistán, en las orillas del Amu Dariá que hoy marca la frontera con Tadjikistán (el río Oxus para griegos y romanos), donde Alejandro Magno había fundado siglos antes el reino helenístico de Bactria. Allí, explica, encontraron empleo militar y se casaron con mujeres locales. El caso es que cuando, en el 20 antes de Cristo, romanos y partos firmaron la paz y acordaron la devolución de los prisioneros de Carrhae, los restos de aquellas legiones derrotadas habían desaparecido del mapa.

LA LEGIÓN PERDIDA

La respuesta al misterio podría encontrarse en la historia de Ban Gu, un cronista del Imperio Han, la segunda gran dinastía imperial china (206 a.C. / 220 d. De C.), coetánea del Imperio Romano y del Imperio Parto.

En el Siglo I antes de Cristo, la China Han disponía de una red de carreteras de 40.000 kilómetros, la mitad que la red romana, y había incorporado la cuenca del río Tarim, en el actual Xinjiang, a su zona de influencia. Sólo la gran cordillera-meseta del Pamir separaba esa zona, del antiguo reino de Bactria. Nunca como entonces, Roma y China, cuyo conocimiento mutuo era vago y confuso, estuvieron tan cerca.

La “Historia de la Dinastía Han Occidental” de Ban Gu incluye una biografía del general Gan Yanshou. En ella se explica que en el 36 a. C, ese general emprendió una incursión de castigo contra los pastores nómadas al norte del Xinjiang, los llamados Xiongnu. En la ciudad de Zhizhi, en la región de la actual Dushanbe, capital de Tadjikistán, el ejército chino se encontró, y venció, a un extraño contingente. Su baluarte estaba rodeado por una empalizada de madera y la crónica describe, “ infantes alineados, desplegados en una formación como de escamas de pescado”, lo que recuerda al “testudo”(la tortuga), una formación de batalla clásica de las legiones romanas, en la que los soldados se cubrían mutuamente con los escudos, formando un techo de hierro escamado que protegía por completo cuerpos y extremidades.

Historiadores como Homer H. Dubs reconocieron en 1957 en aquel contingente, a los perdidos restos de las legiones romanas de Carrhae.

Derrotados por los chinos, 1500 de aquellos extranjeros fueron deportados a China, donde el emperador Han, Yuandí ordenó que fueran asentados para proteger las fronteras de su imperio en el actual distrito de Yongchang, provincia de Gansu, a unos 2500 kilómetros al este de Bactria y el río Oxus. Allí, explica el cronista chino, fundaron una localidad llamada Liqian, nombre utilizado en China para designar a Siria y al mundo romano de Oriente.

“Aquí no hay cubertura de teléfono móvil”, explica el Señor He, un jóven campesino de Liqian.

ENTRE LA NIEVE Y EL DESIERTO

Desde la capital provincial de Gansu, Lanzhou, a orillas del Río Amarillo, han sido ocho horas de tren nocturno hasta Jiling, más una hora de autobús hasta Yongchang, una ciudad de 200.000 habitantes, capital de distrito. Desde allí, aún cinco kilómetros más por un polvoriento camino.

Nadie diría que hace 2000 años en éste lugar, bajo éste mismo cielo en el que una bandada de cuervos revolotea alrededor de una bolsa de patatas fritas transportada por el viento, se encontraba lo que se sospecha fue el único asentamiento romano en la China antigua.

Liqian, o Zhelaizhai, como la llaman sus 300 vecinos, es un pueblo de 60 casas de adobe en medio de un secarral, barrido por el viento que baja de las imponentes montañas del Qinlian.

Los vecinos conocen la historia que se atribuye al lugar y tienen mucho que contar sobre ella, dice He, quien, con la proverbial hospitalidad y generosidad del campesino chino, me invita a comer en su casa al verme vagar entre las desoladas paredes de adobe del lugar.

El pueblo está en un ligero alto, desde el que se domina un amplio panorama. Al sur, las faldas nevadas del Qinlian, de las que llega la única agua disponible (aquí no llueve, literalmente, nunca), quedan a pocas horas a pie. A norte, el amplio valle, reseco más allá de la pequeña zona de regadío que rodea al pueblo, culminado por otra cadena de montañas, mucho más modesta, tras la cual se afirma, irremediablemente, la árida desesperación del desierto de Gobi.

Durante miles de años todo viajero en ruta este-oeste hacia (o desde) el mundo chino, ha tenido que pasar por aquí. Una buena localización para una guarnición.

