En
medio del
desierto
sirio se
levanta
este
antiguo
centro
comercial
ubicado en
medio de
las rutas
que
comunicaban
a oriente
y
occidente
en la era
clásica de
Grecia.
Palmira (o
Tadmor) es
hoy un
tesoro
arqueológico
lleno de
monumentos
y
recuerdos
de su
época
gloriosa,
redescubierta
luego de
estar bajo
la arena
durante
800 años.
El
oasis
comercial
Surgiendo
entre las
palmeras
datileras
y olivares
que
transformaron
la
desnudez
en un
tapiz
vegetal en
medio del
desierto,
Palmira ha
sabido
ganar su
nombre en
la
historia.
De las
ruinas que
salpican
el
desierto
de Siria,
Palmira es
la más
estupenda.
Su
estratégica
ubicación
en el
camino de
Damasco a
la
Mesopotamia
y la
presencia
de un
abundante
manantial
de agua
jugó un
papel
fundamental
en la
región
durante la
expansión
comercial
Helénica.
Las
caravanas
que venían
de la
India,
China,
Persia,
Egipto y
Fenicia
debían
reponer
fuerzas en
esta
ciudad
antes de
seguir. De
esta
manera,
Palmira
creció
hasta
convertirse
en un gran
centro
comercial
y
cultural,
poblado
por
arameos y
árabes de
origen
nabateo,
cuyas
manos
levantaron
también la
fabulosa
Petra,
otra
estrella
del
desierto
de
Jordania.
En el año
106 de
nuestra
era, el
Imperio
Romano la
anexó a
sus vastos
dominios.
Entonces
la ciudad
mutó su
antiguo
nombre de
Tadmor
(ciudad de
los
dátiles)
por el de
Palmira
(ciudad de
las
palmeras),
convirtiéndose
en una de
las
ciudades
más
poderosas
de su
época,
rivalizando
incluso
con una
Roma en
decadencia.
Hoy los
hoteles,
restaurantes
y cafés se
encuentran
en los
alrededores
de las
ruinas,
dándole
una nueva
vida a
esta
tierra de
mitos
entre la
arena.
Antes de
empezar...
El museo
es digno
de visitar
antes de
salir a
conocer
las
ruinas. En
uno de los
cuartos
hay una
reconstrucción
realmente
grande del
templo de
Bel –el
dios más
importante
de la
antigua
ciudad–,
lo que
hace más
interesante
llegar a
conocer el
verdadero.
Las piezas
expuestas
han sido
escogidas
con
discernimiento
a fin de
cubrir
todos los
aspectos
de la
civilización
de Palmira
a través
de sus
edades.
Reseñas
preciosas,
suficientemente
desarrolladas,
se han
redactado
en francés
y en
árabe, a
fin de que
los
turistas
puedan
comprender
mejor la
historia
del lugar.
Grandes
paneles
explicativos
ilustran
los puntos
principales.
Las tres
salas y la
galería
que se
extiende a
lo largo
del hall
de entrada
están
ocupadas
principalmente
por
magníficas
esculturas
funerarias.
La entrada
es de 150
libras
sirias y
los martes
permanece
cerrado.
Una vez
que se
visitó
este sitio
se puede
llegar a
las ruinas
mediante
taxi –que
no son muy
caros– por
minibuses
o el medio
más
extraño y
más
disfrutable:
el
camello.
Montar en
uno de
ellos al
comienzo
puede ser
incómodo,
pero luego
de un
tiempo uno
aprende a
disfrutar
del paseo.
La
Gran
Columnata
Era la
arteria
principal
de la
ciudad
antigua.
Son 1.200
metros de
piedra
coronados
por un
pórtico
colosal,
adornado
de
cariátides.
El aspecto
que ofrece
es
imponente,
el sol se
refleja
con
esplendor
en esta
espectacular
construcción,
que nos
propone
imaginar
una
Palmira
rebosante
de vida
entre sus
corredores
de piedra.
Hoy es la
columna
vertebral
de donde
parte el
recorrido
para
conocer el
resto de
los
fabulosos
monumentos
que ofrece
la antigua
y caída
ciudad. |