En
principio,
Ginebra
parecería
el
lugar
más
inverosímil
para
una
celebración
del
mito
en el
arte
occidental
de
Cleopatra,
última
reina
de
Egipto
y
amante
sucesiva
de los
generales
romanos
Julio
César
y
Marco
Antonio.
Esta
ciudad
calvinista
de
labios
prietos
y
miradas
huidizas,
enemiga
del
lujo y
del
espectáculo
desde
tiempos
de
Calvino,
parecería
incompatible
con
esa
explosión
de
sensualidad
y
lujuria
asociada
con
esa
figura
histórica.
Y, sin
embargo,
se ha
producido
el
milagro:
el
museo
Rath
acoge
hasta
el
primero
de
agosto
una
fascinante
exposición
dedicada
a la
última
soberana
de la
dinastía
de
Ptolomeo
-uno
de los
generales
de
Alejandro
Magno-,
que ha
excitado
durante
siglos
la
imaginación
de
pintores,
escultores,
poetas,
músicos,
autores
de
teatro
y
cineastas.
El
suicidio
de
Cleopatra
mediante
la
mordedura
venenosa
de un
áspid,
después
de que
su
amante
Antonio,
tras
la
derrota
común
en la
batalla
de
Actium
por
Octavio,
se
quitara
la
vida,
inspiró
a lo
largo
del
Renacimiento
y la
época
barroca
a
pintores
de
ambos
sexos,
cuyas
obras,
procedentes
de
museos
y
colecciones
privadas
de
todo
el
mundo,
se han
reunido
para
esta
singular
exposición.
Se
hace
en
ella
un
largo
recorrido
histórico-artístico
desde
los
manuscritos
miniados
de
Boccaccio
hasta
la
fascinación
en
pleno
siglo
XX del
norteamericano
Andy
Warhol
por el
rostro
de Liz
Taylor
en el
papel
de
Cleopatra
en el
famoso
filme
de
Joseph
Mankiewicz.
Pintores
del
siglo
XVI
como
Jan
Massys,
Andrea
Solario
o
Lavinia
Fontana
presentan
a
Cleopatra
como
una
especie
de
"madonna"
desnuda
con el
áspid
emblemático
enrollado
en el
brazo
y a
punto
de
morderle
uno de
los
senos.
Artistas
posteriores
como
Guido
Reni,
Guido
Caghnaccio
o
Artemisia
Gentileschi
se
fijan
sobre
todo
en el
aspecto
ético
del
suicidio
y
muestran
a la
amante
presa
del
horror
y el
éxtasis
de la
muerte,
como
una
especie
de
Lucrecia,
de la
que
Cleopatra
representa,
sin
embargo,
la
antítesis
moral.
En el
siglo
XVII y
en el
siguiente,
bajo
la
influencia
del
teatro
barroco,
se
desarrolla
toda
una
dramaturgia
del
tema
de
Cleopatra
con
escenografías
de
trasfondo
histórico
cada
vez
más
espectaculares.
Los
artistas
encuentran
su
inspiración
en
diversos
episodios
de la
vida
agitada
de
Cleopatra:
su
primer
encuentro
con
Marco
Antonio,
la
muerte
de
este
último,
la
entrevista
de
Cleopatra
y
Octavio,
el
vencedor
de su
amante
en la
batalla
naval
de
Actium,
temas
todos
ellos
tratados
por
Tiépolo,
Rafael
Mengs
o
Angelika
Kauffmann.
En el
siglo
XIX se
multiplican
las
alusiones
al
Egipto
antiguo,
país
más o
menos
imaginario,
visto
bajo
el
prisma
del
exotismo,
que
inspirarán
más
tarde
las
grandes
producciones
cinematográficas
de un
Cecil
B. de
Mille.
Es
también
el
siglo
en que
escritores
como
el
ruso
Pushkin
o el
francés
Teophile
Gautier
inventarán
una
Cleopatra
romántica,
mujer
fatal,
reina
y
cortesana
a un
tiempo
que
hará
pagar
a sus
amantes
los
favores
de una
noche
con la
muerte
cierta:
especie
de
mantis
religiosa
que
aparece,
por
ejemplo,
en
algún
cuadro
de
Gustave
Moreau.
La
exposición
ginebrina
termina
con el
renacimiento
de la
leyenda
a
través
del
séptimo
arte:
desde
la
primera
superproducción,
todavía
del
cine
mudo,
con la
heroína
tal y
como
la
encarnó
la
actriz
Theda
Bara.
Vendrá
luego
la
versión
de
Cecil
B. de
Mille,
de
1934,
con
Claudette
Colbert,
y
finalmente,
la que
realizó
en
1963
Joseph
Mankiewicz
con
Liz
Taylor
y
Richard
Burton
(Marco
Antonio),
que
vivieron
además
un
apasionado
romance,
hábilmente
explotado
para
la
promoción
internacional
del
filme. |