Tiberio
Claudio
Druso
Nerón
Germánico,
también
conocido
como
Cla,
Cla,
Cla,
Claudio
el
tonto,
el
tullido,
el
tartamudo,
ha
revivido
de
nuevo
en
Mérida
de
la
mano
de
Héctor
Alterio,
protagonista
de
la
versión
teatral
realizada
a
partir
de
la
célebre
novela
de
Robert
Graves,
y
que
ha
servido
para
inaugurar
la
quincuagésima
edición
del
Festival
de
teatro
de
la
localidad
extremeña.
El
actor
argentino,
protagonista
y
triunfador
indiscutible
de
esta
excepcional
velada,
compartió
las
ovaciones
con
sus
compañeros
de
reparto,
acompañados
por
el
director
del
montaje,
José
Carlos
Plaza;
el
adaptador
del
texto,
José
Luis
Alonso
de
Santos;
y el
diseñador
del
vestuario,
Pedro
Moreno.
Al
concluir
la
representación,
vencidos
los
calurosos
aplausos
finales,
los
responsables
del
montaje
suspiraban
aliviados.
No
ha
sido
un
parto
sencillo.
Convertir
las
más
de
dos
mil
páginas
de
la
novela
original
en
una
pieza
teatral
de
poco
más
de
dos
horas
no
ha
sido
tarea
fácil.
Han
hecho
falta
siete
años
y
seis
versiones
de
la
obra
hasta
que
ésta
ha
visto
la
luz,
y su
primer
juez,
el
público
de
Mérida,
había
levantado
el
pulgar
en
señal
de
aprobación.
También
lo
dió
William
Graves,
hijo
y
albacea
del
novelista
británico,
que,
sentado
en
las
primeras
filas
del
anfiteatro,
enseñaba
orgulloso
un
anillo
que
llevaba
en
la
mano
izquierda.
«Es
el
que
llevaba
mi
padre
-explicaba-
cuando
escribió
la
novela».
Ambicioso
proyecto
«Yo,
Claudio»
es
un
ambicioso
proyecto
teatral
que
parte
de
la
adaptación
realizada
por
el
dramaturgo
José
Luis
Alonso
de
Santos.
En
torno
a la
figura
del
emperador
romano
se
teje
una
sustancial
parte
de
la
historia
de
Roma.
Es
un
relato
al
que
se
van
cosiendo
cuestiones
sociales
y
políticas
que
conservan
una
extraordinaria
actualidad.
La
ambición
por
el
poder,
la
tiranía,
el
deseo,
la
injusticia,
la
crueldad,
la
libertad,
laten
constantemente
a lo
largo
de
la
obra,
Alonso
de
Santos
ha
realizado
un
titánico
trabajo
de
síntesis
con
dos
espadas
de
Damocles
sobre
la
cabeza:
la
propia
novela
y la
celebérrima
serie
televisiva
de
la
BBC,
cuyo
recuerdo
planeaba
sobre
buena
parte
de
la
audiencia.
El
dramaturgo
sale
indemne
de
la
batalla
del
recuerdo
y ha
logrado
también
en
sus
«añadidos»
adoptar
el
espíritu
de
Graves
y
hacer
hablar
a
Claudio
con
la
misma
elocuencia
y
credibilidad
que
le
daba
el
novelista
británico
en
su
obra.
El
propio
Alonso
de
Santos
decía,
poco
antes
de
comenzar
la
función,
que
la
clave
de
este
proyecto
había
sido
encontrar
a
Claudio.
Héctor
Alterio,
que
tenía
también
sobre
sí
el
reto
de
despejar
el
recuerdo
de
Derek
Jacobi
(el
protagonista
de
la
serie
británica),
ofrece
una
interpretación
portentosa.
Apoyado
en
su
jerarquía
y su
expresividad,
dibuja
un
Claudio
cargado
de
matices,
tanto
vocales
(su
tartamudez
aparece
de
manera
sutil,
sin
atisbo
de
caricatura)
como
físicos.
Le
ayuda
a
comunicarse
con
el
público
una
gigantesca
pantalla
de
doce
metros
de
ancho
que
amplifica
en
varias
ocasiones
a lo
largo
de
la
función
el
impresionante
y
magnético
primer
plano
del
actor.
Alterio
brinda
una
soberana
-y
en
este
caso
«imperial»-
lección
de
interpretación
en
un
texto
que
no
deja
de
ser
un
«monólogo
acompañado».
Y su
compañía
sobre
el
escenario
tiene
varios
nombres
propios,
como
Encarna
Paso
(Livia),
Carlos
Martínez-Abarca
(Calígula),
Israel
Frías
(Herodes),
Alicia
Agut
(madre
de
Claudio),
Isabel
Pintor
(Mesalina),
Paco
Casares
(Appio
Silano)
o
Pilar
Bayona
(Calpurnia).
José
Carlos
Plaza
ha
creado
un
espectáculo
majestuosamente
austero
que
aprovecha
perfectamente
el
tan
cautivador
como
difícil
escenario
emeritense.
La
misma
pantalla
que
acerca
el
rostro
de
Alterio
sirve
también
como
soporte
escenográfico
para
una
puesta
en
escena
llena
de
ritmo
e
intensidad,
afinada
en
la
misma
tesitura
para
todos
los
actores,
y
con
un
sorprendente
final
en
«tutti».
|