No
existe
ningún
sentimiento
peor que
encontrarse
sin
tierra,
sin
patria,
como
Medea,
vejada
por el
ser más
amado,
Jasón, y
por los
extraños
que no
acogen,
sino
humillan,
que la
ven como
la
funesta
extranjera
de torva
mirada,
que la
temen y
hacen
crecer
en ella
un odio
capaz de
inspirar
el peor
castigo
para
cobrar
su
deuda.
Ese es
el
mensaje
que se
vislumbra
en
"Medea,
la
extranjera",
la
obra
estrenada
anoche
en el
Festival
de
Teatro
Clásico
de
Mérida,
puesta
en
escena
por la
compañía
Atalaya
bajo
la
dirección
de
Ricardo
Iniesta,
y que
remite
a un
drama
tan
cercano
y
terrible
como
el
sufrimiento
que
generan
el
desarraigo
y sus
consecuencias.
Los
ritmos
étnicos
y
rituales
de la
Cólquide
natal
de
Medea
(Aurora
Casado,
Silvia
Garzón,
María
Martínez
de
Tejada
y
Charo
Sojo),
y la
palabra
cargada
de
fuerza
sostienen
un
montaje
cuya
escenografía
itinerante,
con
columnas
blancas
en
forma
de
cuña y
redes
sobre
soportes
cuadrados,
ilustra
los
dos
mundos,
el de
la
patria
y el
del
exilio.
Los
mismos
elementos
aparecen
al
principio
y al
final
de la
función,
cuando
los
protagonistas
ya no
son
los
antiguos
personajes
de
Séneca
o
Eurípides,
ni los
caracteres
más
modernos
de
autores
como
Heiner
Müller
o
Pasolini,
sino
los
desterrados
universales,
los de
las
pateras,
los
refugiados,
los
sin
tierra,
los
excluidos,
los
cegados
por un
sueño
que se
acaba
tornando
infausto.
Las
cuatro
Medeas
simbolizan
la
evolución
del
personaje,
el
poso
que
deja
en
esta
mujer
su
fidelidad
a su
origen
-Medea
Tierra-,
su
decisión
de
abandonar
voluntariamente
su
tierra
enamorada
de
Jasón
(Joaquín
Galán)
-Medea
Fuego-,
el
dolor
de la
intolerancia
y el
resentimiento
en su
Dorado
particular,
Corinto
-Medea
Agua-,
y el
desenlace
en
forma
de
sangre
-Medea
Viento-.
Porque
Medea,
la
hechicera,
el
huracán,
castigó
a su
marido
con el
asesinato
de sus
propios
hijos
y de
la
corte
de
Corinto,
y él
pagó
así su
deuda
de
sangre,
la que
contrajo
con
Medea
cuando
ella
mató
por él
a su
hermano
Apsirto,
cuando
salió
de su
casa,
utilizada
para
conseguir
el
vellocino
de
oro,
para
ser
traicionada
después
por el
ansia
de
poder
de
Jasón,
que la
abandona
para
casarse
con la
hija
del
rey de
Corinto.
Y
con
esta
venganza,
tras
un
terrible
dilema,
quiso
hacer
caer
el
muro
que
divide
a los
naturales
de los
apátridas,
reivindicó
el
derecho
a
vivir
en
tierra
extraña
sin
hacinarse,
someterse
y
humillarse
en los
suburbios
de un
mentiroso
paraíso
y las
más de
500
personas
que
casi
llenaban
el
Anfiteatro
Romano
secundaron
su
aspiración
con
sus
aplausos.
Tras
la
representación,
Ricardo
Iniesta
agradeció
la
respuesta
del
público
y
elogió
el
fruto
del
trabajo
de los
actores
tras
130
ensayos,
a
pesar
de que
el
espacio
tan
"desnudo"
hacía
"muy
difícil"
la
puesta
en
escena.
"Es
un
riesgo"
montar
la
obra
partiendo
del
país
de
nacimiento
de
Medea,
que
hoy
estaría
en
Armenia
y
Georgia,
y
haciendo
que el
personaje
esté
interpretado
por
cuatro
actrices,
explicó.
"Creo
que es
la
primera
vez
que se
hace
en
España",
subrayó
el
director
de
esta
obra,
basada
en un
mito
que se
representa
por
decimoséptima
vez en
el
Festival
de
Teatro
Clásico.
Destacó
que
"Medea,
la
extranjera"
aborda
un
asunto
"muy
actual",
el de
"los
bárbaros
que
vienen
hipnotizados
por
esto
que
parece
El
Dorado"
y
cuando
llegan
se
encuentran
con el
desprecio
y la
humillación
"que
al
final
nos
acaba
estallando
en la
cara"
en
forma
de
"barbarie,
injustificable,
como
en el
11-S o
en el
11-M,
pero
de la
que al
final
los
responsables
somos
nosotros".
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