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07-05-04

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Alcuino, corresponsal de Beato de Liébana
A quienes son aficionados a explicar el pasado, y en este caso concreto la Edad Media, con terminología de hoy, y, en consecuencia, el «Codex Calistinus» es el equivalente a la «Guía Michelín» del Camino de Santiago, les resultará fácil despachar a la curiosa figura de Alcuino considerándole como el ministro de Cultura de Carlomagno: esto es, el André Malraux del siglo VIII. Y menciono a André Malraux porque, además de haber sido el primer ministro de Cultura de la época moderna (una especie por lo demás innecesaria, salvo en los Estados con pretensiones intervencionistas y de control sobre los diferentes aspectos de la sociedad), fue un hombre verdaderamente culto y también, ¿por qué no?, un aventurero. Alcuino, a quien Ernst Robert Curtius califica como «reformador de la cultura», había nacido en la oscura Inglaterra el año 735.

Nace, por tanto, el año en que muere Beda el Venerable, de quien puede ser considerado en cierta medida continuador. Más, aparte la gran significación cultural de ambas personalidades, Beda apenas se alejó del lugar de su nacimiento y del monasterio de Jarrow, en el que profesó y residió hasta su muerte. Albino Alcuino, en cambio, fue uno de los primeros cosmopolitas europeos. Beda, por otra parte, era historiador, y Alcuino retórico. No obstante sus grandes diferencias, son las dos grandes figuras intelectuales de la Inglaterra anterior al año 1000.

La fama de Alcuino traspasó los mares y llegó a oídos del rey de Francia, Carlomagno. Por aquellos tiempos no había teléfonos móviles, ni Internet, ni todas esas cosas tan modernas. Pero los reinos europeos se comunicaban entre sí mejor que las autonomías, comunidades y nacionalidades que configuran «el Estado español» (según mandato constitucional) se comunican actualmente. Alcuino cruzó el mar y llegó a Francia: no le asustaban la aventura ni emprender una nueva vida. Abad de San Martin de Tours que gracias a las enseñanzas tanto del «trivium» como del «quadrivoum» fue llamado el «Santuario de las Artes Liberales».

Carlomagno, empeñado en rescatar lo que fuera posible de los restos del Imperio romano con el objeto de instaurar su propio orden imperial, llevó a Alcuino a su Corte. Con seguridad, Alcuino habrá influido en la formulación de la idea imperial de Carlomagno, el cual, al cabo, fue coronado emperador por el Papa León III la mañana de Navidad del año 800, con la esperanza de restaurar el antiguo imperio. A partir de entonces, Carlomagno fue considerado por la Iglesia como su hijo predilecto, su brazo armado y el restaurador de la antigua grandeza romana.

Alcuino, aunque no es un escritor original, tenía un alto concepto de la labor del escritor, hasta el punto de que afirmaba que escribir no sólo es ocupación más noble que el cultivo de la tierra, sino que contribuye a la salvación del alma. Como poeta y como retórico, su influencia fue enorme y es de los primeros en señalar los necesarios límites entre la poesía profana y la religiosa. En la poesía profana admite la mención de las Musas y también invocarlas, lo que quedaría fuera de lugar en la poesía religiosa, que obedece a otras motivaciones y en la que predomina el fervor sobre la retórica.

Con sus poemas contribuye a extender el tópico de la golondrina y el ruiseñor, y, sobre todo, la tan usada metáfora del navío y del navegante, que Santo Tomás de Aquino transformó en la «nave del Estado». Pero Alcuino aplica esta metáfora a la creación literaria, y según ella, el navegante personifica al poeta, y el navío, a la obra, y para sacar de ella todo el partido posible, pone en guardia contra los monstruos marinos, los cuales pueden ser interpretados de muchas maneras. También Alcuino fue de los primeros en componer poemas sobre figuras, en los que las letras se ordenan de modo tal que imitan el dibujo de la figura descrita: un pez, un pájaro, un vaso, etcétera. Este tipo de poesía es introducido en el latín por Porfirio Optaciano, y otro de sus cultivadores fue Rabano Mauro.

En el siglo XX, Apollinarie con sus caligramas, y otros, creían que estaban escribiendo la gran novedad. Alcuino es autor de una obra histórica «De sanctis Euboricensis ecclesiae» y de una vida de Willibrorio. Y mantuvo correspondencia con muchos sabios y personalidades de su tiempo: entre otros, con Beato de Liébana, el autor de los «Comentarios al Apocalipsis», y cortesano del rey asturiano Silo. A su modo, Beato es el Alcuino de la Monarquía asturiana. ¡Tiempos aquellos en los que un jinete salía de los valles de Liébana en busca de París, para llevarle a Alcuino las cartas de Beato! Alcuino murió en 804. Por este motivo le recordamos.
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