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artículo
5/02/2004 |
Leonardo
Moledo ● www.pagina12web.com.ar |
Reivindicación
de
Thales
|
No es de
extrañar
que, dada
la afición
de Menem
por los
filósofos
griegos
(en
especial
Sócrates,
cuyas
obras leía
y releía
todo el
tiempo),
haya
entregado
el espacio
radioeléctrico
a Thales,
quien por
otro lado
fue
acusado
por el
ministro
Beliz de
operar en
paraísos
fiscales y
con
empresas
fantasma.
El teorema
de Thales,
por otra
parte,
cantado
por Les
Luthiers,
lo relega
a un papel
meramente
escolar en
los
terrenos
de la
divina
ciencia de
la
geometría.
Nada más
injusto.
Es verdad
que Thales
(que vivió
en el
siglo VI
a. C.) fue
un
comerciante
rico, y
según los
datos que
tenemos,
hizo su
fortuna
comerciando
en
aceites.
Cuentan
que era
tan
distraído
que una
vez,
mientras
caminaba
observando
el cielo,
se cayó
dentro de
un pozo.
Cuentan
que
predijo un
eclipse
(basado en
viejos
datos
babilónicos),
lo cual le
dio
autoridad
sobre sus
conciudadanos
de Mileto,
una
próspera
colonia
griega del
Asia
Menor,
donde
confluían
las rutas
del
comercio
que
conectaban
Oriente y
Occidente.
Lo cierto
es que
Thales
inventó la
ciencia.
Thales
está en el
origen
mismo del
pensamiento
occidental;
es el
primer
científico,
el primer
filósofo
griego, el
iniciador
de la
escuela de
la
naturaleza,
el que
introduce
un
innovación
absoluta,
radical en
el
pensamiento
griego:
los
fenómenos
naturales
deben
tener
explicaciones
naturales.
Es famosa
la teoría
de los
terremotos:
según
Thales, la
Tierra era
un gran
disco que
flotaba en
el océano,
y los
terremotos
son el
resultado
del oleaje
que mueve
ese disco.
Esto es,
no se
trata de
un dios
(Poseidón)
que
decide,
golpeando
con su
tridente,
cuando el
suelo ha
de
temblar:
es el mar
anónimo e
involuntario,
que se
mueve, y
hace
temblar el
suelo y
conmoverse
a los
hombres.
En ese
momento,
en ese
preciso
momento,
comienza
la
ciencia,
el
pensamiento
racional,
la muerte
de Dios,
el
crepúsculo
de los
dioses.
Después
vendrán
Anaxímenes
y
Anaxágoras,
Sócrates y
Platón,
Aristóteles
y
Copérnico,
Newton y
Menem,
pero todos
beben del
elixir de
Thales de
Mileto.
Thales
mira el
mundo y
decide
explicarlo
sin
dioses,
Thales es
el primero
que ve una
naturaleza
sin
voluntad.
Y si la
naturaleza
no tiene
voluntad
pero hace
cosas
(como los
terremotos,
o los
eclipses),
las tiene
que hacer
por alguna
razón, no
por
capricho.
Esa razón
es una
causa, una
causa que
no puede
ser un
resultado
de la
voluntad o
del
capricho
de dios,
porque
estaríamos
recurriendo
a
explicaciones
que no son
naturales.
Es decir,
la causa
tiene que
ser
también un
fenómeno
natural,
una causa
impersonal
(que
además,
por ser
impersonal,
es
regular).
¿Pero qué
causó ese
otro
fenómeno
natural?
Una nueva
causa. ¿Y
esa nueva
causa qué
causa
tiene? Es
decir,
tiene que
haber una
cadena de
causas, y
en esa
cadena de
causas
(tal vez
infinita)
no
interviene
la
voluntad
de nadie.
Thales
deduce la
idea
abstracta
de “causa”
que estará
presente
en toda la
ciencia
posterior.
Pero
además,
esas
causas
naturales
tienen que
ser
inteligibles,
porque si
no lo
fueran,
estarían
relegadas
al mundo
de lo
sobrenatural.
La idea de
causa
natural
lleva
directamente
a la idea
de
inteligibilidad.
Lo cual no
quiere
decir que
se pueda
averiguar
cuál es la
causa;
simplemente,
que hay
una (o una
cadena de
causas) y
que el
hombre va
a poder
averiguarla.
Thales no
se queda
allí, sino
que trata
de
responder
a la
pregunta
por las
causas
primeras,
en el
sentido de
principio,
del
origen, de
agua
primordial
donde
nadaban
las
tortugas
que
sostenían
el mundo.
¿De dónde
viene todo
lo que
viene?
¿Cómo, lo
que es,
llegó a
ser?
Y Thales
llega a la
conclusión
de que el
origen de
todas las
cosas es
el agua.
(La idea
de que
todo esté
compuesto
por agua
parece
sumamente
absurda
ahora. Sin
embargo,
nosotros
pensamos
cosas muy
parecidas.
Por
ejemplo,
que el
plástico
está
compuesto
por
plancton
fosilizado.
Ese
petróleo
era
plancton.
Si alguien
dice “este
vaso de
plástico
está
compuesto
de
plancton”,
no está
diciendo
una
locura, ni
mucho
menos. Del
mismo
modo,
podría
pensar que
por una
serie de
transformaciones,
el agua se
podía
transformar
en otras
cosas. Al
fin y al
cabo, el
agua se
vuelve
sólida, se
vuelve
gaseosa y
es un buen
elemento
que ofrece
la
posibilidad
de verlo
transformándose.)
Thales
inventa la
ciencia,
pero al
mismo
tiempo
inventa la
soledad.
Crea el
terrible
aislamiento
del hombre
observante,
que se
enfrenta
al mundo
casi
despojado,
armado
solamente
de su
capacidad
de
razonar;
el sabio
solitario
frente a
la
angustia
de lo
real, que
funciona
según
causas
invisibles,
nació en
Mileto
hace dos
mil
seiscientos
años.
Thales
nunca
visitó
Francia
(que en
ese
entonces,
dicho sea
de paso,
no
existía),
nunca
operó con
empresas
fantasma
(ya que no
creía en
los
fantasmas)
ni en
paraísos
fiscales
(ya que no
imaginaba
paraísos),
y
seguramente
le habrían
resultado
extrañas
las
miserables
argucias
del
capitalismo
o la
corruptela
menemista.
¿Sabrán
algo esas
gentes de
Thales?
¿Lo habrán
oído
nombrar,
siquiera?
¿Lo habrán
leído,
como a
Sócrates?
En todo
caso,
manosear
así su
nombre es
una
terrible
regresión. |
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