Las
muestras
pictóricas
del
paleocristianismo
son las
pertenecientes
a las
catacumbas
de Roma,
Nápoles y
Sicilia,
datadas
entre los
siglos III
y IV. De
todas
ellas, las
más
destacadas
son las de
Roma:
conjuntos
de
Priscila,
Domitila,
Vía
Latina,
San Calix.
Dado que
las
catacumbas
eran
espacios
sombríos y
de
dimensiones
reducidas,
las
pinturas
provocaban
intensas
emociones
religiosas
en este
ambiente
de
recogimiento
e
intimismo
espiritual.
Enmarcadas
en formas
geométricas,
las
escenas
eran
ejecutadas
en una
suerte de
manchas de
colores a
partir de
ligeras
pinceladas
que les
dan una
apariencia
de
bocetos, y
no de
obras
acabadas.
Pero la
pintura
paleocristiana
no es un
arte
original
sino que,
al igual
que la
escultura
y la
arquitectura,
sus rasgos
estilísticos
corresponden
a los de
la pintura
tardo-romana
de esta
época,
donde las
formas de
representación
van
abandonando
progresivamente
el
"hiperrealismo
idealizado"
del alto
imperio
para dar
con unas
formas de
representación
cada vez
más
sintéticas.
Cada vez
más, el
pintor va
prescindiendo
de lo
anecdótico
para
realzar el
núcleo
temático y
simbólico,
lo que no
significa
en modo
alguno un
empobrecimiento
del
oficio,
sino más
bien un
testimonio
de la
situación
espiritual
de la
época. De
hecho,
muchos
historiadores
del arte
creen que
esta
simplicidad
implicaría
un
conocimiento
general de
las
escenas
bíblicas
por parte
de los
creyentes.
Uno de los
grupos
iconográficos
más
representados
en las
catacumbas
es el que
trata de
las
verdades y
la fe de
la
religión
cristiana
a partir
de
símbolos y
alegorías.
En efecto,
las
Sagradas
Escrituras
poseen un
corpus de
episodios
tan
grande,
que se
agrupaban
en
diversos
paradigmas;
por
ejemplo
los de la
salvación:
Daniel en
el foso de
los
leones,
los
hebreos en
el horno
protegidos
del fuego,
el
sacrificio
de Isaac,
la
resurrección
de Lázaro,
etc.
Estos
temas se
consideraban
apropiados
para
decorar
los
monumentos
funerarios,
donde
empezaba
la vida de
ultratumba,
así como
tambiém
eran
ilustrativos
de las
invocaciones
de las
plegarias
del oficio
de
difuntos
para los
milagros
de
salvación
y
curación.
Los
episodios
bíblicos
escogidos
pertenecen,
indistintamente,
al Antiguo
y al Nuevo
Testamento:
Adán y Eva
en el
paraíso,
las bodas
de Canaán,
el
banquete
eucarístico,
etc. Y por
supuesto,
las
representaciones
de Cristo,
generalmente
como Buen
Pastor, un
símbolo de
la
filantropía
en el
mundo
pagano,
fácilmente
asimilable
por el
pensamiento
cristiano
primitivo:
el pastor
que cuida
a sus
ovejas,
que son
los
fieles.
Un claro
ejemplo es
el
Cristo-Buen
Pastor de
las
catacumbas
de
Priscila (ca.
235), que
presenta
las
características
estilísticas
y formales
de los
frescos
paleocristianos.
Se le
representa
a la moda
romana,
con un
vestido
sencillo,
cruzado a
modo de
toga, y
sin barba,
con un
aspecto
rejuvenecido,
imagen
radicalmente
opuesta al
Cristo
Juez de
arte
románico.
Como ya se
ha dicho,
además de
las
escenas,
los
primeros
cristianos
emplearon
una serie
de
símbolos
en las
pinturas,
los más
frecuentes,
el pez,
como
sinónimo
de Cristo;
la paloma,
imagen del
Espíritu
santo; el
Cordero de
Dios (Agnus
Dei),
como
símbolo
del
sacrificio
de Jesús
por la
redención
de los
pecados de
los
hombres, o
la vid,
como
alusión a
las
parábolas
evangélicas.
Otro
apartado
es el de
los
monogramas,
como los
signos de
forma de
cruz o
crismones,
en forma
de ancla
(el
Pescador
de
hombres),
de
tridente,
la letra
griega tau
(T), las
letras
griegas X
y P
superpuestas
al nombre
de cristo
(Christós),
etc.
En
conclusión
podemos
decir que
el arte
paleocristiano
surgió en
un marco
de cambios
de
estructuras
a todos
los
niveles en
el mundo
romano,
una
verdadera
revolución
de
valores,
que nos
acerca a
un nuevo
mundo, no
más
decadente,
simplemente
diferente
al
anterior
como es el
del bajo
Imperio
Romano. El
arte, una
vez más,
resulta un
reflejo
del sentir
y del
pensar de
aquellos
hombres y
mujeres
que
vivieron
dichas
transformaciones. |