Al
César lo
que es
del
César:
es a
esta
importante
figura
de la
historia
romana a
quien
debemos
la
iniciativa
que
desembocó
en el
añadido,
cada
cuatro
años, de
un día
al mes
de
febrero,
como
ocurre
hoy,
para
recuperar
el
desfase
entre el
año
solar y
el
calendario
civil.
El año
trópico
(tiempo
que
tarda la
Tierra
en dar
una
vuelta
completa
alrededor
del
Sol), en
el que
se
basaron
los
cálculos
para los
calendarios,
transcurre
entre
dos
pasos
consecutivos
del Sol
por el
punto
vernal
(equinoccio
de
primavera).
La
duración
precisa
del año
terrestre
es de
365
días,
cinco
horas,
48
minutos
y 48
segundos,
o sea
365,24221935
días.
Antes
del
calendario
juliano,
instaurado
bajo
Julio
César y
que tomó
su
nombre,
los
romanos
utilizaban
el
calendario
arcaico
de Numa
(en
honor al
rey
sabino
Numa
Pompilius),
de 355
días, es
decir
doce
meses
lunares.
El
retraso
en
relación
al
calendario
solar se
compensaba
con
meses
intercalados
fijados
por un
grupo de
sacerdotes,
los
pontífices.
En la
época de
las
guerras
civiles,
el
sistema
se
descontroló.
En el
año 45
antes de
nuestra
era,
César y
el Gran
Pontífice
apelaron
al
astrónomo
griego
Sosigenes
de
Alejandría
para que
encontrara
una
solución
práctica
a un
desfase
demasiado
importante.
Sosigenes
creó
entoces
el año
de 365
días,
más un
día
intercalado
cada
cuatro
años,
situado
entre el
24 y el
25 de
febrero.
Como los
romanos
contaban
los días
"al
revés"
para
saber
cuánto
tiempo
faltaba
para tal
fecha
fija,
con
respecto
a las
"calendas",
en este
caso el
1 de
marzo,
el 24 de
febrero
era el
sexto
día
antes de
ese día
("ante
diem
sextum
kalendas
Martias",
abreviado
a. d. VI
kal.
Mart).
El día
intercalado
se
convirtió
entonces
en "ante
diem bis
sextum
kalendas
Martias",
sexto
día bis
antes
del
inicio
de
marzo, y
el año
marcado
por este
añadido
al
calendario
en "annus
bissextilis",
año
bisiesto.
El
calendario
juliano
atribuía
por lo
tanto al
año una
duración
promedio
redondeada
de
365,25
días, lo
que
provocaba
un
desfase
de en
torno a
una
semana
por
milenio.
Siguió
siendo
sin
embargo
generalmente
utilizado
en
Europa
hasta la
promulgación
por el
papa
Gregorio
XIII, en
1582,
del
calendario
gregoriano.
Rápidamente
adoptado
por la
mayoría
de los
países
católicos,
el nuevo
calendario,
todavía
vigente,
aportó
un
ajuste
al
decidir
suprimir
los años
bisiestos
en los
años que
son
múltiples
de 100
sin ser
múltiples
de 400.
Así,
2000 o
2004 son
años
bisiestos,
contrariamente
a 1900 o
2100,
por
ejemplo.
Esto
sigue
produciendo
un
exceso
de tres
días
cada
10.000
años,
pero
debido a
un
acortamiento
del año
trópico
de medio
segundo,
a un
alargamiento
del día
de
0,0016
segundos
por
siglo y
a las
incertidumbres
sobre la
duración
del año
dentro
de cien
siglos
podemos
vivir
tranquilamente
con este
margen
de error
en
nuestra
vida
diaria.
Sobre
todo
porque
desde
1972,
por
necesidades
de
indicaciones
horarias
ultraprecisas,
las
fantasías
de
nuestro
planeta,
que no
gira con
una
regularidad
absoluta,
son
seguidas
de cerca
por el
Servicio
Internacional
de
Rotación
de la
Tierra,
establecido
en País,
que
adelanta
o atrasa
un
segundo,
cada
entre
seis y
60 meses
y en el
último
momento,
los días
30 de
junio o
31 de
diciembre.