Todos
los días
nos
servimos
del
vidrio,
esa
materia
brillante
y
preciosa
que
empleamos
en miles
de
objetos
utilísimos.
¿No es
el
vidrio
de las
puertas
y
ventanas
que nos
protege
del frío
exterior?
¿Y los
espejos?
¿Y los
vasos?
Recordemos
también
las
lámparas,
las
ánforas,
las
copas
hechas
con el
hermano
noble
del
vidrio,
el
cristal.
La
historia
del
vidrio
es
antiquísima
y su
fabricación
está
llena de
dificultades.
No se
puede
asegurar
quienes
fueron
sus
descubridores:
¿los
fenicios?,
¿los
egipcios?,
¿otros?
Plinio,
el
célebre
naturalista
latino,
cuenta
que unos
fenicios,
al
regresar
de
Egipto
hacia su
patria,
hicieron
un alto
en Sidón,
junto al
río
Belus.
Encendieron
el
fuego,
prepararon
la
comida
y, para
su mejor
cocimiento,
calzaron
las
ollas
entre
dos
bloques
de
natrón
(carbonato
de
sodio),
mercancía
que
ellos
transportaban
y que
entonces
se
utilizaba
para el
teñido
de la
lana.
Después
de comer
se
quedaron
dormidos
y
dejaron
el fuego
encendido.
Cuando
despertaron
fue muy
grande
su
sorpresa,
pues en
el lugar
de los
bloques
de
natrón
había
unos
sólidos
transparentes
y
luminosos
como
piedras
preciosas.
Creyendo
que un
genio
había
obrado
un
milagro,
se
arrodillaron
en señal
de
adoración.
Pero el
sagaz
Zelú,
jefe de
la
caravana,
advirtió
que
había
desaparecido
la arena
que
estaba
debajo
de los
bloques
de
natrón.
Encendieron
nuevamente
fuego
sobre la
arena y,
al cabo
de
algunas
horas,
de
aquellas
cenizas
salió un
colado
rojo y
humeante.
Antes de
que la
arena
incandescente
se
enfriara,
Zelú
tomó un
poco de
esa
materia
extraña
y,
modeló
un vaso.
¡El
vidrio
había
sido
descubierto!
Dado el
carácter
legendario
de la
narración,
no se
puede
aseverar
que
hayan
sido los
fenicios
los
descubridores
del
vidrio,
pero se
dice
que,
junto
con los
egipcios,
figuran
entre
sus
primeros
artífices.
Pruebas
bastante
atendibles
son los
descubrimientos
hechos
en
tumbas
muy
antiguas
(datan
del año
2000 a.
de J.).
Entre
los
tesoros
de
inmenso
valor
que
solían
ponerse
al lado
de las
momias
de los
faraones,
se han
encontrado
cuentas
de
vidrio
de
variados
colores,
admirablemente
trabajadas.
Se cree
que los
egipcios
comenzaron
a
fabricar
el
vidrio
hacia el
año 1400
antes de
Jesucristo.
Se
dedicaron,
sobre
todo, a
la
producción
de
objetos
artísticos
y
decorativos,
y se
especializaron
en el
colorido,
como lo
prueban
las
piezas
encontradas
en las
tumbas
de Tel-el-Amán.
Tanto
los
fenicios
como los
egipcios
llegaron
a ser
los
maestros
de esta
industria
y los
abastecedores
más
requeridos
de la
época.
Cuando
Egipto
se
convirtió
en
provincia
del
Imperio
Romano,
pagó
gran
parte de
su
tributo
en
objetos
de
vidrio y
en mano
de obra,
pues sus
mejores
artesanos
emigraron
a Roma.
Con la
difusión
del lujo
y el
refinamiento
en las
austeras
casas
romanas,
los
patricios
revistieron
las
paredes
de sus
mansiones
con
resplandecientes
planchas
de
vidrio.
A medida
que los
romanos
conquistaban
nuevos
pueblos
iban
propagando
la
industria
del
vidrio,
considerado
únicamente
objeto
de lujo.
Gracias
a los
adelantos
técnicos,
poco a
poco el
vidrio
dejó de
ser un
lujo. A
fines
del
siglo
XIX la
industria
del
vidrio
comenzó
a
mecanizarse
(ya
en 1876
el
norteamericano
Weber
ideaba
una
máquina
para la
producción
semiautomática
de
botellas),
y desde
entonces
el
maravilloso
material
se
difundió
cada vez
más en
el
mundo.
* La
historia
del
vidrio
se
pierde
en la
leyenda,
pero aún
hoy,
como
hace
miles de
años, la
fabricación
de esta
materia
tan útil
exige un
sacrificio
constante
y
estudios
infatigables
para
perfeccionarla
y
adaptarla
a las
múltiples
aplicaciones
modernas.
Ricardo
Katz es
Licenciado
en
Ciencias
de la
Educación
y
escritor