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28/06/2004

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Guía para disfrutar de Mérida y su festival
Tomar una copa en las terrazas de la plaza de Mérida es casi obligado antes o después de una representación.

Faltaban 25 años para que naciera Cristo cuando el emperador Octavio Augusto decidió que sus soldados veteranos se merecían una divertida ciudad de vacaciones, un premio tras pelear encarnizadamente en las guerras cántabras. Buscó un lugar apropiado y lo encontró justo donde la Vía de la Plata cruzaba el río Guadiana. Así nacía la colonía Emerita Augusta. En pocos años surgía de la nada una colonia para jubilados con posibles, un anticipo de lo que sería Mallorca 2.000 años después.

En aquella ciudad amurallada de 80 hectáreas se mimó el urbanismo, se pavimentaron las calles, se levantaron dos embalses para abastecerla de agua, se construyeron dos acueductos, se alcantarilló y se edificaron casas, arcos, baños, puentes, foros, templos... Pronto contó Mérida con 60.000 ciudadanos, más o menos los que tiene hoy, y enseguida se convirtió en un nudo de comunicaciones de donde partían diez carreteras hacia Lisboa, Astorga, Itálica, Coimbra... También más o menos como hoy.

Para entretenimiento y solaz de aquellos privilegiados emeritenses se construyó un anfiteatro donde cabían 14.000 personas, un circo-hipódromo con graderío para 30.000 aficionados a las carreras y un teatro capaz de albergar 6.000 espectadores. En ese mismo teatro comenzará el 30 de junio la 50 edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida.

 

TIRON REGIONAL Tras unos años en que el festival ganaba proyección nacional e internacional, pero parecía perder tirón en la región, sobre todo en la provincia de Cáceres, en esta edición-aniversario se ha cuidado más la publicidad y no hay tienda ni bar cacereño que no tenga en su cristalera o escaparate un cartel del festival. También abundan las cuñas radiofónicas y se ha mimado la edición de la cartelería y folletos del festival, que este año son singularmente bellos.

Pero el encanto del festival va más allá del atractivo de Héctor Alterio representando Yo Claudio o de la actuación estelar de Darío Fo y Franca Rame. Ir a Mérida al teatro es un rito para los extremeños, un rito que parecía perderse y en 2004 se intenta recuperar.

La antigua villa de lujo para soldados retirados ofrece este año singulares atractivos que amplían el encanto de la ciudad hasta más allá del río. El paseo fluvial ha convertido su puente romano de 792 metros y 60 arcos en el epicentro de un conjunto de islotes con pasarelas, de caminos de sirga y espacios refrescantes.

Al otro lado del río, el nuevo palacio de congresos y el flamante edificio de la Asamblea de Extremadura permiten una mirada arquitectónica actual sobre la vieja Emerita. La organización de las visitas a los monumentos de la ciudad es un ejemplo de eficacia: por ocho euros se puede comprar un abono que permite conocer los nueve monumentos fundamentales romanos, visigóticos y árabes. Con el tícket entregan una útil guía. El Museo Nacional de Arte Romano tiene una entrada aparte (2.40 euros).

Mientras comienzan las representaciones, las calles cercanas al teatro ofrecen artesanía para entretener la espera. En Mithra venden preciosas piezas de vidrio artesano que imitan vasijas romanas de fabricación local. También hay bonitos mosaicos romanizados. En Chanquet destaca la orfebrería al estilo de Roma y en Terracota , la cerámica. Cerca, en la calle Sagasta, Rafael Ortega, premio nacional de artesanía, abre su taller.

Tras las representaciones, la cafetería del teatro romano permite tomar una copa en un ambiente intimista que evoca los tiempos de Octavio. A diez minutos de allí, la Mérida de toda la vida se da cita en las noches terraceras de la plaza de España. Un café en cualquiera de sus cuatro quioscos es la mejor manera de entender la Mérida del siglo XXI.

En esta plaza convergen las clases sociales, cada una con su quiosco favorito: el ecléctico del hotel Meliá, el de la gente fina (junto a la iglesia), el de las clases menestrales (en la esquina opuesta) y el de los políticos (frente al ayuntamiento). De la plaza parten dos calles paradójicas: Santa Eulalia o el paseo decimonónico y John Lennon o la modernidad última de la techno-marcha. En la plaza, en fin, se mezclan, frente a frente, el poder municipal del PP y el autonómico de la presidencia de la Junta (PSOE). Y también conviven aquí las fuerzas motrices de la ciudad: las finanzas representadas por las sucursales bancarias, el turismo, simbolizado en el hotel Meliá Boutique, y la iglesia con la concatedral. 2.029 años después de nacer, Mérida vuelve a vivir su edad de oro y la 50 edición de su festival de teatro ratifica este esplendor.

 

 
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