Practica el latín vivo (descargate las dos revistas en latín.
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artículo
08/06/2004 |
Francisco
J.
Fernández
●
www.diariomedico.com |
Troya:
Paquete
listo para
entregar |
Las
nuevas
posibilidades
que
ofrecen
los
efectos
especiales
(casi
ilimitadas),
las
dificultades
del
cine
estadounidense
de
gran
presupuesto
para
encontrar
buenas
historias
y la
nueva
amenaza
contra
las
salas
comerciales
que
constituyen
el DVD
e
internet
(que
permite
bajarse
películas
casi
antes
de su
estreno)
son el
caldo
de
cultivo
de una
suerte
de
renacimiento
de los
grandes
relatos
históricos.
Nada
nuevo
bajo
el
sol:
el
gran
espectáculo
histórico
(de
Ben-Hur
a
Espartaco,
pasando
por
las
superproducciones
españolas
de
Bronston,
como
La
caída
del
imperio
romano
y El
Cid)
ya fue
la
respuesta
de
finales
de los
50 a
la
competencia
de la
televisión.
Y
menos
de dos
décadas
después
lo fue
el
subgénero
de
catástrofes
(El
coloso
en
llamas,
Terremoto...)
al
colapso
de los
géneros
tradicionales
y de
las
viejas
productoras,
fagocitadas
por
grandes
multinacionales
con
poca o
ninguna
relación
con el
llamado
séptimo
arte.
El
cine
de
catástrofes
no ha
desaparecido
del
todo.
De
hecho,
los 90
han
dado
numerosos
ejemplos:
Deep
impact,
Volcano,
Armageddon...
Y
recién
estrenada
en
España
está
El día
de
mañana,
del
inefable
Roland
Emmerich
(Independence
day,
Godzilla).
A la
veta
histórica
le
faltaba
quizá
un
éxito
como
el de
Gladiator
(2000)
para
convertirse
en
filón
oficial.
Troya,
de
Wolfgang
Petersen
(El
submarino,
En la
línea
de
fuego),
es el
primero
de una
serie
de
estrenos
que
continuará
este y
el
próximo
año
con
las
versiones
que
sobre
Alejandro
Magno
preparan
Oliver
Stone
y Buzz
Lurhman
y
sobre
las
Cruzadas
que
ultima
Ridley
Scott,
entre
otros.
Cine y
banca
Pero
muchas
cosas
han
cambiado
en las
dos
últimas
décadas.
Dos
fundamentales:
que la
edad
media
de los
espectadores
no ha
dejado
de
disminuir
y que
los
grandes
productores
hace
tiempo
que
dejaron
de
amar
el
cine.
Lo
decía
el
veterano
director
Robert
Wise
(¡Quiero
vivir!,
West
side
story):
"La
mayor
parte
de los
productores
eran
gente
a la
que le
gustaba
y
vivía
el
cine,
aunque
tuviera
criterios
que no
compartieras,
mientras
que en
la
actualidad
eso
está
en
manos
de
ejecutivos,
de
empleados
de
banco
para
los
que la
inversión
en
cine
no es
diferente
de la
inversión
en
vinos,
en
calzado
o en
acero"
(Dirigido
por...,
nº
332,
marzo
de
2004,
pág.
61).
La
pregunta,
por lo
tanto,
es:
¿Puede
aportar
algo
una
revisión
de
grandes
historias
y
leyendas
de la
Historia
con
las
posibilidades
que
ofrece
la
técnica
pero
en
manos
de
unos
inversores
dispuestos
a no
arriesgar
demasiado
y que
hacen
un
cine
para
chavales
ávidos,
se
supone,
de
acción
y
efectos
especiales
que
mejoren
los
que ya
manejan
en sus
consolas
y
ordenadores?
Lo
primero
que
llama
la
atención
de
Troya
es
que,
habiendo
mucho,
hay
menos
ordenador
del
que
podría
o
cabría
esperar.
