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Artistas
como
Tiziano,
con
pinturas
como
esta
titulada
‘Bacanal’
plasmaron
las
experiencias
y
deseos
más
íntimos
de la
humanidad |
A
medida que
el hombre
abandonó
su estado
libre y
salvaje,
la cultura
y la
civilización
se
encargaron
de
moldearle
la
existencia
al imperio
de los
sentidos.
En Roma,
por
ejemplo,
donde
fueron
comunes
las
orgías, el
bisexualismo
y los
abortos,
el
emperador
Octavio
decretó la
pena de
muerte
para los
adúlteros.
Bogotá.
Por culpa
de las
pasiones
la
humanidad
siempre ha
perdido la
cabeza. Y
aunque el
sexo no
necesariamente
va de la
mano con
el amor,
parece ser
el más
grande de
los
afrodisíacos
de la
historia.
El mundo
ha
terminado
por
sucumbir
ante el
ardiente
objeto del
deseo,
desde los
tiempos
más
remotos.
Desde los
prehistóricos
y rústicos
cavernícolas,
cuando
según las
leyendas
los
hombres
cazaban a
sus
mujeres en
los
bosques y
las
arrastraban
del pelo
para
domesticarlas
como
animales y
poseerlas
en las
cuevas,
pasando
por la
idílica
época en
la que
ellas eran
las únicas
con
derecho a
la
promiscuidad,
la
aparición
de la
píldora
hasta
llegar a
los
swingers
o
sofisticados
intercambios
de
parejas.
Otra cosa
es que la
moral, la
religión,
los
gobiernos
y las
costumbres
hayan
impuesto
toda clase
de
censuras,
fronteras
estrafalarias,
controles
inhumanos,
condenas
sin un
mínimo de
piedad.
Sin
embargo, y
a pesar de
las
sanciones
contra los
apetitos
del bajo
vientre,
la carne
se las ha
ingeniado
para
consumar
el clímax
prohibido,
el acto
irresistible,
el
contacto
aplazado.
Claro que
a medida
que el
hombre y
su
costilla
abandonaban
su estado
libre y
salvaje,
la cultura
y la
civilización
se
encargaron
de
moldearles
la
existencia
al imperio
de los
sentidos.
La mujer
pasó a ser
propiedad
masculina
para
perpetuar
la especie
o en su
defecto
propiedad
pública
para
distraer a
los
insatisfechos.
En la
Antigua
Grecia,
por
ejemplo,
las
mujeres
hacían de
su capa un
sayo y
hasta
ejercían
cierta
ascendencia
sobre los
hombres,
aunque
debían
conservar
las
virtudes
domésticas
y no
negarse a
la
procreación.
Más
adelante y
durante la
Grecia
Clásica,
las
prostitutas
de
alcurnia
conquistaron
una
posición
superior a
la de las
mujeres
casadas
porque
tenían la
noble
tarea de
distraer a
cientos de
hombres
que
procuraban
el amor y
la
fidelidad
en las
casas,
pero que
simultáneamente
buscaban
sacudirse
del
enamoramiento,
fenómeno
que
consideraban
una
enfermedad.
Otra época
que
ponderó
más el
sexo que
el amor
fue el
correspondiente
al Imperio
Romano.
Muy
comunes
fueron las
casas de
lenocinio
a las que
acudían
desde las
esposas de
los
emperadores
para
abajo, al
igual que
corrientes
fueron las
prácticas
abortivas,
los
anticonceptivos
y los
bebés no
deseados
eran
arrojados
a la
basura.
Alarmado
por el
exacerbado
panorama,
el
emperador
Octavio se
propuso
recuperar
la moral
pública y
retener el
sexo
dentro de
las cuatro
paredes
del hogar.
Incluso
decretó la
pena de
muerte
para el
adulterio.
Obviamente,
fracasó en
su
ambicioso
conservadurismo.
Más acorde
con los
tiempos
fue el
poeta
Ovidio,
quien
escribió
un
detallado
y
divertido
manual
para el
sexo y la
infidelidad.
Para
entonces,
ya se
discutía
sobre
diversas
posiciones
sexuales
con el fin
de
mantener
el
orgasmo,
sin
importar
con quién
ni en
dónde.
Irrumpe el
cristianismo.
Pero las
famosas
orgías
romanas,
el
bisexualismo
y el sexo
clandestino
sufrieron
un fuerte
retroceso.
Con la
irrupción
del
cristianismo
en Roma el
placer
genital
fue
señalado
como
fuente de
culpabilidad
y pecado.
Algunos
romanos
cristianizados
se
quemaban
los dedos
para
resistir
las
tentaciones
por la
cama
ajena.
Y como de
lo que se
trataba
era de
desalentar
las canas
al aire,
promover
la virtud,
es decir,
la
virginidad
y asegurar
el vínculo
matrimonial,
San
Agustín,
padre de
la
Iglesia,
le
infundió
asco a la
cosa al
advertir
que todos
“habíamos
nacido
entre
excrementos
y orines”
y por
consiguiente
era
preferible
provenir
de mujer
no
corrupta
por la
lujuria y
el sexo.
Con el
matrimonio
bajo el
régimen
del clero,
el
cristianismo
calificó
el sexo
como un
acto
abominable,
al tiempo
que
convertía
a las
mujeres en
sinónimos
de
propiedad,
en un
mueble
más.
Y mientras
la Iglesia
justificaba
las
golpizas a
las
casadas,
porque
ellas
siempre se
lo
buscaban,
se hacía
la
desentendida
frente al
derecho
natural de
los nobles
de
desflorar
a cuanta
doncella
se les
cruzara
por el
camino.
