Francisco
Rodríguez
Adrados,
uno de los
mayores
expertos
internacionales
en lenguas
clásicas,
considera,
en su
discurso
de ingreso
en la Real
Academia
de la
Historia,
que la
enseñanza,
al menos
la
primaria y
la
secundaria,
deberían
haber
quedado en
manos de
los
instrumentos
centrales
de
Gobierno
de la
nación.
Nunca
debería
haberse
cedido la
enseñanza
de la
lengua y
de la
historia
porque
"son el
centro
mismo de
nuestro
ser de
españoles",
afirmó
Rodríguez
Adrados en
su
discurso
de
ingreso,
'¿Qué es
Europa?
¿Qué es
España?',
que fue
contestado
por Carmen
Iglesias.
Tras
elogiar la
actuación
de su
predecesor
en la Real
Academia
de la
Historia,
Antonio
Domínguez
Ortiz,
Francisco
Rodríguez
Adrados
reflexionó
en su
discurso
sobre el
ser y la
esencia de
Europa y
España y
sus mutuas
relaciones
a lo largo
de la
historia.
Francisco
Rodríguez
Adrados
señaló que
"el
fomento de
las
lenguas
vernáculas
habría
debido
combinarse
con una
definición
clara, en
una Ley
del
Español".
La
académica
Carmen
Iglesias
destacó
que
Rodríguez
Adrados
cuenta con
más de 30
libros y
casi un
millar de
publicaciones
sobre
diferentes
lenguas,
desde el
griego
hasta el
indoeuropeo,
pasando
por el
sánscrito
o la
cultura
india,
todos
ellos con
una
escritura
que sabe
aunar el
dato
riguroso
del
investigador
con la
síntesis y
la
capacidad
de
abstracción.
También
recordó su
actividad
como
presidente
de la
Sociedad
de
Estudios
Clásicos y
dijo que,
en
numerosas
ocasiones,
Rodríguez
Adrados
"ha
zaherido
irónicamente
el
lamentable
complejo
de
inferioridad
y la
papanatería
que afecta
a muchos
sectores
de la
inteligencia
española
en su
relación
con el
mundo
europeo y
occidental".
Para el
profesor
Adrados,
señaló, la
democracia
es "esa
posibilidad
de vivir
dentro del
conflicto,
pero
conciliados;
es el
invento o
artefacto
político
que, hasta
ahora,
mejor
corresponde
al impulso
de la
naturaleza
humana
hacia la
libertad"
y, "por
eso, hay
que
preservarla".
Nuestra
democracia
"se basa
en un
pacto o
conciliación
que,
después de
la
revolución
consiguiente,
establece
unas
reglas de
juego
sobre las
que
pivotar
los
cambios
sin
peligro de
desintegración
del
sistema".
Nadie
conquistó
a los
vascos
En su
discurso
de
ingreso,
Rodríguez
Adrados
dijo que
nadie
conquistó
a los
vascos,
que
"vascos y
castellanos
eran todos
lo mismo"
y que "los
redactores
de las
glosas
emilianenses
y silenses
escribían
indistintamente
en las dos
lenguas"."Fueron
castellanos
desde que
se inventó
Castilla,
sin dejar
de ser
vascos",
puntualizó.
Para
Rodríguez
Adrados,
España es
un
concepto
bien
definido
geográficamente
en una
península,
y su
historia
ha
consistido
en crear
una unidad
a partir
de los
multiples
"hispani"
romanos
convertidos
en un
pueblo y
en una
nación,
algo que,
según
dijo,
Europa "no
llegó a
ser
nunca".
En este
territorio,
conquistado
el año
714,
surgieron
"desde muy
pronto
núcleos de
resistencia"
en la
Cordillera
Cantabrica
y los
Pirineos
que
trataban
de
reconstruir
la
Hispania
destruida.
Todos
ellos
"consideraban
a España
una
unidad,
lloraban
por su
destrucción
o se
ayudaban
en las
batallas
decisivas
contra el
moro",
dijo
Adrados, y
añadió que
si bien
España se
fue
recreando
a base de
matrimonios
y pactos,
las
guerras
fueron
siempre
contra los
enemigos
externos y
contribuyeron
a afianzar
la unidad.
Europa
Para
Adrados,
"Europa
sólo ahora
está
llegando,
en cierta
medida, a
ser una
unidad
política",
ya que
hasta
ahora era
una unidad
cultural,
y subrayó
que
"España es
y ha sido
siempre
parte de
Europa",
pero "con
caracteres
y
circunstancias
singulares".
España, si
bien tuvo
desde muy
pronto una
unidad
política,
desintegrada
y
reconstruida
una vez y
otra, y
con
aproximaciones
y
alejamientos
periódicos
respecto a
Europa,
ahora se
debate,
puntualizó
Adrados,
entre la
tendencia
unitaria y
la
pluralizante,
aunque
nunca "ha
dejado de
ser
España".
El impulso
de
unificación
fue
sustituido
en España
por un
continuo y
alternativo
proceso de
conflicto,
pero
también
por un
acuerdo
entre
fuerzas
tradicionales
y otras de
nueva
apertura,
y desde
una
versión
unitaria
del Estado
a otra más
abierta
que va del
autonomismo
al puro
independentismo.
La
Constitución
de 1978
intentó
equilibrar
esas
tensiones
porque
"una
democracia
no puede
funcionar
sin unas
mínimas
reglas de
juego,
señaló, de
las que no
pueden
pasar las
tendencias
enfrentadas
para
conseguir
una
síntesis
que se
llama
Estado de
las
autonomías".
En esta
labor ha
tenido
éxitos,
pero está
sometido a
una
tensión
constante
y a veces
muy fuerte
que, si
bien hizo
avanzar la
idea de
autonomismo,
es hoy el
principal
valladar
contra sus
excesos,
que son
manejables
y
reducibles
a límites
democráticos
gracias a
ella y los
poderes
que la
apoyan.