TIRON
REGIONAL
Tras
unos
años en
que el
festival
ganaba
proyección
nacional
e
internacional,
pero
parecía
perder
tirón en
la
región,
sobre
todo en
la
provincia
de
Cáceres,
en esta
edición-aniversario
se ha
cuidado
más la
publicidad
y no hay
tienda
ni bar
cacereño
que no
tenga en
su
cristalera
o
escaparate
un
cartel
del
festival.
También
abundan
las
cuñas
radiofónicas
y se ha
mimado
la
edición
de la
cartelería
y
folletos
del
festival,
que este
año son
singularmente
bellos.
Pero el
encanto
del
festival
va más
allá del
atractivo
de
Héctor
Alterio
representando
Yo
Claudio
o de
la
actuación
estelar
de Darío
Fo y
Franca
Rame. Ir
a Mérida
al
teatro
es un
rito
para los
extremeños,
un rito
que
parecía
perderse
y en
2004 se
intenta
recuperar.
La
antigua
villa de
lujo
para
soldados
retirados
ofrece
este año
singulares
atractivos
que
amplían
el
encanto
de la
ciudad
hasta
más allá
del río.
El paseo
fluvial
ha
convertido
su
puente
romano
de 792
metros y
60 arcos
en el
epicentro
de un
conjunto
de
islotes
con
pasarelas,
de
caminos
de sirga
y
espacios
refrescantes.
Al otro
lado del
río, el
nuevo
palacio
de
congresos
y el
flamante
edificio
de la
Asamblea
de
Extremadura
permiten
una
mirada
arquitectónica
actual
sobre la
vieja
Emerita.
La
organización
de las
visitas
a los
monumentos
de la
ciudad
es un
ejemplo
de
eficacia:
por ocho
euros se
puede
comprar
un abono
que
permite
conocer
los
nueve
monumentos
fundamentales
romanos,
visigóticos
y
árabes.
Con el
tícket
entregan
una útil
guía. El
Museo
Nacional
de Arte
Romano
tiene
una
entrada
aparte
(2.40
euros).
Mientras
comienzan
las
representaciones,
las
calles
cercanas
al
teatro
ofrecen
artesanía
para
entretener
la
espera.
En
Mithra
venden
preciosas
piezas
de
vidrio
artesano
que
imitan
vasijas
romanas
de
fabricación
local.
También
hay
bonitos
mosaicos
romanizados.
En
Chanquet
destaca
la
orfebrería
al
estilo
de Roma
y en
Terracota
, la
cerámica.
Cerca,
en la
calle
Sagasta,
Rafael
Ortega,
premio
nacional
de
artesanía,
abre su
taller.
Tras las
representaciones,
la
cafetería
del
teatro
romano
permite
tomar
una copa
en un
ambiente
intimista
que
evoca
los
tiempos
de
Octavio.
A diez
minutos
de allí,
la
Mérida
de toda
la vida
se da
cita en
las
noches
terraceras
de la
plaza de
España.
Un café
en
cualquiera
de sus
cuatro
quioscos
es la
mejor
manera
de
entender
la
Mérida
del
siglo
XXI.
En esta
plaza
convergen
las
clases
sociales,
cada una
con su
quiosco
favorito:
el
ecléctico
del
hotel
Meliá,
el de la
gente
fina
(junto a
la
iglesia),
el de
las
clases
menestrales
(en la
esquina
opuesta)
y el de
los
políticos
(frente
al
ayuntamiento).
De la
plaza
parten
dos
calles
paradójicas:
Santa
Eulalia
o el
paseo
decimonónico
y John
Lennon o
la
modernidad
última
de la
techno-marcha.
En la
plaza,
en fin,
se
mezclan,
frente a
frente,
el poder
municipal
del PP y
el
autonómico
de la
presidencia
de la
Junta
(PSOE).
Y
también
conviven
aquí las
fuerzas
motrices
de la
ciudad:
las
finanzas
representadas
por las
sucursales
bancarias,
el
turismo,
simbolizado
en el
hotel
Meliá
Boutique,
y la
iglesia
con la
concatedral.
2.029
años
después
de
nacer,
Mérida
vuelve a
vivir su
edad de
oro y la
50
edición
de su
festival
de
teatro
ratifica
este
esplendor.