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artículo
06/06/2004 |
Juan
Fernando
Merino ●
www.eldiariony.com |
Bizancio,
encrucijada
de
religiones |
En
el año
330 de
nuestra
era, el
emperador
Constantino
tomó una
decisión
que
habría
de tener
hondas
repercusiones
para la
historia
de las
religiones,
el
comercio,
la
política,
las
sociedades
y en
general
para la
historia
del
mundo:
trasladar
la
capital
del
Imperio
desde
Roma
hasta
una
“Nueva
Roma”,
la
ciudad
de
Bizancio,
en el
extremo
oriental
del mar
Mediterráneo.
La nueva
capital,
Constantinopla
(la
actual
Estambul),
se
transformó
en poco
tiempo
en el
centro
intelectual
y
religioso
del
mundo
cristiano
de
Oriente.
Entretanto
el mundo
cristiano
de
Occidente
se fue
centralizando
de forma
progresiva
en una
pirámide
en cuya
cúspide
estaba
el papa
de Roma,
mientras
los
principales
centros
del
mundo
oriental
—Jerusalén,
Antioquía,
Constantinopla
y
Alejandría—
se
fueron
desarrollando
de forma
autónoma.
En
Constantinopla,
la
relación
especial
que
surgió
entre la
Iglesia
y el
estado
unió y
sintetizó
elementos
cristianos
y de la
antigüedad
clásica.
Con el
paso del
tiempo,
y como
era de
esperarse,
se
fueron
presentando
conflictos
entre
Roma y
Constantinopla
por
distintos
motivos.
Uno de
los
primeros
fue la
adoración
de las
imágenes,
ya que
amenazaba
un rasgo
fundamental
de la
Iglesia
de
Oriente:
su
liturgia.
El
cristianismo
de
Oriente
era, y
sigue
siendo,
una
forma de
culto
que
conlleva
una
forma
particular
de vivir
y de
pensar.
La
palabra
griega
ortodoxia
se
refiere
a la
“manera
correcta”
de
alabar a
Dios.
Este
énfasis
aportó a
la
liturgia
y a la
teología
de
Oriente
una
categoría
que ha
sido
caracterizada
como
mística.
Otro de
los
puntos
graves
de
conflicto
entre
Constantinopla
y Roma,
que se
presentó
a
principios
del
siglo IX,
fue el
relativo
a la
evangelización
de los
eslavos.
Pese a
que
muchas
tribus
eslavas,
como los
polacos,
checos,
eslovacos,
croatas,
moravos
y
eslovenos
terminaron
involucrados
en la
órbita
de la
Iglesia
de
Occidente,
la gran
mayoría
de la
población
eslava
se
convirtió
al
cristianismo
siguiendo
las
normativas
de la
Iglesia
oriental
(bizantina).
Los
conflictos
continuarían.
De
acuerdo
con el
estudioso
Cassiel
Sophia
“todos
los
rasgos
distintivos
del
cristianismo
de
Oriente,
como la
ausencia
de una
autoridad
eclesiástica
central,
la
estrecha
relación
con el
Imperio,
la
tradición
litúrgica
y
mística,
el uso
continuado
de la
lengua y
de otros
elementos
de la
cultura
griega,
así como
su
aislamiento
a causa
de la
expansión
musulmana,
contribuyeron
a su
alejamiento
de
Occidente”.
Esto
habría
de
desembocar
finalmente
en el
cisma
entre
las
iglesias
occidental
y
oriental.
“Los
historiadores
fechan
el Gran
Cisma a
partir
de 1054,
cuando
Roma y
Constantinopla
se
excomulgaron
mutuamente,
aunque
también
se puede
decir
que la
fecha
fue
1204,
cuando
ejércitos
procedentes
de
Occidente,
de
camino
para
arrebatar
la
Tierra
Santa
del
dominio
otomano,
atacaron
y
arrasaron
la
ciudad
cristiana
de
Constantinopla".
Desde
entonces,
la
iglesia
católica
de Roma
y la
ortodoxa
se
mantienen
apartadas,
a pesar
de todas
sus
similitudes
en
cuestiones
de fe y
religión.
Sin
embargo
en las
últimas
décadas
la
relación
ha sido
cordial
y se ha
producido
un mayor
acercamiento.
Cuando
el
general
bizantino
Miguel
VIII
Palaiologos
entró a
Constantinopla
el 15 de
agosto
de 1261
—que en
1204
había
caído en
manos de
los
caballeros
de la
Cuarta
Cruzada—
portando
el ícono
de la
virgen
de
Hodegetria,
la
protectora
de la
ciudad,
se
inició
uno de
los
períodos
de mayor
esplendor
y poder
del
imperio
de
Bizancio,
que
correspondería
un
período
de
florecimiento
artístico,
cultural
y
espiritual.
La
restauración
del
imperio
de los
romanos
sólo 57
años
después
de su
caída,
impulsaría
un arte
inspirado
por la
fe de
asombrosa
belleza
y
dilatada
influencia,
así como
la era
de
esplendor
de
Bizancio,
que
habría
de
extenderse
hasta
1577,
cuando
fue
derrotado
por el
imperio
otomano
y la
encrucijada
de
caminos
y
religiones
daría
paso al
desarrollo
de la
Estambul
musulmana. |
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