Los
religiosos
continuaron
con la
persecución
al sexo
monógamo.
Entonces a
San
Jerónimo
se le
ocurrió
que el
hombre
debería
practicar
sólo una
posición,
la obvia,
con el
objeto de
abastecer
a la
Iglesia de
guerreros
para
defender
la
expansión
de la
Cruz.
Sin
embargo,
en plena
Edad
Media,
hubo un
reino: el
de
Aquitania,
al sur de
Francia,
que
produjo
una
corriente
revolucionaria
y que
basaba el
sexo y el
amor en el
respeto y
la
admiración
mutua.
Introdujo
además, el
cortejo a
través del
lirismo
trovadoresco.
Al mismo
tiempo,
cierto
sector de
la nobleza
gala, al
negar el
amor en el
matrimonio,
valoraba
como
emocionante
el dolor y
la
frustración
en el
cortejo.
Pero con
la
literatura
erótica de
un
Boccaccio,
autor del
‘Decamerón’
o de un
Pietro
Aretino
con sus
‘Sonetos
lujuriosos’
y más
tarde con
los
desnudos
del
Renacimiento,
con las
musas, las
madonas y
los
desnudos
de
Botticelli,
Rafael y
Miguel
Ángel, el
Vaticano y
sus
medidas de
higiene
reguladoras
de la
intimidad
se vieron
en
aprietos.
Aun cuando
las clases
medias y
populares
unificaron
el sexo
con el
amor, el
matrimonio
siguió
siendo
motivo de
transacción
económica.
Hicieron
carrera
los amores
platónicos,
los
incestos,
las
orgías, y
lugares
para
efectuar
intercambios
de pareja.
La Iglesia
entonces,
trata de
meter en
cintura a
las
mujeres
que huyen
del
matrimonio,
advirtiéndoles
que todo
lo que
encuentren
fuera de
él era
comercio
con el
diablo,
que tenía
“un pene
tremendo
cubierto
de
escamaso”.
Muchas,
entonces,
se dieron
a la tarea
de toparse
con
Luzbel.
Cuestionan
la
virginidad.
A la
vuelta del
Siglo
XVIII los
anglicanos
puritanos
destacaron
el sexo
como un
extraordinario
instrumento
para
mantener
la llama
del
matrimonio.
Al igual
que no
tomaban en
serio,
como sí lo
hacían los
católicos,
la virtud
de la
virginidad.
Lo que
atormentaba
a la
sociedad
puritana
era la
existencia
de ‘la
otra’ y
del ‘tinieblo’:
los
escándalos
eran
célebres,
las
rupturas
ocasionaban
vergüenza
y se
extendían
largas
propinas
por el
silencio
del
tercero en
discordia.
Ya en
pleno
Siglo
XVIII, los
modales
seductores,
el flirteo
y el
rechazo al
compromiso
son las
conductas
que los
Donjuanes
y
Casanovas
que se
olvidan
del amor,
que a su
juicio
mata el
sexo, para
disfrutar
del cuerpo
y sus
recónditos
júbilos.
Bajo la
férrea
vigilancia
moral en
la época
de la
reina
Victoria
de
Inglaterra,
a la mujer
se le
encarcela
a punta de
corsés y
encajes y
se le
prohíbe
sentir
placer
durante el
coito. En
contrapartida,
la
proliferación
de la
pornografía
y de la
prostitución
hacen de
Londres
uno de los
lupanares
más
memorables
y
sifilíticos
de la
historia.
La
antipática
doble
conducta
victoriana
cede ante
los nuevos
aires de
la
Revolución
Industrial,
edad que
engancha a
la mujer
al mercado
laboral,
le
confiere
el derecho
al voto,
instituye
el
divorcio y
le da vía
libre a
las
uniones
civiles.
Se acaba
el pecado
y el goce
genital es
parte del
trabajo,
de la
amistad,
del
encuentro
furtivo.
De esa
nueva
actitud
fue
emblema la
famosa
bailarina
Isadora
Duncan,
quien
soportó
críticas
por su
adhesión
al amor
libre y
por ser
madre
soltera.
Mucho más
feliz
hubiera
sido a
mediados
del Siglo
XX, cuando
el
matrimonio
entró en
crisis y
dejó de
ser para
toda la
vida, hizo
carrera el
amor
libre,
cuando el
éxito de
toda
relación
reposaba
en el
orgasmo,
cuando los
hijos no
fueron
imprescindibles,
el aborto
se tornó
una opción
masiva, la
píldora
liberó a
la mujer y
la
virginidad
se volvió
un juego
de azar.
En los
albores
del XXI,
son ellas
las que
dicen
cómo, a
qué hora y
dónde lo
quieren.
Los
solteros y
divorciados
son
mayoría en
el mundo e
internet
se
configura
como el
más grande
rompe
relaciones,
porque
además de
aislar,
excita las
fantasías
individuales.
Todo es
relativo,
no hay
prohibiciones
y vuelve a
estar de
moda el
amistoso y
muy
peligroso
intercambio
de
parejas.
Curiosidades
-
Santo
Tomás
dijo que
besar y
tocar a
las
mujeres
era
pecado
mortal.
-
La
Iglesia
sostuvo
que las
mujeres
atractivas
eran
malas
exorcistas.
-
Los
trovadores
enaltecían
al que
controlaba
sus
deseos
sexuales,
pero les
rogaban
a sus
damas
que los
colmaran
en la
cama.
-
Fue
Martín
Lutero,
el
religioso
reformador
alemán,
quien
afirmó
que
Cristo
había
cometido
adulterio
con
María
Magdalena
y otras
mujeres
para
conocer
la
naturaleza
humana.