De ella no queda gran cosa: un muro de arcilla prensada de unos 30 metros de largo por metro y medio de alto. Según He, a principios de los setenta el muro tenía cien metros y era mucho más alto, pero la gente usó la tierra de la pared para sus obras, reduciéndolo hasta su estado actual. En 1993, los arqueólogos confirmaron que los restos del muro, así como algunos trozos de porcelana y metal encontrados, eran de la dinastía Han, con lo que la crónica de Ban Gu ganó plausibilidad.

En el museo de Yongchang hay una gran piedra cúbica de granito grabada con motivos de apariencia occidental que fue encontrada por el abuelo de He, pero nadie consigue aclarar su fecha.

La señora He, abuela de mi anfitrión se extiende sobre los extraños rasgos de la gente del lugar; narices prominentes, orbitas oculares marcadas e incluso algun cabello claro y rizado. Cita al hijo de Wang, alto como un “lao wai”, un extranjero, y a la madre de Li, de ojos azules. Junto al templete que el gobierno erigió en 1994 en el centro del pueblo, el abuelo Chang, otro vecino, cita unos huesos “muy grandes” encontrados “hace poco” por allá cerca. “No correspondían a los de un hombre chino”, asegura. Y todos los vecinos hablan del Señor Song Guorong.

“CAYUS SONG” Y “TITUS LUO”

Song es el Presidente del “Centro Cultural Liqian”, en Yongchang, la capital de distrito y un entusiasta de la “romanidad” de la comarca. Su destartalada y sucia oficina aun conserva los rastros de la última tempestad de arena que azotó el lugar. Mide 1,82 y su cabellera tiene mechones rubios e incluso algunos rizos. A la pregunta de si considera “seria” la historia de los romanos en Liqian, se disculpa y hace dos llamadas con su móvil. Al cabo de un rato, otros dos “romanos” entran en la oficina; el Señor Luo Yin, también alto y de aspecto igualmente exótico para la fisonomía común aquí, y el Señor Lu, de nariz ancha, ojos claros y aspecto más persa que chino. Los tres son oriundos del lugar hasta lo que alcanza la memoria de sus familias, dicen. Es entonces cuando Song responde a la pregunta:

“Se han encontrado muchas cosas en excavaciones, por ejemplo, al construir la autopista se encontraron 99 esqueletos humanos completos datados en el año 180 despues de Cristo”, explica. “De ellos, 17 medían más de 1,80. Además, las crónicas asi lo indican, por lo que me parece muy plausible”.

La altura es un argumento dudoso, a menos que se considere que el metro ochenta era una estatura habitual entre los legionarios de Campania de hace 2000 años y que esa improbable característica haya sobrevivido dos milenios. Los ojos claros y los demás rasgos fisionómicos “poco chinos” en una zona abierta durante milenios a influencias indias, persas, tibetanas y esteparias de todo tipo, tampoco parecen muy convincentes.

“Hasta 1949, la gente se movía muy poco en esta región y los genetistas han observado diferencias muy significativas entre la población local y la de otras partes de China”, objeta Song.

Todos esos rastros saben definitivamente a poco, lo que por otra parte no afecta a la plausibilidad de la historia. En cambio, desde el punto de vista turístico, su lógica es aplastante.

Yongchang acaba de verse bendecida por el paso de una autopista de 1600 kilómetros que une Lanzhou con Urumqi, la capital del Xinjiang. Si el reclamo romano de la comarca, expuesto en una escultura colocada junto a la entrada del peaje y que representa al emperador Yuandi flanqueado por una lugareña y un legionario, consigue ser mencionado en las guías y entrar en los circuitos turísticos interiores chinos, algo que apenas está empezando en China, la bendición sería doble.

Gansú es una de las provincias más pobres de China, la quinta empezando por la cola, sobre un total de treinta y tres, en términos de renta. Los esfuerzos del gobierno para desarrollar el pobre oeste del país, construyendo infraestructuras, promoviendo la inversión extranjera y fomentando el comercio y los servicios, ya han hecho aparecer signos de prosperidad. Casi todos los edificios de la principal arteria de Yongchang son recientes, como probablemente también lo es la gran puerta “de la dinastía Ming” que adorna el centro de la ciudad. La “romanidad” de Liqian hay que observarla también en este contexto.

Algo más que una leyenda, pero de momento carente de evidencia arqueológica concluyente, la legión perdida en los confines de China podría contribuir a la batalla del desarrollo, 2000 años después de su llegada aquí.

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