O, de
otro
modo,
parece
haber
un
intento
real
del
director
por
insuflar
alguna
dosis
de
potencia
dramática
al
filme
a
partir
del
retrato
de los
personajes,
algo
que ya
intentó
en La
tormenta
perfecta.
Así,
se
intenta
en la
primera
parte
del
filme
fijar
las
personalidades
y
conflictos
que
planteara
Homero
en el
poema
épico
por
excelencia,
su
Ilíada:
la
humanidad
de
Héctor,
la
inteligencia
de
Odiseo/Ulises,
la
ambición
desmedida
de
Agamenón,
el
carácter
pusilánime
de
Paris...
Guerra
y
política
También
se
incorporan
algunos
apuntes
que
tratan
de dar
profundidad
al
relato.
Así,
el
sinsentido
de la
guerra,
surgida
muchas
veces
de
causas
tan
desconocidas
por
quienes
en
ella
participan
como
estúpidas
(hilando
fino,
hay
quien
podría
incluso
ver en
ello
una
crítica
a la
política
intervensionista
de
Estados
Unidos,
y en
particular
a la
de la
actual
Administración);
las
complejidades
de la
política
("Itaca
no
puede
permitirse
un
enemigo
como
Agamenón",
le
dice
Odiseo
a
Aquiles),
e
incluso
la
necesidad
del
amor
como
única
vía
para
la
paz.
Pero
eso es
todo.
Apuntes.
Una
suerte
de
máscara,
de
tramoya
tras
la
cual
nada
hay.
El
filme
empieza
desinflándose
por un
guión
que
dibuja
unos
personajes
de
exasperante
y
doliente
simplicidad;
que
presenta
unos
diálogos
ora
insustanciales,
ora
grandilocuentes;
que
cae en
la
reiteración
de las
situaciones
(los
funerales,
por
ejemplo),
y que
acaba
mostrando
un
grave
error
de
estructura:
la
velocidad
meteórica
con la
se
resuelve
el
desenlace
desde
la
aparición
del
legendario
caballo
de
madera.
Sin
brío
Petersen,
tan
interesante
y
conocedor
del
oficio
como
frío,
no
acaba
de
estar
cómodo
en el
cine
estadounidense,
donde
sus
títulos,
aseados
y
hasta
notables
en la
factura,
acaban
por
sucumbir
a la
falta
de
energía,
de
hálito
vital.
Aquí
tampoco
está
cómodo.
Y se
nota
paradójicamente
en el
aspecto
técnico:
sus
reiterados
planos
aéreos
de
ejércitos
y
barcos
antes
del
combate
y el
juego
casi
de
manual
de
yuxtaposición
de
plano
general
de
batalla
y
primer
plano
de
algún
testigo
para
subrayar
el
efecto
dramático
muestran
una
dirección
falta
de
brío,
de
convicción,
de
interés,
que no
pueden
contrarrestar
otros
momentos
mejor
rematados.
Troya,
en
definitiva,
es un
producto
sin
emoción,
sin
pasión
(con
qué
frialdad
se
asiste
al
enfrentamiento
dialéctico
entre
el
viejo
rey
Príamo
y
Aquiles
en la
tienda
de
éste).
Y sin
pasión
no
cabe
la
épica.
Suena
a
lata,
a
producto
enlatado.
Como
la
música
del
veterano
James
Horner
(El
nombre
de la
rosa,
Titanic),
bien
concebida,
potente,
pero
que
suena
a
fórmula.
Hay
algún
momento
en que
la
emoción
asoma,
precisamente
en los
que
toman
los
pasajes
quizá
más
hermosos
de la
Ilíada:
los
protagonizados
por
Héctor
y su
esposa
Andrómaca.
Eric
Bana
y,
sobre
todo,
Saffron
Burrows
son
los
actores
más
inspirados
(junto
a Sean
Bean/Odiseo).
Ellos
arrancan
un
poco
de
vida a
sus
muertos
personajes
y
proporcionan
un
poco
de
genuina
emoción
en una
película
que
nunca
se
logra
quitar
de
encima
el
olor a
producto
empaquetado
para
encargo. |
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